1: El Comienzó

1545 Palabras
Javier. .Ocho años. —Padre —dije, tomando la mano de Julius con firmeza, a pesar de mi corta estatura—. ¿Dónde estamos? Frente a nosotros se alzaba una imponente mansión de piedra oscura, custodiada por guardias discretos y rodeada de una flota de vehículos de alta gama. No lograba entender por qué mis padres, Julius, Simón y mi madre Nicolette, me habían sacado de mi estricta rutina de entrenamiento para traerme a este lugar. Mi ambición de convertirme en el mejor líder requería disciplina inquebrantable, no fiestas sociales. Ellos se habían limitado a decir que era una "celebración", sin más detalles. Mi padre Julius detuvo nuestro avance a media escalinata. —Esta es la casa de mi amigo Masson. ¿Lo recuerdas? —Sí, el señor tenebroso —Mi comentario hizo reír brevemente a mis tres padres. —El mismo. Está celebrando el tercer cumpleaños de su hija. —¿Y por eso me han apartado de mi entrenamiento? —pregunté, sin disimular mi frustración. Julius y Simón intercambiaron una mirada significativa. —Vamos a decirte algo importante, y además... Frederic también está aquí. Al oír el nombre, sentí cómo mis ojos se abrían con una intensidad que no me permitía ninguna fiesta. Si Frederic estaba aquí, la interrupción era tolerable. Él era mi amigo, mi persona preferida, y desde siempre lo he querido. Mis padres nunca habían puesto objeciones. Me habían enseñado que el amor no conoce género; si hay conexión, todo es válido. Aunque solo tenía ocho años, mi mente no era la de un niño. Era avanzada, enfocada en el futuro y en mi destino como líder de la estirpe, tal como Julius. Los juegos, las fiestas y, sobre todo, los dulces, eran distracciones que aborrecía. —Bien, entremos. Reanudamos la breve caminata. Fuimos recibidos por el mayordomo y conducidos a la sala principal, donde los anfitriones nos esperaban. Vi al señor Masson sosteniendo a una niña pequeña. Su piel era morena, su cabello de un n***o profundo y sus ojos... de un verde tan insólito que resultaban casi hipnóticos. —Amigos, gracias por venir —saludó Masson. —No nos perderíamos la fiesta de la pequeña Jehane —respondió mi padre Simón, mientras bajaba a mi hermana menor, Julietta, de sus brazos. —Qué niña tan hermosa —señaló mi madre Nicolette, con una sonrisa genuina. —Muchas gracias, Nicolette. Jehane es preciosa e increíblemente imperativa —Masson miró a su hija con orgullo—. ¿Les gustaría pasar a mi despacho para conversar? —Sí, ya es hora de hablar de ello —sentenció Julius. Sonreí con una sutil victoria. Mis padres se marcharían a sus asuntos y yo, por fin, podría ir en busca de Frederic. —Vamos, hijo —me instó Julius, al notar mi distracción. —No, Padre. Quiero ir con Frederic. —Pronto lo verás. Primero, acompáñanos. A regañadientes, los seguí hasta un despacho. Solo estábamos Julius, Masson, su hija y yo. La atmósfera era pesada y el lugar olía a tabaco y a decisiones. Me molestaba profundamente tener que escuchar sobre negocios de adultos que, por primera vez, no me interesaban en absoluto. Julius se arrodilló, posando una mano sobre mi hombro. —Hijo, hace mucho que deseaba decírtelo, pero eras demasiado pequeño para comprender. —Levanté una ceja, sin entender el preámbulo—. Jehane no es solo una aliada más que tendrás cuando tomes mi posición. Ella te acompañará en ese camino. Miré a la niña. Parecía una muñeca de porcelana, y la fijeza de su mirada verdosa me resultó inquietante. —¿Mi compañera? —Ella será tu esposa, hijo mío. Masson intervino con una solemnidad absoluta. —Ambos están comprometidos a estar juntos. Creemos que podrán ser felices. La noticia me golpeó, pero mi mente analítica reaccionó de inmediato. —No. No quiero casarme con ella. Es muy pequeña y, además, yo ya tengo con quién casarme. Mi padre Julius sonrió, como si hubiera anticipado mi objeción. —Bueno, puedes unirla a tu relación con Frederic. Sabes que siempre te hemos enseñado que el amor no siempre se encuentra en una sola persona, así como tu madre, padre Simón y yo nos amamos. La idea no sonó mal. Mi mente empezó a calcular las posibilidades. —Así es. Jehane es pequeña ahora. Con el tiempo, ambos crecerán. Y cuando eso pase, podrán casarse. Los dos, o los tres, o ustedes dos y otras personas más... Volví a mirar a Jehane. Estaba apegada a la pierna de su padre, mirándome con una mezcla de desprecio y desinterés. Era innegable que crecería hasta convertirse en una mujer espectacular. Sin embargo, la prioridad era Frederic. Debía hablarlo con él y asegurarme de que no tuviera problemas con que Jehane fuera también su esposa. —Tendré que hablarlo con Frederic, pero... creo que está bien que ella sea mi esposa. Julius suspiró, emocionado. —Ay, hijo. A veces olvido lo maduro que puedes llegar a ser. —Tú me has enseñado a no ser un niño. Finalmente liberado, salí del despacho en busca de Frederic. Lo encontré jugando con otros niños, pero en cuanto me vio, abandonó el juego de inmediato. Lo tomé de la mano y lo llevé a un lugar apartado del bullicio, asegurando unos bocadillos antes de sentarnos. Allí, bajo el denso follaje del jardín, creamos nuestro propio mundo. —Frederic —dije, asegurándome de tener toda su atención—. Me casaré con Jehane. Sus hermosos ojos grises se abrieron con asombro. —¿Qué? ¿De verdad? —Sí, pero no ahora, sino cuando seamos adultos. —Miro mi hamburguesa, la cual no me apetecía—. Yo no quiero casarme si tú no aceptas que Jehane sea también tu esposa. —¿Mi esposa? ¿Seremos como tus padres? —Sí. Nos casaremos y tendremos hijos. ¿Quieres casarte con nosotros? Él sonrió, haciendo que sus lindas mejillas se alzaran. —Sí, quiero. Quiero casarme contigo y con la linda Jehane. Es muy hermosa, y me encantan sus ojos verdes. —Tú también tienes unos ojos hermosos. —No tanto como los de ella. —¿Entonces prometes casarte con nosotros? Tomó mi mano y entrelazamos nuestros meñiques, sellando el juramento de la infancia con la seriedad de un contrato ineludible. —Lo prometo. Me casaré contigo y con Jehane cuando seamos adultos. —Viviremos en una casa enorme, como la mía. —Tendremos muchas habitaciones y un gran jardín. —Podremos ver muchas películas juntos y también entrenar. —Y dormir juntos en una cama grande, contando historias antes de dormirnos. —Suena genial. La idea del matrimonio se volvió deseable. Frederic, aunque un año menor, siempre había sido mi ancla. Éramos inseparables desde bebés. La idea de estar lejos me resultaba insoportable, y por eso se lo había pedido a mis padres. Ellos, que ejemplificaban un amor poliamoroso feliz y estable, nunca me regañaron. Si Julius y Simón amaban a mi madre, y ella a ellos, ¿por qué no podría amar yo a Frederic? .Dos años después. —Javier —me llamó Frederic, ahora de nueve años. —¿Qué sucede? —Me quité los guantes. Acabábamos de terminar nuestro entrenamiento de defensa y ataque físico. —Yo... Javier, yo... —Miró sus manos, un gesto de nerviosismo que nunca le había visto—. Yo me iré. —¿Tu padre ya viene por ti? Es muy rápido. Habíamos quedado en que te quedarías en mi casa. —Lo sé, me quedaré, pero solo por hoy. En unos días, me iré. Me iré de París. Levanté una ceja, la confusión congelando mi pecho. —¿Adónde irás? No puedes dejarme tú también. Hacía un año, Jehane también se había ido del país. Su madre vino a buscarla y se la llevó a un destino desconocido. La sensación de abandono volvió con más fuerza. —No lo permitiré. Te quedarás conmigo y no quiero escuchar excusas. Su cuerpo comenzó a temblar. —Debo hacerlo... Mi madre está muy enferma. Debemos ir a que la atiendan en otro país. Mi padre no puede dejarme, ni puede dejarla a ella con desconocidos. Nos vamos por su bienestar. Sabía de la lucha de su madre. Su salud se deterioraba semanalmente, y los médicos de París no encontraban un tratamiento efectivo. Esto sumía a Frederic en una tristeza constante. —Frederic —tomé sus manos —Lo siento, Javier. Uní nuestras frentes. —No te preocupes. Sé lo importante que es tu madre para ti. —Vi cómo las lágrimas comenzaban a caer por sus hermosas mejillas—. Solo regresa cuando ella esté bien. Y cuando eso pase, nos casaremos con Jehane, o buscaremos más novios para amar. —¿Más? Asentí con la cabeza. —Muchos más. Para que puedan amarte como mereces, porque eres increíble y mereces todo el amor posible. Así sabrás lo especial que eres en el mundo. —Javier —Me abrazó con una fuerza desesperada, su llanto inconfundible. Me quedaría solo, de la misma forma en que ellos se quedarían solos. Aun así, juré para mis adentros que los tendría conmigo. Haría que fueran tan felices que no habría ni un solo día en el que no pudieran sonreír.
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