¡Maldita ella y su rostro sin expresión! Yo quería verla, hablarle..., besarla. Todavía sus labios quemaban los míos, sentía su sabor, su aroma, su ser, impregnado en mi piel y eso que aún no era mía. ―Lo escucho ―insistió, volviéndome a la realidad. ―Hay una vacante, una de las secretarias de la corredora de propiedades se va y yo... ―No, gracias. ―¿Por qué no? ―me sorprendí, ni siquiera escuchó la propuesta. ―Porque no puedo. ―¿Qué hará después de terminar su reemplazo aquí? ―Me voy fuera de la ciudad. ―¿Fuera? ¿Dónde? ―¡No podía irse! ―Lejos. No puedo quedarme aquí, usted lo sabe. ―No, no lo sé. ¿Dejará su departamento? ―Sí, ya no puedo seguir allí, si la hermana de Lorenzo me ve, le avisará y... ―Ella no la verá, ya hice los ajustes necesarios. ―¿Qué? ―Yo

