—¡No puedes! —repitió está vez con la voz más autoritaria que le había escuchado, una orden que le erizó los vellos del cuerpo y le causó un escalofrío, pero que no la hizo desistir de su negativa. Levantando la voz de la misma manera amenazadora que él, respondió: —¡Si puedo! Ruzgar se quedó callado al verla de pie tan firme delante de él. Su barbilla estaba altiva y sus ojos, esos grandes y hermosos ojos ardían de furia. Tragó saliva al sentir que su belleza le seducía nada más con tenerla cerca. —Deberías agradecerme que no lo maté. —No tenias derecho. —¡Eres mi esposa! —la tomó por la cintura con agresividad y la obligó a verlo a los ojos—. Tengo todo el derecho del mundo a mandar al infierno a quien ponga las manos donde no debe. Aprende a conocer las cosas que me enfadan y así

