LIAM La noche ya había caído cuando salimos de la casa del abuelo. El aire helado de la ciudad se sentía como un baño, pero más que eso, era el contraste: dentro del salón había cargado un peso que todavía me recorría los huesos. William había dicho más de lo que esperaba, y yo también. Pero ahora tocaba enfrentar otra guerra: Blake. Él insistió en manejar. Siempre lo hacía cuando quería marcar territorio, cuando buscaba tener el control del ritmo de la conversación. Subió al coche con esa sonrisa suya de medio lado, se ajustó los guantes de cuero y encendió el motor como si fuera parte de una escena hecha para él. —Así que… —empezó, sin mirarme, solo jugando con la palanca de cambios—. El nieto rebelde se fue a la India y regresó con una joya escondida. No dije nada. Miré por la venta

