La pobre chica dio un respingo al escuchar su voz.
Debía tener un pesado cargo de conciencia.
—Una pluma.
—¿Te escribes con algún enamorado? —preguntó burlón afirmando su espalda al asiento en forma relajada y haciendo girar la pluma dorada con destreza entre sus dedos. La chica apareció entre los estantes de libros que servían más de decoración que de lectura y de inmediato, no le pareció tan divertido. Tenía un vestido tan corto que estaba seguro de que si se daba la vuelta iba a poder verle medio trasero, pero por suerte y pudor tenía encima el batón de seda que lo complementaba, pero abierto, con las tiras cayendo a los lados y dejando ver sus pezones sobre la tela delgada y casi trasparente.
—No.
Su respuesta fue convincente y seria. Ruzgar sonrió.
—Era una puta broma.
Bajó la mirada y se dio cuenta que estaba descalza. Caminó hasta él y sin recato, se acuclilló para robar de sus cajones la pluma y el papel que parecía estar buscando con ansias. Fue un castigo, porque movió un poco la bata para no estar tan incomoda y reveló que sus pensamientos fueron al clavo. El vestido si se levantaba y dejaba al aire una ropa interior de encaje n***o que hacia juego con ese mortal conjunto.
¿Lo estaba haciendo a propósito?
Cuando no encontró nada, buscó en la mesa y casi se inclina sobre su cuerpo en la búsqueda. Debía estar bromeando. Los ojos del hombre de mantuvieron fijos en cada movimiento de su cuerpo sin despegarse un solo segundo porque se perdería la forma en como sus pechos se apretaban contra la seda.
—¿En serio no tienes una pluma?
Levantó su mano y le mostró.
—Tengo una, pero es mía.
La observó y después negó.
—Gracias, supongo.
—Pudiste usar un pretexto mejor.
—¿Pretexto?
—Bueno, vienes casi medio desnuda a verme, eso debería indicar que estas en busca de algo—aseguró provocando que Elif sonriera sin poder creer lo que le estaba diciendo. Pudo haber intentado seducirlo, pero habría puesto más empeño. Ahora solo estaba en búsqueda de una pluma para terminar su dibujo de tinta azul. Estaba así, porque pensó que al ser media noche no se encontraría con los ojos curiosos de nadie y, además, esta era la ropa común con la que dormía.
—¿Piensas que buscaba seducirte?
El levantó su mano y la señaló de pies a cabeza.
—Pareces vestida para ello.
—¿De verdad? ¡Me halagas, Arslan! —dijo divertida mostrando sin descaro su bata de dormir—Lamento mucho decepcionarte, pero esta es la ropa con la que duermo usualmente. Tal vez no te hayas dado cuenta, pero estoy volviendo a ser yo misma y amablemente me disté tus tarjetas así que la usé para comprar ropa linda. No creas que el mundo gira a tu alrededor, porque, aunque dijiste que soy inmadura, tengo la suficiente astucia como para seducirte si me lo propongo.
—Pareces confiar demasiado en ti misma.
—Tendría menos—inquirió—, pero me ves como un león mira a la carne.
—Estas confundida.
—Seamos adultos—pidió poniendo su mano sobre su cintura—. Si se me antoja una noche entretenida soy lo suficientemente firme como para acatar mis deseos. Como eres mi marido, no te molestaría que entre a la habitación y me suba en tu regazo. ¿Es tinta azul?
Se refirió a la pluma, pero el hombre no dejaba de verla.
Notó que sus ojos sutilmente abandonaban sus ojos y bajaban hasta sus pechos. Estaba más serio de lo común y no lo culpaba, porque nada más al asomarse notaba los números que iban y veían en las hojas. Tener dinero era un tema de estrés, especialmente porque debía cuidarse.
—No—fue tajante en su respuesta.
—Una pena, Arslan. Te dejaré terminar con tu trabajo. Te noto tenso.
—No vas a ser una buena esposa que se ofrece a ayudarme.
—No soy buena con los números.
—Pero eres buena para quitar la tensión—propuso observándola de forma más intensa y haciendo que todos los pensamientos que tuvo anteriormente se materializaran ahora que la tenía delante. Cualquier rastro de diversión en Elif fue borrado al sentir la intensidad de su provocador tono. Giraba la pluma en sus manos y ella se puso tan inquieta que tragó saliva. Ruzgar afirmó su codo a la pierna y su mano se mantuvo en su barbilla observándola con intensidad. El vestido se pegaba demasiado y parecía muy apretado en la parte de los muslos. No había nada en la imaginación. Sin romper el contacto visual, le dio una respuesta inesperada y tajante también.
Solo necesitaba que se acercara otra vez…
Elif tuvo la sensación de que iría tras ella, se lo dijeron sus hambrientos ojos.
—Es tarde. Deberías ir a dormir.
El batón color n***o se ondeó cuando ella le dio la espalda y se dirigió a su habitación. Fue increíble, como ni siquiera rompiendo el contacto visual la tensión abandonó el estudio. Ruzgar lanzó la pluma sobre los papeles sabiendo que era imposible que volviera a concentrarse en ellos. Tardó veinte minutos viendo una hoja sin encontrarle el sentido y después subió a su habitación siendo sabedor de que, al día siguiente, tendría que retomarlo. Descalzó se dejó caer sobre las almohadas y se afirmó al respaldo de la cama.
Acarició su sien. Estaba formándose un gran problema.
Abrió el primer botón de su camisa para poder respirar mejor y cerró sus ojos debatiendo que algo estaba mal con él. Había sido un polvo de una vez, pero se notaba ansioso de repetir. Quiso culpar a sus lindos labios de ser la fruta tentadora, pero fue más que su boca. Tardó dos días en olvidar la fragancia que emanaba de su piel y era como rosa de Damasco. Enojado de tener deseos contenidos por una mujer que dormía a veinte metros de él y con la muralla que significa abrir una sencilla y débil puerta, se quitó el reloj. Podría entrar a la habitación sin dar explicaciones, era su esposa, es más, podía exigir que durmiera en su cama porque eso era parte del trato, pero iba en contra de su orgullo.