Con paso sigiloso, el conde Sebastián se adentró en la noche oscura, atravesando los senderos que llevaban al imponente castillo de Aldoria.
La luz de la luna apenas revelaba su figura, envuelta en las sombras.
Su corazón latía con una mezcla de excitación y temor mientras se acercaba a la ventana de la habitación de Eleonora.
A lo lejos, el castillo se alzaba majestuoso, pero él solo tenía ojos para la silueta de la joven que yacía ajena a su visita clandestina.
El viento susurraba secretos mientras Sebastián la observaba con fervor, sin perder tiempo lanzó varias piedras contra su ventana para llamar su atención.
—¿Sebastián? ¿Qué haces aquí a estas horas?
—Eleonora, vine porque debo confesarte algo. Y pedirte perdón porque no pude evitar que el rey te trajera de regreso al cast
