Capitulo XVII

1087 Palabras
La madre de Ricard estaba de paseo con su esposo. Ambos estaban cerca del manglar, que conectaba con el río que subía por el colegio, y que a su vez se unía con el agua de mar. El viento era más fuerte de lo habitual. Se quedaron a reposar mientras veían el paisaje del manglar y del mar. Agustín se quedó dormido. De pronto, el paisaje se tornó nublado, ya no se veía completamente el mar ni el manglar. El movimiento de las aguas en el manglar era más fuerte de lo habitual. Al ver profundamente dentro del agua, veía formas de animales acuáticos. Al acercarse más, salió un delfín nariz de botella. El animal media unos 3 metros. Agustín sentía la presencia del animal como algo muy familiar. El delfín levantó la punta de su nariz, la movía como apuntándola hacia una dirección. Agustín levantó la mirada y la dirigió hacia la dirección donde el delfín parecía apuntar, hacia el mar. Veía un cuerpo humano, acercándose hacia su dirección. Un sentimiento sublime de alegría lo envolvió. Empezó a llorar, pues a quién veía acercarse era a Ricard. Por la emoción no podía correr, apenas podía caminar. Al acercarse más, se percató de que estaba desnudo, con la mirada perdida, su piel estaba llena de arena. La densidad de la neblina empezó a aumentar, cada vez era más espesa. Ahora Ricard empezaba a desaparecer. Mientras más se acercaba Agustín, más se alejaba su hijo. Todo se volvió tan nublado, que parecía que estaba sólo, en medio de una habitación blanca, infinita. Escuchó un sonido extraño. Volvió su mirada al manglar. Lo que escuchó provenía de doce delfines, ubicados en donde había visto al primero. Los cetáceos producían chasquidos y silbidos para llamarlo. Al acercarse a los animales, el que parecía el delfín que le mostró a su hijo, le habló de manera telepática: —Escucha, estoy bien, no te preocupes, cuida a mamá. Agustín estaba ahogado de asombro, pues la voz del mamífero era la misma que la voz de su hijo. —¡No no, no puedo, hijo, vuelve!—decía Agustín como balbuceando. Los demás delfines empezaron a emitir unos chirridos muy fuertes, mientras el delfín le repetía la misma frase una y otra vez. El sonido de los delfines empezó a subir de nivel, y Agustín empezó a enloquecer por el ruido. Cuando creía que no podía más, despertó. Había estado soñando todo, desde que se acercó al manglar. Ésta y más experiencias parecían desafiar el escepticismo de Agustín. Al despertar notó que estaba solo, cerca del manglar. Su esposa había dejado una toalla al lado suyo. El paisaje seguía nublado. Después de unos 30 minutos de espera, su esposa no apareció y se empezó a preocupar. Como había memorizado todo el recorrido desde que empezaron a pasear, se dirigió a una poza, que antes había sorprendido a Clara. Estaba -la poza-limitada por unas enormes piedras que la separaban del mar. Encontró a su esposa flotando dentro de la poza, muy cerca de una enorme ballena azul. La poza tenía el nivel de agua justo para contener el cuerpo del cetáceo. Al acercarse más, se percató de que la ballena tenía el cuerpo muy pegado a un inmenso árbol, que había crecido dentro de la posa. Casi todo el cuerpo del árbol había crecido dentro del agua, y fuera del agua apenas se veían unas ramas. —¿Que haces aquí Clara?— preguntó Agustín, muy extrañado por el comportamiento de ella. Parecía que no le daba importancia a lo que él decía. Clara estaba embelesada. Tocaba con mucha dulzura al animal, que estaba estático. La ballena lanzó un soplo muy ruidoso. Clara se asustó, salió de la posa, se tapó los oídos y se sintió muy perturbada por los sonidos. Su esposo se acercó a ella y le dijo. —¿Qué te ocurre Clara?—Clara tenía las manos puestas en el rostro, y parecía que quería llorar. —Me siento triste, este animal me recuerda a Ricard—decía Clara a voz baja. Por todas las experiencias vividas, de todos los animales,solo tenía una sintonía especial por las ballenas. La había visto en muchos sueños, donde siempre aparecía con su hijo. El animal empezó a producir vocalizaciones con un tono de 27 Hz, de 9 segundos de duración, y luego un barrido descendente de 1 segundo a 19 Hz, seguido de un barrido descendente más a 18 Hz. Solamente Clara logró escuchar todas las vocalizaciones¹. Ella percibía las vocalizaciones como vibraciones divinas, capaces de sanar su estructura celular. Después de un tiempo, Agustín sugirió despedirse de la ballena. Grande fue su sorpresa, cuando notó que la ballena estaba -literalmente- pegada a una de las gruesas ramas del árbol. La rama la atravesaba en la zona de arriba de la aleta pectoral. Todo esto fue visible debajo del agua, debido a que en esa zona el agua era muy cristalina. Era una imposibilidad que un solo ser humano ayudara a la ballena. En vista de que el frío empezó a aumentar, Fenicicio le ofreció una chompa muy gruesa a Beatriz. Ella se negó a aceptarla. —No gracias, estoy bien. A Teresa esto le hacía mucha gracia, porque, por sus gestos, se notaba mucho que Beatriz se estaba muriendo de frío. Un vendaval soplaba fuerte por la altura de la zona en la que estaban. Finicio empezó a fumar. —Ya vámonos—dijo Teresa—¿qué quieres, resfriár a nuestra querida amiga? Beatriz temblaba como una condenada. Era la única que llevaba puesta ropa ligera. —No te resistas a mi ayuda. Mira, o tomas esta chompa, o te mueres de frío—le dijo Fenicio con un tono burlón. —¿Sabes que sería bueno? Que nos vayamos de una buena vez—dijo Beatriz con cierta frialdad. —¡Vaya! No sabía que podías enfadarte. Como tienes rostro de santa... Como el tono de Fenicio empezó a sonar vulgar, Teresa lo interrumpió. —¡Ya Fenicio! en serio, ya vámonos. Tu no la conoces, ella es muy testaruda², y si se le mete la idea de que no va a aceptar tu chompa, créeme, no lo hará. Fenicio se quedó callado y empezó a fumar otro cigarrillo. Lo único que veía de Beatriz eran sus ojos. Al hacerlo, ella le esquivaba la mirada. —¿No quieres uno?— le dijo Fenicio mientras le ofrecía un cigarro. Beatriz no le contestó, solo le hizo una mueca bastante graciosa.
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