2. Capítulo

3556 Palabras
—¿Piensa quedarse el resto de la clase ahí? —otra vez inquiría ese hombre, claramente impaciente.  —Buenos días, siento llegar tarde —emitió al reaccionar, dándose de bruces con la mala mirada de la insoportable de Palacios y sus aliadas, la risa mal disimulada de los burlones y la lastima de los cerebritos.  Se sentó en su antiguo pupitre, a sus costados los nerds, detrás de la silenciosa Hope y delante de Rick el Don Juan de la clase, por ende un completo imbécil. Empezaba a sacar su libreta cuando sintió la sombra que se le cernía y elevó la cabeza captando el rostro de aquel sujeto, ojos verdes, nariz aguileña y una barba incipiente que quiso rozar con sus dedos, ¿en serio era su profesor? Mirándolo bien, un ser así de perfecto debía ser pecado. Tenía un abundante cabello oscuro como el ébano que llevaba en corte “Comb Over”. Y como si fuera poco en tan solo segundos de su cercanía abrumadora adivinó y respiró el delicioso perfume que emanaba: bergamota, notas verdes, había cedro y ámbar de fondo… —Quiero que se quede una vez termine la clase… —demandó al tiempo que hacía una pausa y miraba su costoso reloj en su brazo izquierdo —. En quince minutos, ¿de acuerdo?  Tratando de no verse impactada por la belleza de aquel hombre, asintió de manera seria, nublada por dentro en realidad. Ansarifard volvió a erguirse y volvió a su lugar en un caminar tan exquisito que Milenka aprovechó de mirar su retaguardia, vaya que tenía un trasero…  —¿De nuevo se te han quedado pegada las sábanas? —le habló a su espalda, sin voltearse a mirar puso los ojos en blanco. Además de patán, Rick era un idiota —. Vaya manera de empezar, y ya te has ganado una reprimenda.  Ni siquiera Price la había castigado por llegar tarde, lo cual ocurrió más de una vez, no lo haría un profesor con cara y cuerpo de modelo recién llegado.  —Cállate —gruñó entre dientes.  —Señorita Romanov, seguimos en clase, guarde silencio.  No podía creerlo, un llamado de atención por culpa de Warmann, le daban ganas de matarlo. En vez de eso tomó una bocanada de aire y tuvo la decencia de asumir la culpa y empezar a tomar notas lo que quedó de la clase. Al acabar, tal como se lo había pedido, no se molestó en darse prisa por salir e ir a la cafetería. Moría de hambre, pero tendría que quedarse a escuchar al señor… ni siquiera sabía su nombre. Y debía saberlo, porque siempre notifican, esta vez no le prestó atención a la información que se pasaba por el grupo de w******p de la secundaria.  Una vez estuvo vacío el aula, quedaron ellos dos. Por la cabeza de Milenka pasó la chistosa idea de que la regañaría por usar algo de tan mal gusto como esa ropa anticuada y aburrida. Aterrizó de nuevo al verse interceptada con el tono de su voz. La autoridad envolvía esa gravedad masculina.  Se sintió empujada a decir las primeras palabras.  —Lo siento, no hay una excusa para justificar mi llegada tarde —susurró con la cabeza gacha.  —Milenka, mírame cuando digas algo, más aún si quieres que tome tus palabras como una disculpa —le expresó, Burak la estudiaba, mirándola bien ese simple gesto cabizbajo era muestra de debilidad.  Burak tuvo la sensación de que la muchacha le traería problemas, y más allá de embrollos una admisión que habitaría en el silencio, encapsulado. Cuando Romanov elevó la mirada, esos grandes ojos le llenó la visión de un aturdimiento complicado, la mirada sostenía largas pestañas con un rizo natural. El toque sobre sus mejillas hacía contraste con su piel tan blanca como un panorama invernal.  De por sí su aspecto era distinto, la ropa que tenía de inmediato se ganó su desaprobación, pero no era su asunto.  —Sí, lo siento, profe… —Ansarifard, Burak Ansarifard —se presentó y para su sorpresa le tendió la mano a la espera de una correspondencia de su parte.  Milenka dio un parpadeo rápido. Su nombre era sin dudas árabe, al saberlo así ya entendía esos cincelados rasgos. Pero eso no hacía menos la atracción a primera vista que despertaba Burak, aceleró el deseó y volvió a provocarle una oleada de calor, que si fuera un cubo de hielo ya hubiera dejado la solidificación para volverse a un estado líquido.  —Un placer, profesor Burak —había dicho recibiendo una ligera sacudida de manos que ocurrió con una descarga eléctrica. Al retirar los dedos seguía sintiendo el hormigueo desde el pulgar hasta el meñique, y ese chispeo se desplazó a través de su dorsal en una carrera fugaz pero lo suficiente para dejarla con un incendio forestal dentro de sí. La señorita Romanov supo desde ese momento que su último año se volvería un reto —. Supongo que me va a regañar por lo de hace rato, ¿no es así?  —No, solo quiero aconsejarle que se esfuerce por ser puntual. No habrá un castigo de mi parte, pero no dudaré en hacerlo si sucede otra vez, así que tómelo como una advertencia, Milenka.  —De acuerdo, profesor Ansarifard. ¿Ya puedo retirarme? —quiso saber, deseaba salir con prisa de ahí, lejos de esa forma profunda y potente en como sus ojos verdes miraban.  —No.  Abrió los ojos de par en par, ¿por qué no podía irse?  —¿Por qué? —se quejó, aunque no quiso sonar así, para evitar otro disgusto.  —Por supuesto que puede irse, señorita Romanov —aclaró deslizando una sonrisa encantadora y digna de un comercial de televisión, ese ser quería provocarle un infarto, tal vez exageraba, pero el ardor en su rostro no era un invento, el calor se había acumulado en sus mejillas. Lo poco que duró su sonrisa bastó para dejarle una dinamita adentro.  Lo más pronto salió de su vista, ya quedaba menos de diez minutos antes de entrar a la siguiente clase. ¡Que mañana de locos! Sin duda, los minutos más largos de su vida en la clase de física.  Andaba normal hasta que un cuerpo chocó con ella, el contenido en el vaso que llevaba el otro se volcó en este. La cara de pocos amigos de su compañero apareció en su campo de visión, reflejando ira. Pero eso le pasaba por andar en otro planeta.  —Mira por dónde andas, rarita —escupió enfadado Sevil.  —¿Qué? —lo miró molesta —. Tú eres el distraído, Boseman, no es mi problema que tengas el sentido de la vista atrofiado.  —¡Agh! Vete a la mierda, Romanov —rugió con su habitual contesta grosera, antes de irse mirando su camisa llena de jugo.  —¿Esa es la manera de hablarle a una dama? —cuestionó alguien saliendo del salón.  Milenka se volteó y captó a su nuevo profesor, estaba regañando a Sevil. Sintió que al fin se hacía justicia, porque nunca un docente la había salvado de algún compañero. Se aguantó las ganas de reír, Boseman no se atrevía a ver a Ansarifard a los ojos.  —No he dicho nada —lo escuchó decir, haciéndose el inocente.  —Lo tendré vigilado, no voy a tolerar esta falta de respeto sea en mi clase o no, ¿de acuerdo? —expresó mirando a la joven que mantenía la distancia, pero al tanto de todo.  —Como usted diga —bufó el otro y se marchó.  Tal vez Milenka debió acercarse y agradecerle por aquel acto, sin embargo, ya no tenía mucho tiempo, todavía no comía y se dio la media vuelta avanzando de volada con dirección a la cafetería. Se sintió en una huida, la verdad es que si actuó como una fugitiva de aquel hombre. Comió en una mesa libre, apartada del resto. Todo el tiempo que tenía en Bradford, no se interesó en socializar, tampoco nadie tomó la iniciativa de hacerlo primero. De modo que se acostumbró a la soledad, a ser ignorada en un sociedad en la que se arraigaba el paradigma de la división, los inteligentes por allá, los populares en otro lado, hasta  llegar a los que preferían andar solos. Y aunque ella nunca eligió estar así, no sabía cómo cambiarlo, pero no sé esforzaba en hacerlo. —¿Siempre la ha tratado de esa manera?  Casi se atraganta con la comida, y de pronto Ansarifard estaba junto a ella en la mesa. La joven se mantuvo en el silencio. No le hacía bien la cercanía de aquel sujeto, él era una antítesis, un ser tan perfecto que causaba aturdimiento, no estaba exenta de caer en el efecto del sexy profesor. —Él siempre es así de molesto, gracias por lo que has hecho.  —Descuida, ya no te quito más tiempo, come tranquila —añadió y finalmente la dejó sola.  La verdad es que se le había cerrado el apetito, a esas alturas ya no tenía hambre y decidió tirar el resto. A continuación, tomó sus cosas y se marchó a la siguiente clase: Literatura.  Fue una de la primeras en entrar. Sé esforzó en tomar notas y prestar atención a todo lo que la señorita Lauren decía, pero su cabeza seguía en la vagancia extrema de pensar en Ansarifard. ¿Qué rayos le ocurría a ella? —Romanov, ¿podría explicarle a la clase lo último que he dicho? —le cuestionó la profesora, esa mirada de Silverstein direccionada a ella venía con amenaza. Se removió incómoda en el asiento.  No era mentira que se había ausentado durante parte de la clase, ¿ahora que iba a hacer? Ella estaba esperando que se pusiera en pie, que se acercara y expusiera una breve explicación, y la verdad no tenía idea de que decir.  —Lo siento, señorita Lauren, no lo sé. —Porque ha estado distraída, necesito que este aquí y no en otro mundo, Milenka.  —De acuerdo, prestaré atención, lo siento mucho… —Eso espero, si es que desea mejorar el promedio —le dijo volviendo a retomar la clase. En su asiento, Milenka tomó aire y bufó.  … Al final del día, pudo salir y mentalmente repetir los pendientes que debía hacer. Tendría otra tarde en su habitación, ponerse al día y adelantar algo, sabía que el martes volvería a cargarse de tareas. En el exterior, estaba Georgia con su nuevo novio dándose un beso tan salvaje, que se avergonzó por ella y evitó seguir mirando aquella escena tan bochornosa.  Pasó de largo de aquel par de desvergonzados. ¿Cómo podían montar esas escenas en público? Después de todo, no debería de causarle sorpresa, la zorra de Georgia no tenía remedio, mucho menos su parejita.  —Oh, miren, es una pena para la moda, ¿por qué usa eso?  —¿Hablas de la rarita? Así le dicen… —murmuró la otra chica a poca distancia, respiró repetidas veces sin caer en una disputa, no terminaría de arruinar el día, suficiente con los regaños que recibió.  Si caía en la provocación de esas dos, lo más probable es que acabara en retención. Giró los ojos y avanzó rápidamente encontrando la salida de la molesta secundaria. Afuera, muchos estudiantes ya subían a sus propios autos, otros abordando el coche de su tutor o padre. Ella ni uno ni lo otro, le tocaba tomar el bus como cualquier persona no adinerada, pero irónicamente no era pobre. Se cansó de esperar en una parada, solitaria, aburrida en la espera se puso a escuchar unas cuantas canciones de su iPad. A poco de que sonara la tercera canción, un claxon la detuvo. Se puso en pie y clavó los ojos en el deportivo blanco. Arrugó el ceño, no daría un solo paso hasta saber quién estaba al volante, por eso decidió aguardar; ya sabía del montón de locos o sicópatas sueltos que siempre se llevaban a jovencitas. Sin embargo, no se creyó lo suficiente para ser el blanco de algún lunático, por lo que su temor le pareció descabellado y quiso soltar una risotada. Se aguantó de hacerlo, en cuanto la ventanilla del auto descendió y miró al dueño de aquel flamante deportivo, no pudo creerlo. ¿Ansarifard? ¿Por qué se detendría? No pasaba por su cabeza que el árabe le quisiera dar un aventón, esa idea era aún más impensable que un rapto. Por otro lado, le pareció extraño que un profesor tuviera un auto tan costoso. ¿Es que aparte de impartir clases era algún mafioso? Al menos que hubiera ahorrado para tener uno así de lujoso.  —Ven, sube, te llevo a casa —apremió él haciendo una ademán con la mano.  El recelo habitó en una pequeña parte de sí, no lo conocía del todo, ni tenía el poder de adivinar sus intenciones, pero al final se confió en su corazón que acabó de desvanecer la falta de confianza. De modo que empezó a avanzar hasta el auto y lo rodeó hasta abrir la portezuela de copiloto. Nerviosa, no podía dejar el temblor a un lado, se deslizó sobre el asiento de cuero n***o y dejó su pequeña mochila sobre sus piernas.  Desde la tapicería, el tablero, cada parte olía a ese desquiciante perfume, demasiado bien que se sintió nublada. Era como una droga invadiendo su sistema y casi sin darse cuenta la volvía una adicta sin esperanza a la rehabilitación. Se calmó, o eso intentó, controlarse no era algo que estuviera en sus manos cuando el mundo nunca lo sintió así en el absoluto bamboleo. Alas en el estómago, corazón con una arritmia casi enfermiza, palmas sudorosas y una agitación descomunal al acecho por devorarla.  ¿Qué demonios le ocurría? Nunca experimentó algo igual, y eso desconocido, tan ajeno a lo que estaba acostumbrada desafió su cordura, la retó, lo peor es que tuvo miedo de ceder. ¡Dios! ¿Cuándo alguien tuvo tanto poder en ella?  —¿Está bien? —rompió el silencio, por un lado lo agradeció de forma interna, porque ya se temía que su respiración entrecortada, como si hubiera corrido un maratón, fuera escuchada por él.  —Sí, iba a tomar el bus, no tenía que hacer esto, en realidad —expresó educada, no quería quedar como una desagradecida.  —Hace rato que salió de la secundaria, ¿no es así? —la miró de reojo, a simple vista parecía incomoda, así que vio idóneo agregar algo más —. Pensé que querría el aventón, señorita Romanov, ya ha esperado bastante en la parada.  “Y no tenía problema en seguir esperando” respondió mentalmente. Llegar tarde a casa significaba menos tiempo en ese lugar, al fin y al cabo no había diferencia, era el mismo infierno en Bradford o en casa cerca de su terrible madre. Ni hablar del hijo de su padrastro, cada que iba a la casa se mantenía al margen de ese cerdo. Demasiadas veces se le había insinuado, dicho obscenidades y eso realmente le asustaba, al punto de tener que ponerle seguro a la puerta de la habitación, aún así muchas veces se sintió insegura ahí. En fin, ojalá tuviera un lugar a donde huir, estaría bien para ella salir de ese sitio tan inestable en ese aspecto.  Que su profesor tuviera el gesto de llevarla, sin conocerla mucho, sin ser tan cercano, era raro.  —Se lo agradezco, solo no quería ser una molestia.  —No, para nada, no es una molestia. Y ya no estamos en clases, puedes tutearme —expresó amigable, la muchacha le regaló una dulce sonrisa, uno de esos pocos gestos que había visto en ella y que le habría gustado ver más a menudo.  —De acuerdo. Gracias, Ansarifard.  —Burak —corrigió con tacto.  —Bien, Burak —emitió más animada a conversar. Mirándolo con detenimiento, pudo darse cuenta de que se le hacía familiar, buscó su rostro entre los escondrijos de su mente, apostaba haberlo visto en alguna parte —. Siento que te conozco de algún lado, no lo sé… Burak la miró, pero no tardó en volver a clavar los ojos en la carretera.  —Bueno, he trabajado en una agencia, también he prestado mi imagen, tendría sentido que me hayas visto en algún lado.  —Sí… —asintió reparando en sus palabras, ¿agencia? —. ¿Eres algo así como modelo? —no estaba segura, pero ya lo había dicho. —Sí —se limitó a decir.  —¿Famoso?  Milenka no podía soltarse de la perplejidad. ¿Era su profesor una figura pública? Entonces… ¿qué hacía en un sitio como Bradford?  —No me consideraría así, ¿me ves apresado por un tumulto de reporteros?  —N-no… —Entonces no soy tan popular —se encogió de hombros, dentro de sí sabía que estaba diciendo una falacia, tampoco disfrutaba de alardear sobre su otra profesión, así que no iba a indagar mucho en ello.  La verdad es que Ansarifard, luego de años como uno de los modelos más importantes y el favorito de entre sus colegas, decidió que era tiempo de hacer un parón, lo particular de su descanso de estar bajo los focos y ese estrés constante que se movía en el entorno de las pasarelas, viajes constantes y sesiones de fotos por doquier, era que optó por ejercer su carrera universitaria solo un año, algo así como el año sabático pero a su manera, todo era mejor dando lecciones a un montón de adolescente y hasta ahora le estaba gustando.  De modo que una vez pasado el año ya dejaría la secundaria Bradford y regresaría a los reflectores, a ese mundo que incluso exigente, formaba importante parte en él. Por ahora seguiría averiguando que tan bueno era impartiendo clases, la física era algo que desde joven le interesó. Su relación con una de las materias más complicadas para muchos jóvenes, era excelente, y desde chico nunca tuvo problemas en desenvolverse en ello. Por esa razón eligió especializarse en ese campo.  —Si usted lo dice… —fue su respuesta, pero no dejo de juntar las cejas, un gesto que expresaba su confusión, dudas, un pequeño porcentaje de consternación también.  —A todo esto, no me has dicho dónde vives, Milenka —le recordó.  Se sintió apenada, hace ya tiempo que se habían puesto en marcha. ¿Cómo se le pudo pasar por alto darle su dirección? Es que debía de andar en las nubes, ahí absorbida por ese sujeto tan potente. Sin más le dictó la calle. —Sé dónde queda, es un lugar hermoso, uno de los mejores de la ciudad.  —Si bueno, es tranquilo —no quiso darle importancia —. Puedes dejarme antes, te indicaré, no es necesario que sea hasta mi casa… —¿Cómo crees? No te voy a dejar por ahí, Milenka —aseguró observándola por el rabillo del ojo. —No te preocupes, estaré bien, lo que falta ya me lo sé de memoria —expresó, no quería que se le viera bajar de aquel auto, cualquiera podría malinterpretar las cosas, ver algo donde no hay nada.  —Insisto, sería descortés de mi parte dejarte ir a pie, luego de ofrecerte llevarte a casa —volvió a decir, Milenka jugó con su regazo, ¿cómo le explicaba que no quería ser vista por algún chismoso salir de un coche flamante? A la gente le encantaba tergiversar las cosas.  —En realidad iré a ver una amiga que vive cerca — terminó por decir, no era cierto.  —En ese caso, no tengo nada que decir —expresó.  Pudo respirar aliviada, ya no tenía de qué preocuparse y no hubo necesidad de decirle la verdadera razón de quedarse en un previo sitio antes de su destino.  Burak intuía que la joven le estaba mintiendo, aún así le siguió la corriente para evitar ser un metido, suficiente con pedirle que subiera, eso no había sido tan apropiado después de todo. Tomando en cuenta de que era su alumna y que si llegaran a ser vistos por cualquier malintencionado dieran la idea de una falsa historia. Sucede que la vio ahí, esperando sola en una banca y algo lo empujó a ofrecerle su ayuda, ese algo sin nombre nació ese día, cuando la pelinegro de uniforme raro irrumpió y puso la mirada en ella.  Para aplacar el silencio que se había formado, alargó la mano y puso algo de música. La melodía pareció ser del agrado de la muchacha, porque esta empezó a cabecear al ritmo de la canción, incluso la oyó tararear la letra, fingió no darse cuenta del instante en que ella se dejaba llevar, hasta que de forma abrupta se detuvo y sus mejillas se habían vuelto dos arreboles.  —Me quedo aquí —le indicó acomodándose la mochila.  —Claro —aparcó a orillas de la acera.  —Te agradezco mucho el aventón, que tengas un buen día —declaró a punto de cerrar la portezuela.  —No es nada, que sea igual para ti, Milenka. Nos vemos mañana —correspondió deslizando una afable sonrisa. Entonces ella cerró, aún a través del vidrio polarizado pudo verla continuar el rumbo hacia su dirección de mentiras. 
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