SAANVI No recuerdo en qué momento mi cuerpo se movió antes que mi mente. Tal vez fue el temblor en su voz, o el modo en que sus ojos verdes, siempre tan feroces, parecían vacíos, derrotados. Tal vez fue porque por primera vez no vi al genio arrogante ni al hombre que podía hacer temblar a cualquiera, sino a alguien roto, confesando lo peor de sí mismo y dándome el poder de destruirlo. Lo abracé. Fue instintivo. Rodeé su cuello con los brazos y hundí la cara en su hombro, como si ese fuera el único sitio seguro en medio de todo lo que acababa de escuchar. Y él, casi al instante, me envolvió con esa fuerza suya que podía partir a alguien en dos… pero que a mí me sostenía como si fuera de cristal. —Gracias… —susurré, con la voz quebrada—. Gracias por decírmelo. Sentí cómo su pecho subía

