III

475 Palabras
Besé su ombligo y mi nariz fue trazando un camino por la piel de su bajo vientre, donde el aroma de su feminidad se acrecentaba y se hacía más cálido. Desabroché sus jeans, y bajé delicadamente su cierre para poder liberarla de su ropa. Quité sus zapatillas y sus calcetines; sus pies estaban algo fríos pero los froté con mis manos. Deslicé sus jeans, y sus blancas piernas conocieron la oscuridad de la habitación. Me arrodillé sobre la cama, y tomé su pierna derecha para olerla a lo largo de toda su extensión, primero por su borde externo, luego por su borde interno. Lo mismo hice con su pierna izquierda, sintiendo más cálido a medida que mi nariz se acercaba a su entrepierna. Recostado con mi cabeza entre sus piernas, me acerqué a su pubis, acariciando ambos costados de su pelvis, ahí donde su ropa interior marcaba el límite con el mundo exterior. Subí mi cara sobre su calzón, llegando bajo su ombligo, y comencé a quitarlo con mi lengua y mis dedos, bajándolo lo suficientemente lento para que ella lo deseara y se desesperara porque lo quitara todo. Y lo quité. Su pubis suave quedó al descubierto, y su Monte de Venus se develó ante mí. Una V de veneración, de adoración mágica para la cual estaba dispuesto a rendir culto. El olor que emanaba de ella provocaba un éxtasis estimulante, chamánico, evocando a los dioses del caos, aquellos elementales que venían sacudirme en una danza obscena y dionisíaca en el río de lo primigenio. Besando el suave monte, me acerqué a su hendidura, como buscando escrutar la húmeda oscuridad con mi lengua bífida. Mordí levemente el interior de sus muslos para que el sopor de los jazmines me embriagara, y luego lamí de ella, como si fuera un cáliz que derramara ambrosía. Mis labios se posaron en el borde de su cáliz, y mi lengua degustó sus fluidos de Venus, el néctar de Afrodita. Sostuve sus glúteos, aferrándome a su piel mientras trazaba el Futhark completo al interior de su entrepierna, donde su carne es suave, húmeda y quemante. Una a una, Cenicienta fue recibiendo las runas sobre su feminidad, mientras mi cabeza se movía entre sus piernas y yo llenaba mi boca de ella. Una a una, todas trazadas con devoción, dibujaron la red de Wyrd entre sus piernas, de manera que si el destino me había llevado hasta ahí, pues tenía que quedar grabado a fuego y saliva. Una a una, y cada vez más intensamente, las runas fueron arrancando sus jadeos, mientras ella se frotaba cada vez más enérgicamente contra mi boca, como queriendo cobrar un tributo a mi lengua. Todo el Futhark entre sus piernas, y mi cara perdida en la oscuridad primordial, donde no había nada más que ella y el caos húmedo, lo más íntimo y ardiente.
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