Patricia —Termina tu muffin, Dylana. Tenemos que irnos al estudio. La boca de Dylana se frunció en un puchero mientras picoteaba su merienda con el pulgar y el índice. —Ni siquiera está tan lejos. —¿Qué no está tan lejos? —pregunté, parado a su lado mientras ella se sentaba en uno de los taburetes de la cocina. —El estudio. Paty —resopló Dylana. Martha, que estaba junto al mismo mostrador limpiando las migas del muffin con una esponja, cruzó mi mirada. En sus ojos se formó un brillo, pero no sonrió. —Dylana, modales —dijo la mujer. Dylana puso los ojos en blanco y murmuró un —lo siento— casi inaudible. —Sé que no está lejos —me pasé una hebra de cabello de la mejilla, tratando de no alterarme—. Pero es importante seguir nuestro horario, ¿verdad? Eso es lo que quiere tu papá. Esta

