Uriel yacía alejado de los compañeros de su colegio, uno de ellos no le daba un buen presentimiento. Se reía de un modo extraño, exponiendo inmoderadamente sus dientes, que, en situaciones particulares, parecían colmillos.
¿Cómo le manifiestas a alguien que la causa de tu aversión se debe a cómo se ríe? Así era Fenicio, un chico singular, sociable, que ciertos días tenía la energía a tope, como si por poco lo devolvieran a la niñez. Más a Uriel no le terminaba de gustar.
Uriel era muy despierto y captaba los suceso invisibles que ocurrían en las proximidades. Las miradas ociosas ignoran las señales clave de los eventos.
—Expresa lo que observaste—le interrogó Uriel a Teresa, una amiga del mismo curso.
—Fenicio, en la recreación concluyente de curso que tuvimos, se encerró con varios compañeros, varones y féminas, y, al dejar el encierro, todos, con excepción de él, se encontraban débiles. Era el único que se mantenía rebosante de vida y energía.
—¿Y tu qué hiciste?—la interrogaba Uriel.
—Yo no realicé nada, ni aún entré. Permanecí en un salón con la mayoría. Unos pocos se encerraron con él, son como sus servidores—manifestó Teresa. Teresa era bastante sosegada.
Esto mantenía a la mente de Ricard ocupada. En su colegio, los aprendices pertenecían -no todos- a agrupaciones secretas. Algo maquinaban, pero a muchos, estas cuestiones ni siquiera les atañía.
Uriel, desde llegado a la juventud, había buscado apoyo para poder con los retos que se le presentaban a su edad. Las batallas no solo son físicas, sino, también, espirituales.
Teresa era una de las pocas almas conciliables y fieles que había hallado. Para Uriel, en todos los ámbitos, había una contienda entre las fuerzas del bien y el mal. Y el colegio no era la excepción.
A Uriel le sobrevino un sueño en el que estaba siendo embestido por una entidad extraña. Al notar que la entidad desfallecía, le preguntó:
—¿Quién eres y por qué motivo me agredes?
—Eres el motivo de mi única intranquilidad. Solo por tí mis días no son impecables—le manifestaba la entidad y gritaba como sin la presencia de Uriel le hiciera daño.
— ¿Te conozco?—indagaba Uriel, algo sorprendido por la contestación.
—Eres Uriel, un ser que ignora la gran luz que trae. Por eso, somos adversarios—le dijo con una voz inarticulada, aguda y desapacible. Que parecía debilitarse conforme transcurría el tiempo. Uriel se percató que quién le hablaba era Fenicio. Advirtió su figura. Empezó a dudar más sobre la verdadera identidad de Fenicio.
En días posteriores notó que Fenicio había dejado de asistir. Uriel todo el tiempo se sentía cansado. Solo le pasaba eso en el colegio, en su hogar rebosaba de energían y alegría. Era como si todas sus ganas, capacidades y fuerzas menguaran en el colegio.
—Teresa ven—le dijo mientras la llevaba a un rinconcito de la biblioteca—¿Es que no lo ves? En el colegio te roban la energía y tú aquí como si nada. Lo sé, aunque todavía no tenga pruebas.
Teresa confiaba tanto en su amigo que, de manera ciega le creía.
—Bienaventurados los que no vieron y creyeron¹—le dijo Uriel a su amiga en cierta ocasión, honrándola por su don de la fé.
Debido a su sensibilidad, Uriel tenía que soportar el peso de la maldad que percibía por todas partes, repartida por todo el mundo. Uriel le había pedido fuerzas a Dios.
En cierta ocasión, una fuerza misteriosa parecía llamarlo desde las profundidades del mar. Había tenido experiencias espirituales en la playa, pero nunca una tan intensa.
Era tal el estado de exaltacion con el que llegaba luego de un paseo por el mar, que, llegó a creer que el mar era un verdadero templo: puro, cristalino, ligero, armónico, sutil, revelador, y, a veces, capaz de desnudarle el alma. Con tal energía, hasta sus compañeros más fuertes parecían temerle.
El mar parecía revelarle secretos. La sabiduría del mar le dictaba cómo ser, cómo comportarse, cuándo hablar. Según Uriel, esta era la sabiduría del mar.
—Atentos. Fijen su mirada al límite del mar, a lo que sus ojos engañan como si se tratase del fin del mundo. Así es Dios, pero nuestras mentes solo perciben lo finito. El mar revela esta gran verdad, no es agua muerta o inerte, es conciencia. Pura conciencia, como Dios—decía Uriel a sus compañeros de colegio, en uno de los paseos por el mar.
Por supuesto, mas de uno no podía evitar la mirada de bochorno ante estas palabras dichas con tanto honor.
Los estudiantes promedio lo ignoraban. A los más oscuros les generaba repulsión su presencia, y otros, sentían una gran admiración por su alma.
Uriel paso por un periodo de tiempo donde ayunaba todos los días. Grande fue su sorpresa cuando Fenicio volvió a aparecer. Lo notó muy cambiando, se lo veía más alto, mas vigoroso y más hábil.
—¿Como es que cambiaste tanto en tan poco tiempo? ¿A quién te comiste?—le preguntó a Fenicio el compañero más payaso del salón.
Esto se lo contó Teresa, y para Uriel no se trataba de ninguna broma. Su chiste tenía algo de verdad.
Ahora, si las cosas se ponían peor, Uriel sentía que no estaba en su mejor versión para enfrentar a Fenicio. Su enemistad había volado incluso a esferas metafísicas, porque recibía ataques de él en sueños.
—Si en sueños Fenicio es tan poderoso, no me lo imagino en persona—dijo Uriel para sí.
El día más esperado llegó, Fenicio veía a Uriel como con hambre .
Cuando los vió, Teresa juraba que ambos eran fieles representantes del bien y el mal sobre la tierra.
Fenicio tenía los ojos enormes como alguien que es poseído. Se abalanzó sobre Uriel como queriendo morderlo. Al acercar su rostro al de Uriel, éste notó dos grandes colmillos y se asustó mucho. Por la apariencia y físico de Fenicio, todos esperarían que Fenicio fuera el más fuerte, pero los periodos de ayuno de Uriel no fueron en vano, lo habían dotado de gran fuerza, tanto física como espíritual.
Uriel notó que, en el reino invisible, su enemigo no era tan fuerte. Mentalmente empezó a rezar una oración. En el plano astral Fenicio tenía un cuerpo n***o e intentaba traspasar el cuerpo de Uriel. Pero el cuerpo espiritual de Uriel era muy fuerte y no pudo hacerlo. Ahora Fenicio parecía temerle. Le dijo:
— Tu eres Uriel, el ser más lumínico de esta institución. Solo te pido que no te expongas demasiado, sé más discreto. Porque hay fuerzas ocultas en acecho.
Uriel se quedó sorprendido, porque notaba que su compañero tenía dos entidades enormes, invisibles, detrás de él.
Teresa vino en auxilio de su amigo.
—¿Quién es ese Fenicio? Desde lejos sentía una energía maligna—Teresa abrazó a su compañero. Estaba muy débil por los ataques.