Aunque la joven le dejó una profunda
impresión, no era la primera vez que la veía. Solo que nadie jamás comprenderá los misterios que esconde el mar. Aquel día su belleza parecía haberse exaltado en extremo. Todo fue provocado por los juegos de luces y sombras de la puesta de sol. A Ricard le gustaba observar a los pescadores. Algunos tenían un caminar muy particular y le dió risa haberla confundido con uno de ellos. Ella era un poco abierta y tenía mucha naturalidad. En ocasiones se comportaba con una espontaneidad extrema.
La había visto varias veces. Parecía de espíritu ligero. Su carga no era demasiado pesada. Fácilmente llevaba su cruz.¹
Ricard quedo desbaratado. Ahora, el mismo debía luchar contra el apego que tanto se había empeñado en condenar.
Había leído:
* El apego crea sufrimiento².
*Separarse de lo deseable crea sufrimiento³.
*No obtener lo que se desea crea sufrimiento⁴.
Y eso, creyó, era la causa de la miseria humana. El problema surge cuando el deseo, por particularidades de la vida, no puede satisfacerse. Casi todos los mortales se revuelcan en el mundo por la lujuria. Pero nadie habla del sufrimiento que provoca su represión.
Aunque cuando uno esta enamorado tiende a ver cosas donde no las hay. Ricard llegó a creer que el universo se las ingeniaba para mostrarle la presencia de su dama.
Energías poderosas son consumidas por los mortales cuando una situacion asi aparece, mas de tres cuartas partes de la mente se desperdician. Se divaga, se piensa en exceso ¡Cuánta cantidad de energía utiliza el cerebro! Por
algo los especialistas consideran al
enamoramiento un trastorno de la
personalidad.
Grandes pruebas son las que soportó Ricard, una mujer podía competir con su devoción. Solo una mujer podía competir con su amor hacia la ballena.
Maldijo ser hombre. En una ocasion, conversando con su madre, le dijo:
—Eres bendita, porque tú no te enfrentas al deseo y la lujuria—se lo dijo con absoluta convicción de que las mujeres partían con una gran ventaja en la vida.
—Pues dile lo que sientes— le aconsejo Fenicio.
—Tu no entiendes—dijo Ricard algo decaído.
—Vamos, hazlo—La actitud exigente de Fenicio no había cambiado. Creía más en Ricard de lo que creía él en sí mismo.
—¿Que puede pasar?
A veces Ricard lamentaba habérselo contado. Doblaba rodillas suplicando que ella jamás se enterase.
Sus estados de éxtasis continuos por su
espiritualidad lo volvían hipersensible. Era muy consciente de esto, por eso experimentaba tanto lo bueno como lo malo de manera extrema.
Llegó a creer que moriría de ansiedad y verguenza.
Fenicio insistió tanto que Ricard le dijo:
—Tu ves el enamoramiento asi porque no comprendes la base de las cosas. El colectivo humano es regido por emociones poderosas y pasajeras. Por la ignorancia. La gente critica a los hombres lujuriosos o atacan conductas que consideran insanas. Cuando algo asi aparece, lo único que se debería sentir es compasión, porque dichas emociones abruman a los hombres. La gente los denigra, aún cuando éstos sufren y son esclavizados por sus pasiones.
—Haber, traduce eso al contexto de
lo que estamos hablando— dijo Fenicio en son de broma
—Lo que esta chica me esta causando es aflicción, sufrimiento. Tengo un apego. Y si ella no me da lo que quiero, voy a sufrir. Muchas son las cosas que pasan dentro de mi, no todas son buenas. Soy un caos.
—¿De verdad piensas que el
enamoramiento es algo malo? A mi me hace feliz.
—Eso es porque quizas a ti no te generan
nada malo.
—¿ Y eso? el enamoramiento tiene cosas buenas también, afectos puros. El romance no causa dolor—dijo Fenicio.
De tantas conversaciones y reflexiones juntos, no podía surgir algo menor.
—¿Me lo dices asi? Necesito tiempo.
—Pues ve a tu celda ermitaño, y que se te pase la vida intentando descifrarla— dijo Fenicio ante la falta de iniciativa de su amigo.
En otras ocasiones hubiera protestado, pero Fenicio tenía razón. Además había dejado su actitud -en ocasiones- arrogante, que le hacia creer que solo él era sabio.
"Nunca pienses que sólo tú tienes conocimiento y que los demás son
tontos⁵."
Era algo muy puntual que le había explicado la ballena. Y también lo había leído de Ramakrishna. Y Ramakrishna no podia estar equivocado, era un santo.
Pero aún con todas las experiencias envolventes con la ballena, Ricard no superó a su amada.
Se dijo a sí mismo que para merecer su amor debía trascender varios de sus miedos y su maldad, que no queria estar contaminado. La misma ballena le sugirió en secreto:
—Hijo, te aconsejo por tu fidelidad y porque te considero uno de los nuestros. Solo no te engañes. Purifica lo que tengas que purificar. Sana lo que debas. Pero dices que lo haces para merecer su amor ¿no?
—Asi es, ballena madre— dijo Ricard con desgano.
— No conoces la estructura de su alma para hablar así. No sabes si realmente estas ante un ser superior para decir eso— Y él lo sabía—Escucha, hijo, en la tierra hay muchos pecadores y muy poca gente santa. Asi que, intuye. No te dejes afligir por causas menores. Tienes la gloria eterna frente a tus ojos y lo ignoras
—¿Que hago? ¿Renuncio a todo por ti⁶? Sé que nada se compara contigo. Es como Dios, nadie compite con Él, pero en ocasiones necesito algo para mantenerme en este plano.
La ballena guardo silencio. Se
desvaneció. Eran, o sueños lucidos o visiones.
De aquí en adelante, la ballena guardo
silencio en estas cuestiones. Ricard creyó que se trataban de bagatelas para una deidad, era algo que debía decidir por sí mismo.
Tal fue su aflicción en meses posteriores que se dijo a sí mismo que solo si las circunstancias y situaciones se alineaban, tomaría acción. Quería dejar que las cosas pasaran porque así estaría seguro de que se trataba de la voluntad divina.
—¿En serio? o sea, tu conclusión es que no vas a hacer nada—dijo Finicio a modo de reclamo y algo burlón.
—No, ya te dije.
—Escucha, creo que ignoras el libre albedrio. Dios, por algo te dotó de eso.
—¿Qué dices?
—No somos marionetas. Por algo Dios -si existe-te dió facultades. Por algo te dió cerebro, manos, etc. Si eso es lo que crees, te sugiero que te coloques frente a una carretera, esperes a que un camión llegue por tí y digas: ¡que se haga tu voluntad! ¡No! por algo Dios te dotó de pies y manos.
Asi, su amigo Fenicio, derrumbaba los argumentos de Ricard cuando estaba deprimido. Además, Fenicio se había vuelto muy diestro de pensamiento.
Pero, aún abrumado, se prometió hablarle sólo si las circunstancias se alineaban. Sólo si era absolutamente necesario. Lo que dijo Fenicio era verdad. Pero creyó que si uno estaba muy cerca de Dios, era mejor dejarlo hacer a Él lo que le venga en gana.