CAPÍTULO 23

1106 Palabras
—¿Estás seguro de que todo va a estar bien? —preguntó Roberta, luego de haber escuchado de su padre que Alessandro lo había contactado para preguntar por los niños, y también por ella. —Eso fue lo que prometió —informó el mayor y la joven solo suspiró. —¿Por qué no me llamó a mí? —preguntó la chica, casi más para ella que para el hombre que había alcanzado a escuchar las lamentaciones de su hija. —Supongo que estará avergonzado por su actitud —declaró Roberto y Roberta solo frunció el entrecejo. —Ni siquiera entiendo qué le pasó —declaró la falsa Rebecca, sintiéndose agotada al extremo—. Fue como si se hubiera convertido en otra persona, en una que me odiaba. Yo…, yo no sé si quiero regresar ahí. —Solo piénsalo —pidió Roberto, que de verdad no quería obligar a su hija a aguantar más de lo que ya aguantaba—... Y piénsalo sin perder de vista que, pase lo que pase, siempre podrás regresar a este lugar. Roberto depositó un beso en la frente de su hija, quien cerró los ojos y terminó por asentir. Era verdad que ella no se sentía para nada segura de lo que quería hacer, porque había sido demasiado doloroso enfrentarse a la apatía y desprecio de ese hombre que era su marido, y algo en su interior le decía que, posiblemente, eso no iba a desaparecer. —¿Mami? —habló Estrella, abriendo la puerta de la habitación de su madre—. ¿Estás enojada conmigo? ¿Hice algo malo y por eso no quieres dormir conmigo? Roberta, sintiendo pena por esa pequeñita, negó con la cabeza y contuvo sus lágrimas. Esa joven sabía bien que se había estado comportando mal con sus dos hijos, todo bajo la excusa de que estaba agotada, sí, excusa, porque, aunque de verdad estaba agotada por todo, no debería haber ninguna razón en el mundo para tatar mal a los hijos. —Ven aquí —pidió Roberta, abriendo los brazos para la pequeña—. Lamento si me porté como tonta contigo, pero Chase llora mucho, y a mí me duele la cabeza por sus llantos y porque no he podido dormir mucho. El bebé se despierta demasiado por las noches. —¿Por qué no lo tiras a la basura? —preguntó la pequeña y su falsa madre la abrazó con fuerza, sonriendo como hacía muchos días no reía, todo porque no había tenido la oportunidad de escuchar las ocurrencias de esa pequeña a la que tenía un par de días sacándole la vuelta. —Porque me costó mucho tenerlo —respondió la joven, sonriendo—, y porque no durará para siempre. Pronto Chase crecerá y me dejará dormir por las noches... espero. Estrella no dijo nada, solo se abrazó al cuello de su madre, quien parecía estar más tranquila, lo que le transmitió tranquilidad también a la pequeña niña. Roberto, al ser capaz también de atestiguar la tranquilidad de su hija, solo sonrió y, tras acariciar la cabeza de la pequeña Estrella, su amada nieta, se despidió de ambas y dejó la habitación para que ellas pudieran descansar un poco antes de que Chase volviera a despertar y a llorar. Era inevitable, el pequeño no tenía otra manera de comunicar sus malestares, así que, como decía un no tan viejo refrán: les tocaba a ellos aprender a vivir con ese pequeño y precioso niño. ** —¡Papito! —gritó Estrella, corriendo a los brazos abiertos de ese hombre que se había acuclillado en cuanto la vio para, de esa forma, poderla abrazar mucho mejor—. ¿Viniste por nosotros? —Sí —respondió el hombre, sonriéndole—. Vine para llevarlos a todos a la casa, conmigo, porque los extrañé muchísimo. ¿Tú no me extrañaste? —Poquitito —respondió la pequeña, mostrando a su padre esa casi nula separación entre sus dedos pulgar e índice, y riéndose luego de que su padre hiciera un puchero. —Anda, ve por tus cosas —pidió el hombre, poniéndose en pie luego de que la pequeña le soltara. Roberta, que aun creía ser Rebecca, miró al hombre con un poco de pena ensombreciéndole el rostro, incluso se podía ver cómo su mandíbula estaba tensa y sus fosas nasales ensanchadas, como si a la mujer le molestara algo. » ¿Estás enojada? —preguntó el hombre, llegando hasta la chica, que ni siquiera se dejó acariciar el rostro, como el hombre había pretendido hacerlo. Por el bien de sus hijos, Alessandro no solo le prometió a Roberto tratar a Roberta como si de verdad fuera Rebecca, también se lo prometió a la verdadera Rebecca en un sueño, y se lo había prometido a sí mismo como un sacrificio que tendría su recompensa. » Lo lamento —dijo Alessandro tras suspirar—. No me sentía bien, ni siquiera entiendo que fue lo que me pasó. —Sí, tampoco lo entendí —explicó la joven que, con los brazos cruzados, parecía abrazarse a sí misma—... Pero fue horrible, y no sé si quiero volver a pasar por eso. —No volverá a pasar —aseguró Alessandro, intentando de nuevo abrazar a la joven, quien ya no opuso resistencia de nuevo—. Me equivoqué, pero ya no pasará otra vez. Rebecca, eres lo más importante de mi vida, junto a mis hijos, por eso no quiero que estemos lejos. Lo lamento, de verdad, por favor perdóname. Alessandro lloró al declarar lo que dijo y la falsa Rebecca lo hizo también, sintiéndose rodeada por la calidez de un hombre que, en los últimos días, solo le había regalado su desprecio. —De acuerdo —dijo la chica, aferrándose al cuerpo de ese hombre que debió morderse los labios para no empujar a la joven. —Iré por los niños —declaró la joven, sonriéndole a ese hombre, terminando en ponerse sobre las puntas de sus pies y rozando sus labios con los de él. Alessandro sintió ganas de llorar, y sintió también unas ansias asesinas recorriéndole todo el cuerpo. Eso había sido terrible, lo había sentido como un puñetazo en el estómago, incluso se había quedado sin aire y había sentido ganas de vomitar. Pero, no, no es que ella le asqueara, era simplemente que, de alguna manera, él sentía que estaba traicionando a su amada y era por eso, también, que le sabía horrible tener que tratar a esa joven como a una amada esposa; sin embargo, en eso era en lo que Roberta se había convertido.
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