¿Qué es lo que una esposa debe hacer?
Elif entendía poco del hogar, pero se dijo a si misma que debía aprender a manejarlo, aunque solo fuera momentáneo. Tenía que verse que realmente lo estaba intentando porque había sido maleducada, soberbia y tal vez un poco engreída. Lamentaba mucho haber tratado mal a Aysu, el ama de llaves, no lo hizo porque deseaba hacerlo, si no porque estaba abrumada entre las paredes y la mujer amablemente intentó hacerle la estancia un poco más cómoda. Tomó asiento en medio del jardín y dejó que la brisa golpeara sus mejillas. La enorme alberca daba un poco de frescor y la piedra volcánica que abundaba en Capadocia, mantenía todo a una temperatura agradable.
Lo primero que debía hacer era disculparse con Aysu por haber sido tan maleducada y le pediría ayuda para administrar la casa. En Capadocia no le era tan importante el estatus porque se marcharían en cuando Ruzgar terminara con sus obligaciones. Robó el plato un melocotón y lo mordió deleitándose con su sabor. Por alguna razón, mientras lo mordía, comparó su piel con la suavidad de los labios de Ruzgar. Ese desgraciado debió haber sido feo, así no tendría que lidiar con la culpa de haber gozado una buena noche. Al menos podía sentir que la situación estaba a su favor. Nunca había sido una mustia puritana. Sus padres le daban ciertas libertades y ella conocía a muchas personas. Llevó una vida buena, hasta que todo se fue a la mierda.
Los hombres no le eran desconocidos, pero nunca imaginó terminar casada con uno que le sumaba más de diez años y diez bien vividos, no tenia duda. Su espalda tenía que ser irreal, estaba segura, pues era tan grande y definida que sentía la boca seca nada más recordarlo. El tatuaje del león en su pecho, le daba un toque dañino y exótico.
¿Cuántos años tenía?
¿Treinta y cuatro? ¿Treinta y tres?
Intentó recordarlo. No habían tenido una relación cercana cuando las cosas estaban en orden. Visitaba su casa y su padre daba explicaciones, pero como hija menor y chica joven, no tenía porque meter las narices donde no debía. Le observó curiosa salir de su casa y subir a los enormes autos que siempre le acompañaban, pero por su mente nunca cruzó la idea de estar casada con él. Había muchos prospectos en Estambul, Aygul, por ejemplo, con su cara de inocente y modos que indicaban que sería una esposa turca perfecta.
Cocinaría galletas para sus hijos y aguardaría a su marido.
Ambas eran distintas. Los años de diferencia entre ambas era notable y la belleza también tenía un toque distante. La de Celik era madura y la de ella, jovial, como de muñeca. ¿Podría ser una oponente a sus asuntos? Si y debía tratarla como tal. Si su situación ya era complicada en su soledad, con otra esposa seria abrumador. Entendía que según las leyes musulmanas todo estaba claro. La religión no dictaba que tuvieran que pedirle permiso, pero las tradiciones culturales de la nueva era esperaban que antes de tomar una nueva esposa, la primera estuviera completamente de acuerdo y si existía una tercera, sus dos predecesoras debían aceptarla en la familia.
El hombre debía ser equitativo y justo, misma cantidad de dinero, tiempo y cariño para las dos, además, por supuesto, del mismo afecto por cada uno de sus hijos sin importar su madre. Era algo super completo de asimilar para alguien occidental, pero en una cultura musulmana, muy común. Ruzgar no tenía que proteger una posición y tampoco que cuidar que sus herederos no se mataran por la herencia, así que siempre tendría más libertades que el propio Kerem Gurkan.
Una segunda esposa era un lujo bien dado.
Terminó de comer el melocotón cuando sintió un sabor amargo en la boca. Pudo haber culpado a la fruta por ello, pero no fue así. Su boca se amargó en cuanto una presencia se sentó a compartir la pequeña mesita de descanso, provista de una lujosa sombrilla para evitar que el sol le diera de frente. Se vio tentada a tomar el melocotón y marcharse, pero eso seria complacer a Aygul.
Era su casa y ella no tenía por qué marcharse.
—Le he dicho a mi padre que nos vayamos hoy mismo—dijo esperando que Elif dijera algo, pero obtuvo silencio así que continuó—. No quiero que pienses en mi como una enemiga porque no tengo tales intensiones. A mí me gustaría formar parte de esta casa porque mi corazón está en estas paredes y en cualquier otra donde resida Ruzgar. Tal vez no lo sepas, pero antes de que todo esto pasara, pensé que podríamos casarnos. Luego llegó tu compromiso con él y…Bueno ¿Quién es capaz de cuestionar una orden del Mudur?
Elif volteó hacia ella.
¿Acababa de insinuar que estaba enamorada de él?
—No quiero escucharlo.
—Y yo creo que es importante que lo sepas porque no deseo formar una guerra ni vivir entre incomodidades. Eres joven y la ausencia de una madre puede confundirte, así que seré clara contigo. No veas en mi una rival. Yo no estoy interesada en administrar una casa o en que se me reconozca como la esposa de Ruzgar Arslan, me interesa lo que él sienta por mi y lo demás, esta de más. Puedes gozar de los atributos de ser la primera esposa, eso no me molesta. Entiendo perfectamente quien eres y te respetaré como tal. Para ninguna de las dos seria cómodo que creemos una guerra dentro de nuestro hogar.
Vaya, Aygul era una caja de sorpresas.
Elif jugó nerviosamente con sus dedos.
—¿Nuestro hogar?
—Ruzgar a expuesto su deseo de tomar una segunda esposa.
—¿A quién se lo ha expuesto?
—A parte del consejo y pronto también al Mudur—informó amargando por completo el día de Elif—. Ha hablado conmigo y con mi padre desde hace tiempo y pronto, una vez que sea aprobado, se llevaran a cabo las formalidades. No quiero comenzar con el pie izquierdo y deseo que me ayudes a que ambas llevemos una buena vida juntas como familia. Tu no le amas, creo que es imposible que algún día puedas siquiera sentir afecto por él después de lo que pasó. Yo creo que lo que hicieron contigo fue una crueldad más que piedad…