ROSE
Me quedé en un silencio atónito.
Había pedido una razón y, vaya, él me la había dado.
No estaba segura de qué decir. Simplemente lo miré a los ojos. Lo vi bajo una luz completamente diferente. Ya no era el imbécil al que había definido por sus acciones sin sentido. Era un alma rota que en realidad nunca había conocido el verdadero amor. Excepto el amor de su familia y el de un verdadero amigo.
Aun así, seguía esperando el amor, lo sabía en lo más profundo de mi corazón.
—Muy bien, tu turno —dijo.
—¿Qué? —pregunté.
—Es tu turno de contarme más sobre ti.
—Pero yo no soy una adicta a la adrenalina —dije—. No tengo tatuajes. Ni cicatrices.
—Lo sé —me miró, levantando y bajando las cejas de una manera tierna, solo una vez. Sabía lo que quería decir. Él me había visto desnuda. Clar
