MARIE
Era desesperante lo que sucedía, pero quedarme sin hacer nada era peor. Regresé a ver la mirada de mi pequeño ángel que dormía tan tranquilamente, sé que para él, este mundo es más difícil, todo es cruel. Él no comprende lo que le pasa, no conoce la maldad del mundo, solo conoce su exterior y no es de su agrado, no lo culpo, ni a su padre. Ahora ya no era el momento de encontrar culpables, si no de enfrentarlos, de solucionarlos. Por mi y por él.
Era extraño volver a estar caminando por las calles como mendiga, cuando hace algunas horas era parte de la burocracia; creo que así funciona esto, a veces estas abajo y otras arriba, hoy me tocó nuevamente estar abajo. Mi pequeño era capaz de poder dormir tranquilamente sin los ruidos ensordecedores de los automóviles durante las mañanas, sin los silbatos, sin gritos. Era feliz con la vida libre, despejada. Esa era mi respuesta.
El campo.
Así que tengo que regresar a casa, con mis padres, pero ¿con qué cara podré verlos?, me había ido de casa y jamás volví a tener comunicación con ellos. Me sentía en aquellos momentos más perdida pese a saber muy bien lo que tenía que hacer.
Tenía el efectivo limitado. Aún, no era capaz de comprender cómo es que él, nos había abandonado, ¿cómo fue que rechazó a su propia sangre?, ¿cómo tuvo el valor de no verlo como igual, cuando mi niño solo ve y siente el mundo de diferente manera?. Aún veo la escena y no puedo contener las lágrimas. Me sentía impotente, vulnerable, pero no me podía doblegar.
La estación estaba abierta, me acerqué a la ventanilla con mi niño en brazos, aún dormido, mi única maleta en el suelo, con tan solo lo necesario. El joven que se encontraba atendiéndome estaba cansado, pero aún así me atendía con una sonrisa, le pedí dos pasajes; pero me informó que la ruta que solicitaba, estaba retirada de donde yo la requería y la ruta más cercana estaba fuera de mi alcance, la decisión tendría que ser rápida.
Pedí los dos boletos a una de las llanuras que recordaba en el momento que me fui de casa, era lo único que tenía de opción, tendría que llegar, buscar donde alojarme lejos del pueblo, lejos de todo aquello que pudiera perjudicarlo. Sin embargo, antes de pensar en cualquier cosa, tenía que pensar en que este sería mi primer viaje con él y no sería fácil, así que le expliqué al caballero que necesitaba un lugar donde poderme sentar, lejos del silbato del tren o mi hijo se desesperaría por el ruido. Me asignó los boletos en el último vagón de pasajeros.
No estaba lista, pero había que seguir el curso.
El tren partía en algunos minutos, suficiente para poder conseguirle algo para merendar en el camino. Una joven con una vestimenta algo sucia vendía algunas semillas; se que muchos despreciaban su mercancía, pero era difícil poderla juzgar ante mi actual situación. Compré algunas y me retiré, no sin antes decirle que las cosas mejorarían. Yo sabia que así sería.
El silbato comenzaba a hacerse presente y mi pequeño abrió los ojos, comenzó a moverse un poco agitado por el sonido mientras se tapaba los oídos.
-No pasa nada cariño, es un tren. Y hoy viajaremos en el- le dije tranquilamente.
Sus ojos reflejaban miedo. Salimos al andén, ya la gente estaba formada para subir a sus respectivos vagones, me detuve unos pequeños minutos para poderle mostrar a mi pequeño la majestuosidad iluminada a las luces de las velas.
Mi niño parecía no estar muy contento, pero ya no había vuelta atrás, esta sería nuestra aventura.
Abordamos el vagón, era modesto, era la clase económica, así que no podía compadecerme, solo aceptar las butacas maltratadas. Respiré profundamente, visualicé el número de mi asiento, así que, me después a situarme en mi lugar; me situé en la parte de atrás, acomodé mi valija y coloqué a mi pequeño en la ventana, sabía que podía ser un error sin embargo, quería que lo tomara como una aventura, con una sonrisa y sin temor.
El silbido del silbato anunciaba la salida, aquello alertó a mi niño, quien comenzó a moverse de forma agresiva, mientras que con sus manos solo tapaba sus oídos. Lo abracé, le di un beso e intenté calmarlo, platicándole sobre el campo que era a dónde iríamos, le platiqué de las aves, le especificaba los árboles y cómo el viento, era capaz de mover las hojas de este, pero el silbato sonaba en repetidas ocasiones. Me era difícil, aunque no imposible, la gente me observaba, se que ellos no entendían lo que sucedía aún así esperaba con fervor que jamás pasarán por aquello.
El ruido cesó y lo único que había era el sencillo ruido de las ruedas, mi hijo comenzó a relajarse, dejándome respirar con un poco más de libertad. Comencé a acariciarle el cabello, como cuando era un bebé, sabía que eso siempre lo relajaba y no me equivocaba, aquel pequeño ángel comenzó a dormir nuevamente. Aún no amanecía así que era algo bueno, tendría algunas horas para poder relajarme.
Mis lágrimas se deslizaban por mis mejillas en silencio. Era un nuevo comienzo, ¡tenía que ser fuerte!, me repetía una y otra vez, pero parecía no ser reconfortante, todo era muy reciente, tenía que tomar fuerza, aún cuando ya no supiera dónde encontrarla.
Él cansancio me atrapó. Solo cerré mis ojos y todo desapareció.
Me desperté inmediatamente al no sentir la cabeza de mi hijo sobre mi regazo, pero verlo en la ventana me dio un respiro, no me esperaba aquello, mi pequeño estaba entusiasmado con los paisajes que veía, me parecía increíble que algo tan sencillo fuera capaz de llamar su atención, era mágico. Lo amaba.
El viaje era largo, pero esperaba que para el atardecer estuviéramos llegando a aquel pequeño pueblo, esperaba que la posada en la que me había hospedado en aquella ocasión estuviera disponible, solo tendría para una sola noche, pero sería suficiente para lograr encontrar algo en que trabajar.
Durante el día mi pequeño estuvo tranquilo, se entretenía con facilidad con un pequeño juguete de madera que una de las señoras le regaló. Era un buen niño mientras el sonido no fuera alarmante.
-tranquila, déjalo ser él, es la única manera en la que el va aprender del mundo- me dijo una mujer adulta que estaba en los asientos contiguos. Mientras veía cómo lo controlaba cuando el sonido del silbato se hizo presente. Me parecía casi imposible ver a mi hijo tan tranquilo, ajeno al ruido, estaba tan centrado en el juego, era como si estuviera analizando cada posición, cada detalle de aquel juguete. -No lo trates como si fuera diferente, como si fuera una enfermedad, por qué no lo es. Él siente tu desesperación, tu miedo. Así que no dejes que eso te manipule. –
-con todo respeto, usted no entiende-
-creo que darte lástima no funciona, hay una francés que se llama, deja recuerdo, Pestalozi, él dice que todos los niños aprenden a su tiempo con dedicación, no importando su situación, igual puedes informarte sobre su método pero dale la oportunidad al niño- me decía mientras yo solo soportaba la idea de querer llorar- No conozco tu situación pero ten paciencia, se fuerte-
Nos invitó algunos bocadillos que vendían en el vagón, platiqué un poco con ella, pero más que sorprenderme por su vida lo hacía por la forma en que interactuaba con Alexander, fascinante. Sabía cómo hablarle, tranquilizarlo, para mí era una batalla continua desde que había cumplido los dos años, estaba maravillada de verle tan feliz como lo había sido desde tal vez mucho tiempo.
Las horas pasaban tan rápidamente y ella me hablaba de su cariño hacia los niños y cómo le gustaba aprender nuevas técnicas sobre infantes con dificultades, que a lo largo de su vida había trabajado como enfermera en un hospital infantil y que le impresionaba lo que veía, que esa era la razón por la que ahora se encontraba viajando a Francia, para poder empaparse sobre el tema y presentar su propia tesis. Encontraba fascinante el cómo había mujeres que salieran a dar más que un solo estar postradas a las labores del hogar. Yo sencillamente no quería comentarle nada de mi, la verdad me sentía avergonzada de quien era, últimamente me encontraba recriminándome más que admirando lo que hacía.
Ser una joven de la clase humilde, huir para comenzar de nuevo, enamorarse de un joven bien posicionado, formar una familia y perderlo todo, era a mi parecer una de las historia más tristes que habría escuchado en mi vida, era humillante no tener una visión de poder lograr más, si no solo cerrarme a lo de siempre, no me enorgullecía, pero lo hecho hecho estaba y ya no podía hacer otra cosa que ir hacia adelante.
El ocaso se asomaba, estábamos cerca de nuestro destino, el silbato comenzó a soñar, y el andén se veía desde mi ventana, los ojos de mi pequeño se iluminaban al ver más árboles y más pasto de lo que había en casa. Esperaba que de verdad esté fuera un buen cambio para él, tal vez inclusive para ambos.
El tren se había detenido, era hora de bajar, recogí mi única valija y tomé a mi hijo de la mano.
-recuerda lo que te dije- me dijo aquella mujer- mucha suerte-
-Gracias-