Capítulo 3

2235 Palabras
Una semana después seguía encerrada en mi apartamento, creo que ya me sabía de memoria la cantidad de losetas del piso, de tanto que iba de un lado a otro, mi madre se pasa por aquí varias veces en la semana, intentaba no pensar en la desgracia que azotaba mi vida, en que mi padre no vino a verme porque según mi madre estaba muy ocupado, y el abuelo… era otra cosa, me tuve que tragar todo su reprocho por teléfono, ya que el hombre hacía años no salía de su casa, más por su edad que por otra cosa, gracias a Dios no se había enterado del hombre en mi casa y de lo que imaginaba que paso con él, como estuvo tan cerca de mí, en mi casa, en mi cama… aparte esos pensamientos de golpe, me negaba a pensar en él, en lo increíble que fue esa noche, deje salir el aire lentamente, mientras me dejaba caer en el sofá. Estaba harta de estar encerrada, pero según Miguel no podía hablar con nadie respecto al caso, me saqué el celular del bolsillo de los pantalones y le envié un mensaje a mi mejor amiga, Velería y yo éramos amigas desde niñas, nuestras madres eran amigas desde antes de casarse y nuestros padres estaban involucrados en política. Val y yo éramos muy distintas en todo, ella era tranquila y centrada en todo, desde los 15 años supo que mi hermano, Miguel Angel iba a hacer su esposo y lo cumplió, habían sido novios cuando llegamos a la mayoría de edad, al terminar la universidad mi hermano le propuso matrimonio, cosa que ella no pudo negar porque era su sueño de toda la vida, para mí, ese matrimonio significaba que nosotras íbamos a estar más unidas que nunca, pero fue todo lo contrario, a penas nos veníamos, ella pasaba los días en actividades de esposa de un comandante de base y con su primer embarazo en el segundo trimestre a chepa y hablamos. Y yo… yo seguía siendo la misma de siempre, no desea tener pareja estable, a eso se le añadiera mi adicción al sexo y a los hombros, mi falta de empatía para ciertas cosas, pero lo que menos quería era compartir mi tiempo con una sola persona, todo el tiempo y el esfuerzo que conllevaba tener una relación, mantenerla, cuidarla. Mi mente funcionada de otra forma, los números se llevaron mucha sensibilidad, veía las relaciones como empresas, compañías multinacionales a las cuales uno debía de invertirle, innovar, para que se mantuviera a flote y no llegar a la quiebra. Al no obtener respuesta de mi amiga, deje el celular a un lado y me puse en pie, llegue a la puerta y me quede mirando todo el espacio, no era claustrofobica ni nada por el estilo, pero estar aquí sola me estaba afectado. Cerré los ojos y dejé que mis pensamientos divagaran, era una de las técnicas que aprendí para meditar de Andy Puddicombe, basada en dejar que tus pensamientos divaguen sin intentar controlarlos, rayos que pensé en todo tipo de cosas. Aunque hubo una que se repitió en cada pensamiento… mejor dicho alguien, esos ojos azules me habían cautivado desde el lado opuesto del destartalado bar al cual solía visitar desde que empecé a trabajar, algunos de mis compañeros me habían invitado la primera semana y al final del segundo mes ya era tradición ir allí todos los viernes, nuestra única regla era no involucrarnos entre nosotros, porque luego sería raro en el trabajo. Sabíamos a lo que íbamos… a estar con alguien nuevo, a conocer personas nuevas, tal vez algunas iban a pasar desapercibidas, otras no tanto. Recordé como intenté no llamar su atención, porque era demasiado guapo para mí, nunca me involucraba con hombres más atractivos que yo, era algo estúpido, pero así era yo de incongruente. Él no dejaba de mirarme y a las 9:45 de la noche (lo supe porque mire la hora en el reloj sobre la cabecera de detrás de la barra) se levantó del reservado donde estaba y fue hasta la barra, el corazón se me acelero en ese momento, era tan alto, de hombros anchos, con el cabello n***o que le caía por la frente, parecía despeinado, ese aire jovial que tanto leía y veía en la televisión. Aquel hombro podría pasar por modelo o actriz, tenía una nariz perfilada, unos labios delgados y rosa pálidos, y cuando sonrió se le formaron pequeñas arrugas alrededor de los ojos. –Hola– dijo y supe en ese momento que era extranjero, ese acento no se ocultaba. –Hola– le respondí como una idiota porque no podía apartar la mirada de sus penetrantes ojos azules, esto iba a sonar muy cliché, pero en el momento que nos quedamos mirándonos fue como si el mundo desapareciera a nuestro alrededor, estaba comenzando a perder la cabeza. De eso estaba seguro, o bien, había bebido más de la cuenta. –Te invito una copa– volvió a hablar y no fue una pregunta, se giró un poco y pude ver su elegante cuello, tenía tres lunares en el lado derecho del cuello, su propia constelación y yo quise poder pasar la punta de mis dedos por esos lunares, posar los labios y la lengua, tener su piel entre mis dientes… aparte la mirada de repente y me removí en el incómodo taburete. Estaba caliente y no de una madera agradable. Habían pasado casi dos meses desde que coincidí con un hombre que me llamara la atención, al que quisiera quitarle la ropa. La falda de tubo rojo vino que llegaba ese día se me pego más a los delgados muslos mientras contraía las piernas, intentando controlar el deseo que se acumulada en mi vientre, que empezaba a dolerme. Mis zapatos tocaron su rodilla y casi ventilo. Estaba mal de la cabeza, claro que sí, porque por aquel hombre haría cualquier cosa, sin importar si lo conocía o no. Llevaba una blusa blanca de seda con los primeros tres botones desabrochados, para poder acentuar el escote, de lo único que me enorgullecía de mi cuerpo era de mis senos. No eran enormes, pero tampoco eran pequeños, estaban en el punto exacto, y él se dio cuenta de eso, porque en el momento que se giró de nuevo sus ojos se movieron hasta el escote que dejaba ver más piel de la cuenta y el comienzo de mi sostén n***o. Se paso la punta de la lengua por el labio superior, ese gesto me dejo descolocada, se inclino y me susurro al oído– estas tan excitada– y yo gemí– puedo ver como el pulso se te acelerado y como aprietas las piernas– la boca se me seco, agarre el baso y me trague todo el contenido de un golpe, quería que me sacara de allí cuanto antes. – quiero llevarte a algún lugar más privado, pero no conozco la ciudad, estoy aquí por un día, no tengo ni idea de como moverme por estas calles. –¿Y qué haces aquí? –Por trabajo… soy abogado– su mano se movió hasta tocarme la piel expuesta del cuello– uno de mis clientes tuvo un pequeño problema y tuve que hacer un viaje de emergencia, iba a irme esta misma noche– deje de escucharlo cuando sus dedos se movieron más abajo– pero me dije una noche no hará mal a nadie y gracias a Dios que me quede. –Podemos ir a mi casa, vivo cerca– ¿en qué estaba pensando? Yo nunca llevaba a nadie a mi casa, era una de mis reglas. –¿Estas segura? –Sí– quería irme de allí cuanto antes, estar a solas con él, posiblemente desnuda y de piernas abiertas. –¿Y si soy un psicópata? –Ya me las arreglaré cuando llegue ese momento. –sonrió, mostrando esa perfecta fila de dientes que me dejo sin aliento. Se sacó una billetera del bolsillo interior de su americana y le ofreció algunos billetes de dólares al camarero. ¿Quién pagaba en dólares? En un país donde el dólar era casi un lujo. Me tendió la mano derecha mientras que con la izquierda volvía a guardarse la cartera en el bolsillo. El trayecto del bar hasta mi casa duro más de la cuenta, allí dentro, en el espacio reducido de mi pequeño coche me estuvo haciendo preguntas, sobre mí, como cuantos años tenía, a que me dedicaba y parecía sorprendido cuando le dije que los números eran los que dirigían mi vida y que como no quise irme del país me limite con ser gerente financiera, pero que, sin ser arrogante podía dedicarme a cualquier trabajo que involucraba números. Aunque, no había sido mi decisión no irme del país, pues siendo hija de quien era, se veía casi como una falta de respecto abandonar mis raíces. Después de cerrar la puerta de mi apartamento iba a quitarme los tacones, moría por sentir el frío del piso bajo mis pies, él se dio cuenta lo que intentaba hacer y me agarro por la muñeca. –Déjate los zapatos– otra vez lo que dijo sonó como una orden, lo miré unos segundos y luego asentí. No era muy devota de obedecer órdenes, siempre me salía con la mía. Pero tenía curiosidad, ningún hombre me había pedido que me dejara los tacones puestos– lindo lugar– se giró y camino por mi espacio, estaba orgullosa de mi casa, decorada por mí, todo en blanco y amarillo, con todos grises, con algunas plantas que le daban un poco de aire de hogar, aparte de los cuadros que colgaban de las paredes. Deje mis llaves y mi bolso colgando al lado de la puerta. –Todo es tan… limpio– su voz era profunda y muy varonil. –¿Gracias? – me quede de pie en el mismo lugar, él se giró hasta mí y sonrió ocultando sus dientes, sin apartar los ojos de mí, se quitó la chaqueta lentamente y la arrojo a un lado. –Bien… déjame ver lo que hay debajo de esa camisa– no lo diluí cuando ya mis dedos estaban desabrochando los botones de mi blusa, dejando ver mi sostén n***o– perfecto– susurro, parecíamos dos animales a punto de atacarse, se agachó y rápidamente saco su cartera de la americana y cuando obtuvo lo que andaba buscando la dejo caer– solo tenemos un condón, así que tenemos que hacer que esto sea memorable una vez– creo que asentí, pero sabía que quería más de un polvo, yo conservaba una caja de condones, así que eso era lo de menos– ven aquí– estaba sumergida por completo en un papel de sumisa que no me pegaba para nada– quiero tocarte– cuando puso sus manos sobre mí las palabras dejaron de tener sentidos. Arrastro uno a uno los tirantes de mi sostén, para liberarme de ellos y vi como su mirada se oscureció al descubrir lo excitada que estaba, bajo la cabeza y se metió en la boca mi endurecido pezón, me tragué el grito. Se entretuvo con mis pechos y me hizo correrme de esa forma, todavía vestida. –Que chica tan traviesa eres– me susurro en el oído, yo quería besarlo, moría por probar sus labios, por ver si eran tan suaves como aparentaban, me dio la vuelta sosteniéndome por la cintura, pegando mi espalda a su pecho y jadee al sentir su erección con la curva de mi trasero, dura y potente– ¿Lo quieres? –Sí… sí– tartamudee. –Vas a tener que esperar por eso. Primero quiero ver cómo te corres, otra vez– me subió la falda y arquee la espalda al sentir sus dedos sobre la tela de mis bragas, las aparto para que sus dedos tuvieran acceso libre a todo mi esplendor, me introdujo un dedo y lo saco lentamente– ¡Ah! Que húmeda estas, nena– me asombraba lo bien que pronunciaba el español con ese acento tan marcado. Sus dedos estaban dándome todo el placer que hace años no experimentaba, no sé si era que ya había experimentado tanto con mi sexualidad que ya pocas cosas me estremecían a este nivel. Su mano libre la dejo entre mis pechos y de vez en cuando me masajeaba los pezones por turno, no parecía desesperado porque yo acabara, se tomó su tiempo en adueñarse de todo lo que tocaba, y eso… como ralentizaba el proceso era lo que más placer me daba. Por unos minutos lo único que se escuchaba era mis gemidos y jadeos, mis rodillas empezaron a temblarme por lo que él tuvo que sostenerme y grite al sentir sus dientes contra la piel de mi hombro. Apreté los ojos con fuerza y, deje salir un grito de frustración, ¿Cómo era posible que aquel hombre me metiera en este lío? No podía creerlo, di un paso adelante no queriendo recordar todo lo que paso esa noche, como lo había dominado con mis manos y mi boca, poniéndome de rodillas delante de él. Deje salir unas cuantas lágrimas, estaba furiosa, enojada, triste… pero extraordinariamente excitada. Y esa última parte era la que más me asustaba, porque entendía que, si se presentara la oportunidad, si lograba volver a verlo, caería otra vez.
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