Nos tumbamos sobre la manta, él encima de mí, el deseo ardiendo entre nosotros mientras nos envolvíamos en el fervor de nuestros cuerpos. Sus manos exploraron mi cuerpo con una desesperación que no me asustó; al contrario, quería que descubriera todas esas partes secretas que nadie había explorado. Cada toque, cada caricia, me llevaba más cerca del borde.
Ya no había dudas, no había más miedos. Solo estábamos Nicolás y yo, perdiéndonos en la pasión del momento, entregándonos completamente el uno al otro.
—Eres lo más hermoso que mis ojos hayan visto en toda mi vida —susurró, con un tono más agitado. Ambos estábamos ya desnudos, yo expuesta ante su mirada llena de hambre. Me perdí en la sinceridad de sus palabras y su mirada. —Te he necesitado… demasiado… —confesó. Sonó como una urgencia
