El primer pensamiento de Olivia fue que estaba soñando.
El techo blanco con molduras doradas, el suave colchón de sábanas de seda, la fragancia sutil que flotaba en el aire… todo parecía irreal. Parpadeó varias veces, intentando recordar cómo había llegado allí.
Pero apenas intentó moverse, un pinchazo de dolor en el brazo le recordó que no estaba soñando.
Entonces, la puerta se abrió.
—¿Está usted despierta, señorita Jones? —La voz educada y seca de un hombre llenó la habitación.
Era un hombre de mediana edad, elegante, vestido con traje y corbata. Llevaba una bandeja de plata con una variedad de platos finos. Sonrió con cordialidad al verla despierta.
—¿Cómo sabes que mi apellido es Jones? —preguntó Olivia, incorporándose con dificultad. La desconfianza se apoderó de su voz.
El hombre colocó la bandeja sobre la mesita junto a la cama y respondió con calma:
—Porque hemos estado esperando que despierte. Mi nombre es Saúl. Soy el asistente personal del Sr. Campbell. Él me envió para atenderla.
—¿Por qué me traes aquí? ¿Qué es este lugar? —exigió Olivia, sus ojos ardiendo de confusión y rabia.
El hombre suspiró con aparente pesar.
—Señorita Jones, lo que pasó aquella noche... fue un accidente. En realidad, se habían... equivocado de persona.
Olivia lo miró, sin entender a qué se refería.
—Mi señor no tenía intención de averiguar lo que había pasado. Sin embargo, nadie esperaba que usted quedara embarazada. Y ahora que está esperando un hijo, él lo quiere.
Fue como recibir una bofetada en pleno rostro.
El corazón de Olivia se aceleró, su respiración se volvió irregular.
—¿¡Que!? —repitió con incredulidad—. ¿Ese horrible hombre? ¿Cómo ha podido hacer esto? ¡Dile que este es mi hijo, y que puedo hacer con él lo que yo quiera!
—Entiendo su enojo —dijo Saúl sin perder la compostura—, pero… tal vez debería echar un vistazo a esto antes de decidir nada.
Sacó un móvil cuidadosamente de su chaqueta y lo colocó frente a Olivia. Ella no quería tocarlo, pero un titular captó su atención de inmediato:
“Se sospecha que el Grupo Jones manipuló acciones; el precio de sus acciones se desploma.”
El color desapareció de su rostro.
—No… —susurró, arrebatando el aparato con manos temblorosas.
Leyó el artículo de principio a fin, con los labios apretados y el corazón encogido. El negocio de su familia estaba en ruinas. Su padre, que había trabajado toda su vida para construir esa empresa, ahora estaba a punto de perderlo todo.
Miró a Saúl con furia.
—¡Esto es obra del ese hombre, ¿verdad?! ¡Él hizo esto! ¡¡Es un monstruo!!
—Mi señor no desea destruir a nadie, señorita Jones. Solo quiere lo que le pertenece —respondió Saúl con frialdad—. Si usted da a luz al niño, no solo el Grupo Jones se salvará, sino que también recibirá una jugosa suma de dinero.
Olivia lo miró, furiosa. Apretó el móvil con fuerza, deseando romperlo con las manos.
—Supongo que no soportaría ver a su familia en la bancarrota —añadió el hombre, sacando un documento de su maletín.
Lo colocó sobre la mesita, junto con un bolígrafo. Olivia lo miró con lágrimas en los ojos. Sabía que aquello no era un contrato… era una sentencia.
Luchó durante un largo rato. Su dignidad contra su familia. Su libertad contra un bebé que no deseaba, pero que ahora parecía ser la única forma de proteger a los suyos.
Finalmente, con un suspiro ahogado y los ojos húmedos, apretó los dientes.
—¡Lo firmaré!
El rostro de Saúl mostró una leve satisfacción. Recogió el documento firmado con precisión y dijo, sin cambiar el tono:
—No se preocupe, señorita Jones. Después de dar a luz al niño, mi señor cumplirá su promesa.
Ocho meses después
El relámpago iluminó la habitación como si el cielo fuera a partirse en dos. Olivia se despertó sobresaltada, empapada en sudor.
El rugido del trueno retumbó por toda la mansión.
—Agh… —gimió, llevando ambas manos a su vientre, que ahora estaba enormemente redondeado.
Un dolor agudo, diferente a cualquier otro que hubiera sentido, la atravesó desde dentro. El cuerpo le temblaba.
Con todas sus fuerzas, extendió la mano hacia la mesita y presionó el timbre una y otra vez, desesperada.
Pero antes de que alguien respondiera…
La oscuridad se la tragó por completo.
….
—¡El niño está saliendo!
La voz de la partera resonó como un eco en la mente de Olivia, que apenas era consciente de lo que sucedía a su alrededor. Su cuerpo temblaba, sudaba y gritaba al ritmo de contracciones que parecían arrancarle el alma.
—¡Vamos, empuje, señorita Jones! ¡Ya casi está!
Con el último aliento de energía que le quedaba, Olivia resopló con fuerza y empujó. Un agudo y poderoso llanto llenó la sala segundos después, cortando el aire.
El bebé había nacido.
Quiso abrir los ojos. Quiso mirarlo. Acariciarlo. Decirle algo.
Pero apenas pudo mover la cabeza. Todo lo que vio fue la espalda de la enfermera alejándose con un pequeño bulto envuelto en una manta azul.
Ni siquiera le permitieron verlo.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Y antes de que pudiera protestar, la oscuridad volvió a envolverla.
Cuando volvió en sí, se encontraba en una sala tranquila, pálida, silenciosa. El dolor no se había ido del todo. La herida seguía ardiendo por dentro. Sus dedos agarraban con fuerza la manta, todavía empapada de sudor.
La puerta se abrió.
Era Saúl.
Entró con su expresión habitual: serena, distante, imperturbable.
—¿Dónde está el bebé? —preguntó Olivia con la voz débil, aún jadeando.
—El bebé ha sido enviado a mi señor. Es un niño sano —respondió el mayordomo sin rodeos.
Depositó un sobre grueso sobre el mueble junto a su cama.
—Este es el cheque con el dinero que mi señor prometió. Gracias por su duro trabajo, señorita Jones.
Se giró para marcharse.
Pero algo dentro de Olivia se rompió en ese instante.
—¡No! ¡Tienes que dejarme ver a mi hijo! —gritó, con voz rasposa.
Se sacudió la manta y trató de levantarse de la cama con torpeza. Sus piernas no la sostuvieron. Cayó con un golpe sordo contra el suelo, con el cuerpo débil temblando de esfuerzo y rabia.
—¡También es mi hijo! ¡No importa cómo! ¡No puedes quitármelo!
Pero Saúl no se detuvo.
—Por favor… déjeme ver a mi hijo… —suplicó Olivia, arrastrando su voz entre sollozos. Pero solo recibió el silencio como respuesta.
La puerta se cerró tras él.
Unos minutos después, una enfermera entró con los medicamentos. Al ver a Olivia en el suelo, pálida, con los labios temblando y sangre bajo su cuerpo, soltó la bandeja.
—¡Dios mío! —corrió hacia ella, tomándola en brazos—. ¡Señorita, está sangrando mucho!
Pero cuando miró con atención, su rostro se congeló por completo.
Sus manos estaban llenas de sangre. Pero no solo eso.
El vientre de Olivia seguía inflamado. Más de lo que debía.
—¡Dra. Miller! —gritó la enfermera, saliendo despavorida de la habitación—. ¡Hay otro bebé en el vientre de la mujer!
Olivia, desde el suelo, apenas alcanzó a comprender lo que estaba pasando. Su mente flotaba entre la fiebre y el dolor. Pero sus labios esbozaron una palabra apenas audible antes de perder el conocimiento por completo:
—¿Otro…?