2. Confesiones.

1894 Palabras
Capítulo 2. Algunas confesiones. Ambos se quedaron en silencio por un momento, mirándose el uno al otro. Maia sabía que debía romper la conexión, encontrar una excusa para salir de ahí, pero había algo magnético en la presencia de Vicenzo que la hacía incapaz de moverse. Finalmente, fue Vicenzo quien rompió el silencio. -- Bueno, Maia, ¿te gustaría acompañarme a cenar? Estoy seguro de que la comida aquí es mejor que cualquier cosa que haya probado antes – La invitación la tomó por sorpresa. Maia miró alrededor, buscando desesperadamente una salida. Pero sus amigas no estaban ahí para rescatarla, y salir corriendo de ahí, habría sido demasiado sospechoso. -- Claro, suena bien – le respondió con una sonrisa nerviosa, sabiendo que acababa de cruzar una línea de la que no podría regresar. El restaurante privado era tan lujoso como el resto del hotel. Maia apenas podía concentrarse en el menú; su mente estaba completamente absorta en el hombre que tenía frente a ella. Cada movimiento de Vicenzo era elegante, cada palabra cuidadosamente calculada. Y, sin embargo, había algo en él que parecía... vulnerable. -- "Solo es una cena, Maia. Relájate" – se volvió a repetir mentalmente por tercera vez. Ella se repetía mentalmente que debía relajarse. Sin embargo, las cosas habían tomado un giro inesperado desde el momento en que aceptó cenar con él. Esa noche no solo enfrentaría a su esposo, sino que descubriría si la promesa que le hizo a su madre en el lecho de su muerte tenía algún significado real para el hombre que tenía en frente. Maia lo recordaba vagamente de las pocas fotos que había visto años atrás, incluso antes de su boda aparecieron muchas noticias sobre él, algunas no muy buenas. Pero después de aquello, había dejado de aparecer en escena, ningún periodista podía conseguir una imagen exclusiva de él, sin que antes su personal de seguridad les rompa la cámara en mil pedazos o los amanece con una demanda millonaria, era por ese motivo que Maia no tenía una idea de cómo se veía Vicenzo Grimaldi en la actualidad. Pero ahora al estar sentada frente a él todo era diferente. Diferente y demasiado peligroso. Ahora, con el corazón acelerado y los nervios al límite, sabía que no podía cometer errores. Él no podía reconocerla, aunque todo indicaba que no lo había hecho, nada le decía que las cosas continúen asi. Había algo que resultó extraño para Maia, y fue sentir una especie de molestia o decepción al darse cuenta de que él ni siquiera reconoció su nombre. -- Entonces, Maia, ¿Dime algo de ti? – le preguntó Vicenzo mientras ojeaba la carta. -- ¿Qué haces en tu tiempo libre, además de aceptar citas ocasionales? – Maia rio suavemente, aunque su nerviosismo aún era evidente. -- ¡Oh no! No piense que acostumbro a hacer esto. Ya le dije que fue algo inesperado – Vicenzo levantó la mirada del menú, sorprendido. No pensaba que fuera real el primer comentario que hizo la jovencita. -- Normalmente estoy ocupada con mis estudios. Todavía estoy en la universidad, estudiando literatura – luego de haber dicho aquello se arrepintió, se suponía que debía parecer alguien mayor y ahora prácticamente había revelado su edad. -- ¿Literatura? Eso no lo esperaba – la observó con atención. -- ¿Por qué? – le preguntó ella, arriesgándose a mantener la conversación. -- No lo sé. Supongo que esperaba algo más... convencional, como administración de negocios o derecho. La literatura me parece... romántica e idealista. No es algo que se vea mucho en estos días – eso mismo le había dicho su madre cuando ella mencionaba su deseo de estudiar aquella carrera, Maia sonrío al imaginar que quizás las palabras de su madre estuvieron influenciadas por ese hombre… -- ¿Y qué tiene de malo ser romántico e idealista? – replicó Maia, sorprendida por su propia audacia. Vicenzo dejó el menú a un lado y la miró directamente, de una manera intensa que podría desnudarla por completo. -- Nada de eso. De hecho, creo que es refrescante. Quizá incluso admirable – Maia sintió que su corazón daba un vuelco. ¿Era esto real? ¿Estaba teniendo una conversación genuina con el hombre que había sido su esposo durante dos años, aunque él no tenía idea de quién era ella? -- ¿Y usted, señor? -- le preguntó, intentando desviar la atención de sí misma. -- Vicenzo, puedes llamarme asi por favor – le aclaró él, -- Me imagino que no debe estar comprometido, sino no tendría que acudir a mis servicios como compañera – soltó ella y muy pronto salieron las palabras de su boca se arrepintió de haberlas hecho. -- ¿Qué hace cuando no está trabajando? – dijo apresurada, esperando que no respondiera la primera pregunta que le hizo, pero Vicenzo la sorprendió al hacerlo, -- Estoy solo, no tengo una prometida y rara vez tengo tiempo para hacer algo más que trabajar – él dejó salir una risa casi amarga al terminar. -- Pero… cuando tengo tiempo libre, me gusta leer. Obviamente nada demasiado romántico, por supuesto. Más bien me gusta leer sobre actualidad, algo de economía y… – prefirió callar, no quería aburrir a la joven. El rostro de Maia parecía una caricatura, escucharlo decir que estaba soltero fue demasiado. Ella lo observaba molesta y furiosa, quería darle un merecido por haberla olvidado, incluso en ese momento se sintió la amante de su propio esposo. -- ¿Parece que tenemos algo en común no Maia? – le preguntó su rostro mostraba una sonrisa divertida ahora, -- ¿Cómo? – Maia estaba a punto de salir corriendo, pensando que estaban a punto de descubrirla. -- Así es, a los dos nos complace leer – Maia respiró tranquila y asintió sorprendida de lo fácil que se sentía hablar con él. La conversación fluyó de manera natural, algo que Maia no había esperado en absoluto. Cada palabra que intercambiaban la hacía sentir más conectada a él, aunque sabía que estaba jugando un juego peligroso. Cuando la cena terminó, Vicenzo la acompañó hasta la entrada del hotel. Maia sentía que su mente estaba dividida en dos. Una parte de ella quería decirle la verdad, enfrentar la situación y revelarle que era su esposa. Pero la otra parte, la que estaba impulsada por la rabia y la curiosidad, le decía que guardara el secreto. Mientras esperaban que su coche llegara, Vicenzo se volvió hacia ella. -- Maia, me gustaría volver a verte. ¿Aceptarías acompañarme a otro evento mañana? –Maia sintió que su corazón se detenía. No sabía qué decir. Decir que sí significaría profundizar aún más en esta mentira, pero decir que no significaría alejarse de él para siempre y ella todavía quería averiguar en que parte de su vida estaba su esposa. Finalmente, respiró hondo y aceptó. -- Claro. Me encantaría – le respondió. Vicenzo sonrió, una sonrisa que parecía genuinamente feliz, y Maia supo en ese momento que había tomado una decisión arriesgada. Pero ya no había vuelta atrás. Maia regresó al departamento con el corazón acelerado y la cabeza llena de pensamientos. En cuanto ingresó, cerró la puerta con más fuerza de la necesaria. Su respiración aún era pesada, y sus mejillas estaban encendidas de puro enojo. Todo lo que quería era meterse en la ducha, borrar el rastro de ese día y olvidarse de que Vicenzo Grimaldi existía. Sin embargo, lo peor de todo era que no podía ignorar cómo, a pesar de su rabia, había sentido su corazón latir más rápido cuando él la miraba con esa intensidad que la hacía temblar. -- ¡Por fin llegas! – gritó Juliana desde la sala. Su entusiasmo no dejaba espacio para que Maia pudiera siquiera quitarse los zapatos. Antes de que pudiera moverse, Sara salió de la cocina con una taza de café en la mano, sus ojos brillando de curiosidad. -- ¡Cuéntalo todo amiga! – le dijo Sara, casi saltando en el lugar. -- ¿Cómo te fue? ¿Qué tan horrible fue el castigo que te pusimos? – -- Chicas, no quiero hablar de eso ahora —murmuró Maia, soltando el bolso sobre el sofá mientras intentaba zafarse de su ropa como si le quemara la piel. -- ¡Ni lo pienses! – Juliana se interpuso en su camino, bloqueando la puerta de su habitación. -- No vas a esconderte hasta que nos cuentes todo lo qué pasó. -- Maia resopló, apretando los labios para no soltar algo que pudiera delatarla. Ellas no sabían nada. Nunca les había contado que estaba casada, mucho menos que su esposo era un CEO multimillonario que acababa de convertirse en el centro de su humillación más grande. -- ¿Por dónde empiezo? – les dijo finalmente, dejando caer los hombros en señal de rendición. -- Fue… incómodo, por decir lo menos – -- ¿Incómodo? – repitió Sara, frunciendo el ceño mientras le daba un sorbo a su café. -- ¿Eso es todo lo que tienes para decirnos? – -- ¿Qué esperabas que dijera? – le respondió Maia, cruzándose de brazos. -- Me presenté, cumplí con la apuesta, y eso fue todo – -- Eso no puede ser todo – Juliana entrecerró los ojos, claramente desconfiada. -- ¿Te trató mal? ¿Te hizo algo? Porque si ese idiota te faltó al respeto, no me importa quién sea, voy a buscarlo – Maia sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Claro, Juliana no lo sabía, pero no había forma de "buscarlo" al menos no sin antes meterse en un mundo que ninguna de ellas conocía. Vicenzo no era solo un hombre cualquiera, era un Grimaldi, un CEO Intocable. -- No fue eso – le dijo Maia rápidamente, evitando la mirada de sus amigas. -- Es solo que… bueno, me trató como si fuera una extraña. Aunque mostró algo de interés al preguntarme que hacía en “mis tiempo libres”. Como si yo me dedicara a acompañar tipos en todo momento – exclamo furiosa. Sara arqueó una ceja. -- ¿Y qué esperabas? Eras una dama de compañía querida. Una apuesta perdida para nosotros, pero nadie más tenía porque saber quién eres tú. Los hombres son así Maia, suelen ser insoportables. Seguro era un viejo millonario arrogante que no sabe cómo tratar a una mujer – Maia apretó los dientes. Sara no estaba tan lejos de la verdad, solo que su esposo no tenía nada de viejo, al contrario, era relativamente joven y demasiado atractivo, pero tampoco podía decirles que ese "millonario arrogante" era precisamente su esposo. -- ¿Al menos era guapo? – le preguntó Juliana, tratando de suavizar el ambiente. Maia no pudo evitar que su mente la traicionara con un recuerdo de Vicenzo, con su mirada cuando se sintió desnuda, con su porte imponente… esa mirada que parecía atravesarla, esa sonrisa segura que tanto la había irritado. Era demasiado guapo, y eso solo la hacía enfurecer más. -- Supongo que sí, si te gustan los tipos que se creen superiores a uno – le respondió con un tono ácido, aunque sus mejillas la delataron al ruborizarse. -- Eso suena a que sí era guapo – dijo Sara, divertida. -- Viejo y demasiado guapo – opinó Juliana. -- ¿Y qué pasó después? ¿Solo te presentaste y ya está? –
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