LIAM Me cambié la camisa en silencio, dejando la manchada de sangre hecha un nudo en la maleta. El torniquete había hecho su trabajo y, aunque el brazo ardía como fuego bajo la venda improvisada, no me temblaba la mano. No podía darme ese lujo. Saanvi estaba sentada en la orilla de la cama, con el pasaporte ausente en su mirada. Sabía lo que pensaba: enfrentarse a su familia no iba a ser fácil. No para ella, no para nadie. El pasillo olía a especias viejas y a incienso barato. Esa mezcla pegajosa que me recordaba a las casas donde el pasado se pudre pero nadie abre las ventanas. Saanvi iba delante, el mentón firme aunque los nudillos blancos delataban la presión con la que apretaba el pasaporte que todavía no tenía. Yo iba detrás, mi chaqueta limpia, la herida del brazo bien vendada, y

