La ama de llaves se acercó a Alev, quien bajó la mirada. ¿A caso le había mentido en algo? Fue clara cuando la dejó entrar en aquella casa como con todas las demás. La paga era buena, pero lo que se veía allí era secreto, tanto que era preferible llevarse cualquier escenario visto a la tumba, antes de narrarlo a alguien en el exterior. Ruzgar era claro. No había nada que valorara más que el silencio y la discreción. —Tengo un hijo… —No es el maldito niño lo que me preocupa—espetó Ruzgar. El filo le hizo arder la piel. —¡Tengo un marido! ¡Tengo un marido! —confesó, pero no fue lo único que salió de su boca—. Se fue hace mucho tiempo. No se donde está ahora. Yo estaba embarazada y el simplemente se esfumó. Dejé a mi hijo con mi madre y me vine trabajar para poder ofrecerle educación

