Capitulo 5

1647 Palabras
Capitulo 5 —Sí, Maestro —asentí. —Si lo pisas, te cortaré el pellejo. — Me estremecí, su frase no tenía ni pizca de humor. Tragué saliva y él me miró. —Lamentablemente Lidia creo que una advertencia no es suficiente. Creo que un castigo es lo que corresponde, así que puedes entender que no estoy bromeando y lo que pido espero que se cumpla exactamente como digo.— Esto no sonaba bien. Mi cabeza estaba acelerada, necesitaba disculparme. Decirle que había sido un malentendido y que nunca volvería a suceder. Debía recordar llamarlo Maestro. Sin embargo, no había tiempo. Me llevó al dormitorio. Estaba demasiado sorprendida para resistirme. Además, no se consigue mucho en cuanto a venganza o escape con un hombre tres veces más grande que uno. Me arrojó boca abajo sobre la cama. Era una cama vieja. El marco estaba hecho de hierro forjado resistente, del tipo que luego supe que prefería porque se adaptaba a sus inclinaciones en el dormitorio. Me arrastró con rudeza por el colchón y me obligó a doblar las rodillas para tocar el suelo, sacó mis muñecas hacia delante y comenzó a atarlas al otro lado del marco de la cama. Acepté con mudo horror y sorpresa. Una parte de mí, a través del miedo a lo desconocido, estaba muy excitada por lo que me estaba haciendo. ¿No era algo similar a lo que le había hecho a Dion y Jeff en el patio de la escuela? Sin embargo, esta vez estaba probando el otro lado. Esa era la parte con la que no estaba tan segura de sentirme tan bien. Nunca me había atado antes de ese día. Ni siquiera lo había insinuado. ¿Estaba siendo cuidadoso? ¿Pensaba que podría haberme asustado? Luché un poco, confesando que, a pesar del miedo y de sus siniestras palabras, esto me había excitado bastante. También me ató las rodillas. No podía cambiar de posición ni darme la vuelta. Ya me habían azotado antes, pero nunca me habían atado. Me había atado con mucha habilidad y muy fuerte. Las cuerdas ya empezaban a doler. Lo miré a tiempo de que me metiera a la fuerza en la boca una prenda sucia que había recogido del suelo. Me sorprendió mucho que lo hiciera sin que yo opusiera casi ninguna resistencia. Era asqueroso y me sentí asqueada. Observé con horror cómo se quitaba el cinturón de la cintura, sin detenerse apenas antes de golpearme con él en el trasero descubierto. Grité y babeé en la mordaza. Esto sí que me dolió. Mis ojos se ponían en blanco con cada nueva caricia. No soy buena con los números, no pensé en contar las caricias. Ni siquiera estoy segura de querer hacerlo. Me pregunté cómo iba a poder soportar esto y por qué demonios lo había desafiado e incluso había salido a la calle en primer lugar. Mi trasero estaba rojo y dolorido. No, no solo rojo brillante, sino que exudaba un calor aterrador. En algunos lugares mi piel no había podido soportar las vendas, y estaba rota y exudaba no sangre sino un líquido transparente. La primera etapa antes de que me sacaran sangre real. Finalmente se detuvo. No era más que un desastre tembloroso en la cama. Mi cara enterrada en la colcha empapada en lágrimas dolorosas y mi baba. Ya no podía sentir las cuerdas ni siquiera mis manos. Todo lo que existía era mi trasero muy dolorido, oh, y Dios, estaba dolorido. No podía mirarlo. Me sentía confundida y asustada. Nunca me había gustado mucho y nunca me había sentido totalmente cómoda con el papel que debía desempeñar sexualmente como mujer. Me sentía desaliñada e inferior a él, y él solo lo había acentuado aún más. Dejé que me desatara de la cama. Afortunadamente, no me dejó allí con la incomodidad. Me dolía la boca cuando me quitó la mordaza improvisada. Mis sentimientos eran tan encontrados que estaba demasiado fuera de mí para llorar. Oí que mi padre me advertía que llorar no serviría de nada. Tenía razón. —No lo vuelvas a hacer.— —No, amo —logré decir con la boca seca, en un susurro. No respondió, sino que salió a buscarse una cerveza... ***** Al día siguiente me senté en silencio y en dolorosa contemplación. Como apenas podía sentarme y estar de pie no me hacía sentir mejor, tenía que darle sentido a todo. ¿Por qué hacía eso? ¿Por qué? Intenté limpiar un poco más, pero el progreso era lento. A medida que avanzaba el día, me di cuenta de que no podía haber visto mis huellas. Había hecho viento y cualquier rastro de mi excursión ilegal se habría borrado hacía mucho tiempo. ¿Cómo lo sabía entonces? Se me revolvió el estómago al pensarlo un poco más. Empecé a repasar mentalmente la situación. Tal vez él no sabía si yo había estado afuera, sólo lo sabía porque yo, la estúpida que soy, había confesado casi tan rápido como él me había acusado. Quería darme una bofetada. Esto era tan estúpido. Si le hubiera dicho que no había salido a mentir, me habría evitado todo ese asunto doloroso. Mi padre siempre me había enseñado a ser valiente, a cuidar de mí misma, a luchar mis propias batallas y, si decidía mentir, a hacerlo de manera convincente. Parecía ir en contra de lo que Frej quería, pero en realidad todo aquello era una tontería. Para demostrármelo a mí misma, me acerqué a la puerta y puse la mano en el pestillo. Estás persiguiendo sombras, estúpida. Él no tiene ni idea de si sales a la calle, así que demuéstramelo a ti misma. Sentí una punzada de miedo cuando abrí la puerta. No había nadie allí para verme. Sin embargo, decidí que no podía cruzar la línea imaginaria que había dibujado junto al borde de la alfombra. No es que todavía estuviera allí. En lugar de eso, me quedé allí parada en el umbral y, después de un rato, volví a cerrarlo. Volví a mi limpieza. Es comprensible que no haya hecho mucho ese día. ***** Esa noche, aunque me dolía mucho, logré arrodillarme, llamarlo amo y hacer lo que él quería. Descubrí que esta vez me reí menos, aunque en mi mente seguía siendo una especie de juego inusual y extremo. Estaría bien si él fuera un poco más amable. Todavía me dolía muchísimo y me quedaba mucho tiempo sola en la cocina, algo que descubrí en los últimos años que pasé con él y que hacía a menudo. Él miraba las noticias por televisión, algo que yo intentaba evitar con ahínco. También bebía. Podía beber mucho alcohol, sobre todo los viernes. Me volvió a llamar. Esta vez sentí una punzada en la boca del estómago, como si el miedo me mordiera. Cuando doblé la esquina, me miró fijamente. Tuve que confesar que de repente sentí miedo, un miedo realmente abrumador. Deseé no estar allí en ese momento y que él ni siquiera hubiera dicho una palabra. —Sobre mi rodilla. —dijo con voz fría. ¡Uh, uh, de ninguna manera! Retrocedí. —¡Sobre mi maldita rodilla! —gritó, con el pelo sobre los ojos como una cortina deshilachada. Me apresuré e hice lo que me pidió. Me quedé allí congelada, muy consciente del tamaño de su enorme muslo musculoso que fácilmente sostenía todo el peso de mi cuerpo en alto—. ¿Por qué saliste? ¡Oh, mierda! No, no te asustes, solo miente, no es mentira, solo abriste la puerta. Eso no es salir afuera de verdad. —No lo sé, Maestro —reuní el coraje para responder. Ahí, él no lo sabe, no seas tan estúpido. Él no puede saberlo. —Mentirosa zorra —susurró por encima de mí. Su mano bajó con toda su fuerza sobre mi trasero magullado y lloroso. Su otra mano se plantó firmemente en el centro de mi espalda para evitar que me levantara, de la misma manera que mi padre elegiría azotarnos a los niños descarriados. Aullé de dolor y luché por escapar. Me sujetó como si fuera un experto en azotes, sospeché entonces que lo era. —NO... ME... MIENTAS...—acentuaba con cada bofetada. No había ningún vecino cercano, ni un alma que escuchara mi angustia. Lloré fuerte y apasionadamente, y mientras lo hacía me di cuenta, a través de mi dolorosa neblina, de que podía sentir su hombría, dura como una roca, apoyada contra su pierna. Esto lo excitó. todo cuando él estaba en el trabajo. Era una mujer tranquila y diplomática. Al igual que yo, nunca fue muy hábil en la confrontación y muchas cosas quedaron sin decir entre nosotros. Supongo que me visitaba sólo para observar que yo estaba bien cuidada y feliz con mi poco aceptable situación de vida. Si la gente hablaba mal de mí (y estoy segura de que lo hacían), ella nunca lo dejaba entrever. Yo sabía que ella también tenía problemas profundos; a veces, cuando salía del coche, yo veía el ojo morado o el hecho de que había estado llorando lágrimas sin parar. Sin embargo, a medida que pasaban los meses, ella no veía ninguna prueba de que me estuvieran maltratando y parecía satisfecha, incluso feliz por mí. Mi padre nunca me visitaba; parecía que ya no tenía ningún interés en mí. La única vez que lo veía era cuando estaba en el coche con mi madre y, como siempre, tenía prisa por irse. Pasó el invierno y también la primavera. A menudo, mi amo me llevaba con él en su destartalada camioneta de trabajo. Yo era tan feliz a su lado que podría haber sido una limusina. No dejaba de notar cómo lo miraban las otras mujeres. Mujeres mayores, pero él era todo mío. Por primera vez sentí que tenía algo que nadie más tenía, ese corte brillante por encima.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR