CAPITULO 10-3

2002 Palabras

No era culpa de la mujer, ni siquiera era culpa del amor o del sexo. La culpa estaba allí, allí fuera, en aquellas luces malignas y en el traqueteo diabólico de las máquinas. Allí, en aquel mundo de lo mecánicamente avaricioso, el avaricioso mecanismo y la avaricia mecanizada, cuajado de luces, vomitando metal caliente, y ensordecido por el tráfico; allí estaba el interminable mal dispuesto a devorar a quien no se ajustara a sus normas. Pronto destruiría el bosque y las campanillas dejarían de brotar. Todas las cosas vulnerables deben perecer bajo el paso y el peso del acero. Recordó a la mujer con una infinita ternura. Pobre cosita desamparada, era mejor de lo que ella misma se imaginaba y demasiado buena para la canalla con la que estaba en contacto. Pobre; también ella tenía algo de la

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