Roberta Franco era cada vez más una Rebecca perfecta, lo sabía por la manera en que todo el mundo susurraba de ella, y por la manera en que ese hombre la veía cada día, era como si él dudara de quién era ella en realidad; pero, sobre todo, lo sabía al mirarse en el espejo y dudar de quién era a quien ella veía.
Era curioso cómo, siendo tan parecidas, ellas daban vibras completamente diferentes, tanto que, ahora que había aprendido tanto de Rebecca, le costaba trabajo recordar cómo era comportarse como sí misma.
En más de alguna ocasión, sobre todo cuando veía su reflejo en alguna parte, o cuando reaccionaba instintivamente a un nombre que definitivamente no era el suyo, Roberta se sintió como si fuera la Rebecca Morelli a la que tanto se había esforzado por imitar.
Ahora, tras mucho esfuerzo, la falsa rubia se sentía mucho más real que la Rebecca real que como una copia, porque incluso era ella a quien todos llamaban Rebecca, y no a la mujer que, en su cama, se veía cada vez menos real.
Sin embargo, Roberta se dio cuenta de que su mayor problema no era ser Rebecca Morelli, sino que se le estaba olvidando ser Roberta Franco, de quien ahora solo se acordaba de vez en cuando, en la soledad de su habitación y la oscuridad de la noche, su conciencia le reclamaba por olvidarse de sí misma; era entonces cuando lloraba amargamente por sí misma.
—Trastorno de identidad disociativo —leyó en voz alta algo que encontró en el buscador de internet y luego suspiró—. Parece que ya me volví loca.
Dicho eso, como muchas noches atrás, lloró compadeciéndose de sí misma. Era así cada noche, porque Roberta Franco se había convertido en una niña llorona que de día se escondía detrás de la imponente y valiente Rebecca Morelli, olvidándose de que su verdadera personalidad era, en realidad, la de esa patética chica que solo aparecía un momento en las noches para llorar asustada de lo que estaba haciendo con ella.
Roberta tenía miedo de desaparecer, porque en esa casa, y en los lugares que comenzaba a frecuentar disfrazada de Rebecca, nadie la nombraba. En su vida solo había dos personas ahora que la conocían y llamaban por su nombre: ella misma, antes de bañarse, de pie frente al espejo, y Alessandro, que se negaba a llamarla Rebecca y la nombraba solo cuando estaban junto a la verdadera Rebecca.
Envuelta en llanto, en miedo y en solo un poco de arrepentimiento, Roberta se quedó completamente dormida, y horas después se levantó agotada, pero con el tiempo suficiente para disfrazarse de la mujer embarazada que debía ser ahora que debía hacerse pasar por la verdadera Rebecca Morelli.
—Buenos días —saludó la falsa Rebecca tras entrar al comedor donde ya la esperaban ese hombre que no era su esposo y esa niña que no era su hija.
—Hola, mami —saludó Estrella, moviendo ambas manos al frente, pero sin dejar su lugar, y la joven se sobre esforzó por sonreírle pues, definitivamente, justo en ese momento solo tenía ganas de llorar.
—¿Estás lista para la prueba de fuego? —preguntó Alessandro y Roberta asintió.
Estaba aterrada, por supuesto, pero una parte de sí decía que nadie sospecharía jamás que ella no era Rebecca Morelli, porque ahora era perfecta imitándola; no, imitarla era la descripción errónea, lo correcto era decir que Roberta era una experta siendo Rebecca.
» Bueno, entonces solo te recordaré que mi madre te odia —declaró el hombre y Roberta asintió—, y mis hermanos también. Mi hermano mayor no te dará muchos problemas, no en público, al menos, pero mi hermana sí que lo hará.
—Lo sé —aseguró Roberta, sentándose al lado de la niña que era su hija ahora que usurpaba el lugar de su madre—, y todo estará bien. Rebecca me dijo todo, y lo aprendí todo bien, así que deja de intentar asustarme, porque no te conviene que esté nerviosa frente a todo el mundo.
Alessandro asintió un poco complacido. El que ella le hablara de tu, y en un tono tan tranquilo, significaba que estaba en su modo Rebecca, porque, cuando era ella misma, era mucho más tímida y respetuosa que justo en ese momento.
—Disfruta el desayuno —pidió el hombre y Roberta asintió sin lograr sonreír.
Había salido ya de esa casa fingiendo ser quien no era, y se había encontrado con personas que nunca había visto pero que conocía demasiado bien gracias a las clases intensivas que tuvo con la Rebecca real; pero esa sería la primera vez que se encontrara con la familia de ese hombre, por eso sería la prueba de fuego.
Los tres terminaron de desayunar, entonces ambos se encaminaron al auto de Alessandro, quien conduciría hasta un lugar en donde, definitivamente, no querían ir, pero en donde necesitaban estar si querían continuar con la buena vida que habían estado llevando.
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—Buenos días, querida —saludó Alice Bianco, hermana menor de Alessandro, al verlos entrar juntos a esa enorme mansión donde la familia Bianco se reuniría completa—. Pensé que estabas muerta, por eso de que no nos habíamos encontrado.
—Muerta de felicidad, sí —respondió la falsa Rebecca, sonriéndole a una azabache de ojos azules y piel muy clara—. Mi buena suerte me permitió vivir en paz sin tener que verte esa carita hermosa que es lo único que amo de ti. El resto de ti es horroroso y lo odio.
Alice apretó los dientes con fuerza, conteniéndose de tirársele encima a la otra y matarla a golpes, porque era demasiado civilizada para ello y porque no quería arriesgarse a que nada malo le ocurriera a ella. Alice sabía bien que su abuelo tenía en mucha estima a la castaña, y también su hermano mayor la mataría si le tocaba un solo pelo a esa mujer.
—Parece que lo corriente es algo con lo que se nace y con lo que se muere —declaró una mujer de cabello rubio y ojos claros, de mediana edad y la sonrisa más espantosa que alguien podía tener.
—Supongo que lo dice por experiencia propia —soltó Roberta disfrazada de Rebecca, mirando a la suegra de la mujer a la que usurpaba la vida, sonriéndole aún más.
Cianna Santaella sintió de nuevo unas tremendas ganas de matar a esa mujer que se veía demasiado bien para ser la joven a la que había envenenado meses atrás. Estaba furiosa por verla tan bien, porque eso solo significaba que esa gata era genuina, por eso tenía siete vidas, y eso le aseguraba mucho trabajo para poder deshacerse de ella.