Caí al suelo, dejando a un lado mi manta para mostrarle la debida reverencia. Mis dedos rozaron ligeramente sus botas negras. Necesitaba estar cerca de él, conectar con él, aunque fuera de esa forma tan sutil. ¿Cómo has estado Lidia? Levanté la vista. «Muy bien... señor», respondí, aunque no era del todo cierto. Sus ojos tormentosos me miraban fijamente; no tenía miedo en mi desnudez ante él. Me sonrió, pero pude ver la preocupación reflejada en su rostro. Recorrió con sus tristes ojos grises el santuario interior de la casa del Amo, deteniéndose en Odín, quien, como siempre, paseaba por la sala de billar. -Debes estar feliz, ¿Frej te compró un perro? "No es mío, señor. Es de Birgitte". "Oh, bueno, estoy seguro de que todavía lo disfrutas, es una criatura bastante hermosa". "Soy el

