Límites prohibidos

2730 Palabras
El aire entre nosotros se carga de una tensión tan densa que se vuelve casi insoportable. Mis manos tiemblan ligeramente, no por miedo, sino por la necesidad que se ha despertado dentro de mí. Algo en su presencia, algo en esa mirada decidida y casi desafiante, me ha desarmado por completo. Y lo peor es que no quiero que se detenga. — Entonces, prepárate para lo que viene. — La voz de Eduardo es un murmullo grave, pero la promesa en sus palabras resuena como un eco en mi mente, dándome la certeza de que nada será igual a partir de este momento. Su mano, que había estado acariciando mi mejilla, desciende lentamente hasta mi cuello, y un escalofrío recorre mi columna vertebral. Aunque mi mente sigue luchando, mi cuerpo ha caído bajo su hechizo. Cada movimiento suyo me tiene hipnotizada, incapaz de alejarme, incapaz de pensar en las consecuencias. Él lo sabe. Lo siente. Con un movimiento suave, pero decidido, me acerca aún más hacia él, hasta que nuestros cuerpos están tan cerca que siento el calor de su piel a través de la tela de nuestras ropas. La proximidad me quema, y aunque una parte de mí sigue temiendo lo que está a punto de suceder, otra parte, más oscura y profunda, lo desea con una intensidad que no puedo ignorar. Eduardo me observa por un momento, como si estuviera disfrutando de mi lucha interna. Un leve suspiro escapa de mis labios, y la sonrisa que se forma en su rostro es peligrosa. No necesita palabras para comunicar lo que ya sabe: he caído en su juego. — Lo que sientes ahora... — Sus palabras se deslizan lentamente, como una caricia, como una advertencia. — Es solo el principio. No hay vuelta atrás, y no quiero que te arrepientas. Mis labios se abren para responder, pero no encuentro las palabras adecuadas. ¿Cómo puedo explicar lo que siento? El miedo y la excitación se mezclan en una tormenta dentro de mí, pero más que nada, lo que siento es una necesidad profunda, un anhelo que no puedo negar. — No me arrepiento. — Mi voz suena más firme de lo que me siento. ¿Es la verdad? ¿O es solo una defensa contra lo que está por venir? No lo sé. Pero lo que sí sé es que quiero estar aquí, quiero sentirlo todo, aunque eso signifique perderme en este juego peligroso. Él no responde de inmediato, pero hay algo en su mirada que dice más que mil palabras. Es como si ya estuviera saboreando mi rendición, disfrutando del control que tiene sobre mí. Y en algún rincón de mi ser, también encuentro algo extraño, casi aterrador: me gusta. — Eres más valiente de lo que pensaba. — Eduardo susurra, y al hacerlo, se inclina hacia mí, dejando que su aliento acaricie mi oído. — Pero la valentía no siempre es suficiente... a veces solo te arrastra más hondo. El roce de sus labios en mi cuello me hace estremecer, y mis manos, que hasta ahora habían permanecido a los lados, se levantan solas, acercándose a su pecho. Es como si mi cuerpo tuviera vida propia, reaccionando a sus toques, a sus palabras, a la electricidad que fluye entre nosotros. Un leve gruñido escapa de mi garganta cuando su mano baja lentamente por mi espalda, trazando una línea de fuego en mi piel. Mi respiración se vuelve irregular, mi cuerpo se estremece, y aunque intento mantenerme firme, siento que ya he cruzado una línea que no puedo retroceder. — Eduardo... — Mi voz tiembla, y al pronunciar su nombre, algo en mi interior se rompe. Es como si me estuviera entregando completamente a él, sin reservas, sin importar lo que pase después. Él se detiene un momento, sus ojos fijos en los míos, leyendo cada uno de mis movimientos, cada uno de mis pensamientos, como si pudiera ver lo que hay más allá de las palabras, más allá de lo que yo misma estoy dispuesta a admitir. — Lo que empieza aquí... nunca será lo mismo. — Su tono es bajo, firme, y en sus ojos hay algo más que deseo. Es una promesa, y aunque no sé qué significa exactamente, no quiero alejarme. Lo quiero, quiero todo lo que implica este juego peligroso, y aunque sé que puede destrozarme, mi cuerpo lo desea más que nada. Eduardo se inclina hacia mí, y esta vez, no hay vuelta atrás. Mis labios se encuentran con los suyos, y todo lo que había intentado suprimir se libera, desbordándose como un río que no puede ser detenido. El beso es profundo, salvaje, como si estuviéramos en una guerra de cuerpos y almas. Y en ese beso, siento el peso de lo que hemos comenzado, lo que hemos desatado. El resto del mundo desaparece. Ya no hay oficina, ya no hay reglas, solo él y yo, atrapados en una espiral de deseo y peligro que no podemos, ni queremos, controlar. La intensidad del beso se intensifica, y mi cuerpo responde sin resistencia. Las manos de Eduardo viajan por mi espalda, presionando mi cuerpo más cerca del suyo, como si intentara fusionarnos, borrar cualquier distancia que hubiera existido entre nosotros. Cada roce de sus dedos, cada caricia, me hace sentir como si estuviera perdiendo el control, como si me estuviera hundiendo en algo del cual ya no puedo salir. Mis pensamientos se vuelven borrosos. Lo que alguna vez parecía imposible ahora es mi única realidad. Cada latido de mi corazón está sincronizado con el suyo, cada respiro se convierte en un suspiro compartido. En la profundidad de su beso hay promesas no pronunciadas, deseos ocultos, y un anhelo que se ha vuelto tan palpable que es casi físico. Cuando finalmente se separa, hay una sombra de satisfacción en su rostro. Está mirando mis labios como si todavía pudiera saborear lo que acaba de pasar, y yo, completamente perdida en el momento, no puedo evitar querer más. El deseo arde dentro de mí, como un fuego que no puede ser apagado. — ¿Sabes lo que acabamos de hacer? — La voz de Eduardo es más grave, más baja, como si estuviera tratando de mantener el control de una situación que ya se ha ido de sus manos. Pero su mirada... su mirada está llena de una certeza inquietante. Asiento lentamente, sin palabras. Ya no puedo pensar claramente, no cuando él está tan cerca, tan palpable. El miedo sigue ahí, acechando en el fondo de mi mente, pero se ve opacado por el deseo creciente que me consume. — Lo sé... — Mi voz se entrecorta, y aunque intento hablar con firmeza, mi cuerpo está diciendo algo completamente diferente. Algo que no quiero admitir, pero que es innegable. Eduardo parece satisfecho con mi respuesta, pero sus ojos no se apartan de mí, como si estuviera decidiendo qué hacer a continuación. La tensión entre nosotros es tan fuerte que podría cortarse con un cuchillo. No sé si debo retroceder, o si simplemente dejarme llevar por la corriente, aunque me aterra la idea de lo que eso podría significar. — No puedo dejar que esto pase solo una vez. — Sus palabras son un susurro, pero se sienten como una sentencia. Sus manos aún recorren mi cuerpo, trazando rutas peligrosas, y siento cómo mi respiración se acelera, cada fibra de mi ser grita que quiero más, aunque todo lo que pueda perder esté justo frente a mí. — Entonces, ¿qué pasa ahora? — Pregunto, más para mí misma que para él. No estoy segura de lo que espero escuchar, de si estoy preparada para enfrentar lo que esto puede desatar. — Ahora... — Eduardo hace una pausa, su mirada llena de una mezcla de deseo y determinación. — Ahora no hay vuelta atrás. Lo que pase después, lo decidimos juntos. Mis ojos se encuentran con los suyos, y aunque sé que debería temer lo que está por venir, no lo hago. En cambio, siento una extraña paz en la decisión de perderme en él. Aunque sé que es peligroso, aunque sé que es prohibido, hay algo en su cercanía, en su poder, que me llama de una manera que no puedo entender. — ¿Y si me arrepiento? — Mi voz suena más vulnerable de lo que me gustaría admitir, pero no me importa. He cruzado la línea, y aunque la incertidumbre me consume, sé que no quiero retroceder. Él sonríe ligeramente, como si supiera lo que está pasando en mi mente, como si hubiera leído mi alma en ese instante. — No lo harás. — Responde, su tono seguro, casi condescendiente, pero hay algo más en su mirada. Es como si ya supiera que lo que acaba de comenzar no tiene marcha atrás. — No cuando te des cuenta de lo que realmente significa esto entre nosotros. Sus palabras quedan flotando en el aire entre nosotros, y aunque mi mente grita que esto está mal, que esto puede destruirnos a ambos, mi cuerpo y mi corazón siguen pidiendo más. Hay una parte de mí que sabe que lo que ha comenzado entre nosotros cambiará nuestras vidas para siempre, pero otra parte, la más oscura, simplemente quiere seguir. Y entonces, con una última mirada, Eduardo se aleja solo un paso, pero lo suficiente para darme un respiro. Pero la promesa no dicha sigue allí, pesada, como una sombra que nos acompaña. Ya no hay vuelta atrás. Ya no hay forma de detenernos. — Lo que pase a partir de ahora... será nuestra decisión. — Dice, su voz más suave ahora, pero igualmente cargada de significado. Y en ese momento, no tengo dudas de que lo que haya decidido, lo que decida, ya no será solo mío. También será suyo. El silencio que queda después de sus palabras es pesado, y aunque ambos sabemos lo que ha pasado, también sabemos que lo peor está por venir. Me retiro de la sala de reuniones, mi mente aún dando vueltas a lo que acaba de ocurrir. Mis manos temblorosas toman el teclado del ordenador, como si intentara sumergirme en el trabajo para olvidar lo que acaba de suceder. Pero no puedo. No puedo escapar de la sensación de su toque, de su mirada penetrante que sigue ardiendo en mi piel. A lo lejos, a través del cristal de la oficina, veo a Eduardo entrar y salir de su despacho. Cada vez que pasa junto a mi escritorio, no puedo evitar sentir su presencia, como un imán que me atrae, un poder invisible que no puedo ignorar. Su mirada se posa sobre mí, y aunque no hay palabras, siento el peso de su observación, ese fuego silencioso que me consume por dentro. Lo ignoro, o al menos intento hacerlo. Respondo a correos, organizo documentos, pero todo lo que soy se siente desgarrado entre el deber y la necesidad. ¿Por qué no puedo simplemente hacer mi trabajo sin que su imagen me invada, sin que su sombra me siga como un susurro constante? Cada tres horas, más o menos, ahí está de nuevo, cruzando la oficina, su mirada directa sobre mí, como si estuviera estudiando cada uno de mis movimientos. Su presencia me perturba, pero también me atrae con una fuerza irresistible. Cada vez que lo veo acercarse, mi estómago se revuelca, mis manos sudan, pero aún así, no puedo apartar la mirada. La tensión en el aire es palpable, como si ambos supiéramos que algo está sucediendo, pero ninguno de los dos lo menciona. Y luego, cuando llega la hora de marcharme, dejo escapar un suspiro que no me había dado cuenta que estaba reteniendo. Mis pasos son ligeros, pero mi mente sigue dando vueltas, atrapada entre el deseo y la culpa. Al llegar a casa, la sensación de estar sola, de estar a salvo, me envuelve, pero no puedo dejar de pensar en él. Eduardo. El hombre que nunca debería haber tocado mi vida. El hombre prohibido que, sin querer, ha desbordado todos mis límites. Entro en mi apartamento, me quito los tacones y me dejo caer en el sofá, agotada. No quiero pensar en lo que acaba de pasar, no quiero pensar en lo que estoy sintiendo. Pero no puedo evitarlo. La ansiedad me consume. — ¿Lo voy a contar o no? — susurro para mí misma. Tomo mi teléfono y marco el número de Ana, mi amiga de toda la vida. La única persona que siempre ha estado a mi lado. La única persona que puede escucharme sin juzgarme. — Hola, ¿cómo estás? — Ana responde al segundo tono, como siempre lo hace. — Estoy... no lo sé, Ana. No sé qué hacer. — Mi voz temblorosa traiciona mi calma exterior. Ana, que siempre sabe cuando algo no va bien, deja de hablar de sus cosas y se concentra en mí. — ¿Qué pasa? Cuéntame. Me acomodo en el sofá, dejando que la realidad se haga espacio en mi mente. — Creo... Creo que me enamoré de un hombre prohibido. — Las palabras salen como una confesión, casi como si el peso de mi propia verdad me aplastara. Ana guarda silencio al otro lado de la línea, como si estuviera procesando lo que le acabo de decir. — ¿Un hombre prohibido? — Su voz es suave, como si estuviera analizando cada palabra. — ¿De quién hablas? Mi corazón late fuerte en mi pecho mientras siento el peso de la revelación. Mi mente intenta encontrar la forma correcta de decirlo, pero ya sé que no hay manera de que esto suene bien. — De Eduardo Peldaños. — Susurro, como si el simple hecho de pronunciar su nombre me quemara en el alma. Al escuchar su nombre, hay un largo silencio al otro lado de la línea. Ana parece sorprendida, pero no dice nada. Simplemente espera. — Eduardo Peldaños... — repite en voz baja. — El multimillonario dueño de la empresa en la que trabajas. ¿De verdad? Me siento culpable, pero también liberada al compartirlo. — Sí. Es... es imposible. Sé que no debería. Sé que es peligroso, pero... no puedo dejar de pensar en él. Cada vez que me mira, siento que el suelo se me escapa de los pies. Es como si tuviera un poder sobre mí, Ana. Un poder que no puedo controlar. Ana suspira, y yo escucho su respiración en la otra línea. Sé que está pensando, evaluando la situación con la lógica que siempre tiene. — ¿Y tú qué piensas? — pregunta finalmente, y en su tono hay algo más que simple curiosidad. Hay una preocupación genuina, como si le doliera verme en esta encrucijada. — No lo sé. — Respondo, mi voz casi quebrándose. — Creo que me estoy perdiendo. Y lo peor es que... no quiero salir de este abismo. A veces creo que me está arrastrando, y me pregunto si debería dejarlo... Ana hace una pausa, y luego habla con esa voz que tiene cuando sabe que está por decirme algo que cambiará mi perspectiva. — Escúchame, amiga. — Su tono es suave pero firme. — Sé que Eduardo es... tentador. Pero también sé que este tipo de relaciones pueden destruirte. Debes tener cuidado, no puedes permitirte perderte por alguien que no te pertenece. Mi corazón se acelera al escucharla, porque aunque sus palabras son sabias, me resulta difícil aceptar la verdad. Todo lo que quiero es sentirme completa, sentir que esta atracción es real, que no estoy simplemente buscando un escape en él. — Lo sé, lo sé... — susurro, cerrando los ojos, y siento que las lágrimas amenazan con salir. — Pero, ¿y si ya estoy demasiado involucrada? ¿Y si ya no puedo detenerlo? El teléfono guarda un silencio pesado, y por un momento, solo escucho mi respiración. Luego, Ana habla nuevamente, su voz más suave. — Solo recuerda una cosa: lo que más deseas a veces es lo que más te puede destruir. Tómatelo con calma, amiga. No te pierdas en algo que puede no ser lo que parece. Cuelgo el teléfono con un suspiro. Las palabras de Ana resuenan en mi mente, pero una parte de mí sabe que lo que estoy viviendo con Eduardo no tiene marcha atrás. Y mientras las sombras de la noche se ciernen sobre mí, no puedo evitar preguntarme si alguna vez me recuperaré de lo que ya ha comenzado.
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