Cosa

1863 Palabras
La algarabía no se hizo esperar y la celebración por fin dio comienzo. Allí había una cantidad considerable de personas, pero no rebasaba ni un tercio de los que asistían a los eventos de su antiguo hogar. Luna contempló cómo los niños y jóvenes jugaban al alquerque, con mesas puestas en medio de las calles, y algunos adultos compartían jugadas de dados y naipes. La abundancia era más que obvia; la comida, sin duda, se podía considerar todo un arte porque había sido colocada con gran esmero. Sin duda su tiempo de ocio era algo muy preciado y disfrutado. La nueva pareja estaba ahora a expensas de cualquiera que quisiera acercarse para charlar y conocer a la recién aceptada; ahora sentían la confianza de hacerlo. —Vas a convertirte en estatua si sigues así —León le susurró al oído Luna, procurando discreción, al verla sin gesticular desde hacía varios minutos. Se mantenían de pie, en un espacio que se fue liberando de personas debido a que el baile inició. —No es fácil, todos me miran y puedo sentir su sospecha… Además, deberías avisarme antes de que… de que… hagas esa cosa —resopló enojada. —¿Cosa? ¿A qué te…? —Él no pudo evitar soltar una leve carcajada cuando cayó en la cuenta—. ¡Por amor de mi madre! Estás más loca de lo que creí. No es una cosa, fue un pequeño beso y no es para tanto, tenía que hacerlo. Ahora no se podrá poner en duda nuestro vínculo. Era seguro que no lo sabía, pero acababa de darle a Luna su primer beso. A pesar de tener una edad razonable, no se había permitido tener una relación. En otras circunstancias ya llevaría por lo menos cinco años unida en matrimonio y con más de un hijo que cuidar. Es cierto que en Isadora la pretendían más de dos jóvenes y que se sentía atraída por uno de sus conocidos, pero jamás se acercó a él para dejarse cortejar; aquello era algo que el tiempo no le permitía y no sentía la necesidad de lidiar con una pareja que le quitara parte de su atención. Sus padres, por su parte, no la presionaban, ni siquiera trataban el tema, porque sabían que tenía tareas importantes que cumplir. —¡Pudiste avisarme antes! —musitó para que nadie oyera su conversación en medio del barullo. —Si te hubiese avisado seguro comenzarías a quejarte antes de que lo hiciera, así que agradécemelo, para mí tampoco fue sencillo. Y ya mejor cierra la boca o alguien va a escucharnos —le respondió también con voz baja, pero sin parecer que discutían porque se encargaba de sonreír cuando los ojos curiosos los escrutaban. Para calmar la tensión, León le tomó la mano y la condujo hacia el centro del lugar donde una canción lenta comenzó a sonar justo en ese momento. —Supongo que quieres que bailemos —se burló, pero cedió a sus intenciones. —No, yo voy a bailar y tú, bueno, puedes intentarlo. —Su mano libre rodeó la cintura de Luna y la acercó a su cuerpo mientras la otra que la sostenía entrelazada se alzó en el aire para seguir el ritmo de la música. A ella le asombró el tipo de melodía que presentaban. Estaba acostumbrada a que estas solo fueran ejecutadas por artistas de instrumentos, sin embargo, en este caso sí incluían a un cantante. Si bien en Isadora contaban con intérpretes, solo eran a una voz y sin acompañamiento. —Vas a tener que disculparme, pero desconozco este estilo de danza. —Yo te guío. —Le guiñó un ojo y la ayudó a no equivocarse—. ¿Escuchas la canción? —preguntó. Su aliento cálido recorrió la frente de su compañera, que en ese momento estaba fría por la noche. —Sí. Quiero pensar que sus letras deleitan por su belleza, pero confieso que no logro entenderla. El prodigioso hombre que cantaba con gran dedicación pronunciaba palabras que ella no podía comprender. —Es porque es una lengua distinta, las palabras son diferentes, pero en esencia dicen lo mismo que las nuestras. Habla del amor imposible y esas cursilerías. Algún día tal vez te diga lo que significan si te portas como debes. —Mientes —murmuró incrédula. Tenía conocimiento de que a los intérpretes no se les permitía salirse de estrechos límites, y una concepción artística no estaba aceptada. Las bromas que le jugaba se volvían recurrentes y ya había dejado de creer en su palabra, o más bien nunca la creyó. A pesar de todo, esa noche era como estar con alguien distinto, sus frases sonaban sinceras e incluso amables, podía darse el lujo de sentirse segura, aunque muy en el fondo sabía que lo detestaba. —¿Puede concederme esta pieza el anfitrión? —pidió una chica que se encontraba parada frente a ellos y que permaneció esperando la respuesta de León. Aquella mujer llevaba puesto un ajustado vestido color rosado que dejaba notar su curvilíneo cuerpo y no pasaba de los veinte años. El rostro que poseía se podría considerar común, pero con un evidente toque de coquetería: labios delgados, boca pequeña, ojos medianos y cafés, nariz afilada, aunque la forma de su rostro era lo que le arrebataba el ser considerada como una verdadera belleza. Lo que más destacaba era el brillo especial de su cabello rojizo que se encontraba recogido en una coleta alta. —Me encantaría, pero ¿quién acompañará a mi dama? —respondió él con cortesía. —Yo, por supuesto. ¡Por fin la voz que Luna ansiaba escuchar! Alí daba la cara luego de no aparecerse durante dos días; desde ese en que rechazó su petición de ayuda. La chica del vestido rosado tomó de manera deliberada el brazo de León y lo puso de forma atrevida en su cintura; Alí por el contrario solicitó con cortesía que Luna lo permitiera antes. —Luces hermosa. Más que de costumbre, claro —alabó, observándola de pies a cabeza; al menos él si notó el cambio. —Te agradezco. Pero dime, ¿dónde te habías metido? No sabes lo preocupada que estaba por ti. —Tuve algo importante que hacer y me ausenté, pero estoy de vuelta. —Sin dar más detalles de su ausencia, la llevó por otro rumbo, evitando que lo cuestionara más—. Ahora hablemos de ti, ¿cómo se la pasa la nueva integrante? Ella bajó el rostro debido a la vergüenza que la abordó. —No te vayas a burlar, fue él quien lo propuso. Lo vamos a terminar en cuanto sea pertinente. Por favor, no debes decírselo a nadie, ¡te lo pido! —musitó para que no fuera escuchada. —¿Quién dice que diré algo? Además estoy más que feliz de que estés aquí, bailando conmigo. Espero que ya me hayas perdonado el haberte fallado —al momento de decir la última frase, su mirada pareció entristecer y Luna quiso abrazarlo para evitar que se sintiera culpable por algo que no debía. —¡No hay nada que perdonar! Creo que al final las cosas están saliendo bien, aunque no lo niego, el proceder es un tanto cuestionable. —Sin desearlo, lanzó una mirada a León quien parecía estar cómodo con la chica que se mantenía enganchada con descaro a él y reposaba su cabeza en su hombro. —Te hará las cosas muy llevaderas, estoy seguro. Y, si se lo permites, tal vez te haga muy feliz. En el fondo es más bueno que ningún otro —exclamó Alí sonando tierno. —¿Pero de qué hablas? Sabes muy bien la verdad, aunque no me sorprendería que comenzaras a creer en lo que dice, es un mentiroso experto. Además… se ve que tiene a más de una con él —enunció un tanto irritada. —¿Te refieres a Christina? —Alí rio un poco al ver a su testarudo amigo y regresó su vista a Luna—. No debes preocuparte, ha estado tras de él por más de tres años y no ha conseguido ni una sola atención de su parte. Nada de lo que ella hace le interesa y ya todos lo saben, pero, me apena reconocerlo, es muy insistente y no pierde la esperanza aun sabiendo que ya no es libre. —¡Deja de decir esas cosas! —Se ruborizó por un fugaz instante—. Y… no tienes por qué explicarme, él sabe lo que hace, es su vida. —Está bien, solo fue un comentario inocente. Mejor hablemos de lo hermosa que te ves hoy, ¿ya te lo he dicho? —Y qué decir de ti, como siempre encantador. —Era cierto, todas las veces que lo había visto vestía de un modo correcto y elegante; se podría decir que más elegante que el resto de los habitantes, y esa noche no era la excepción. Parecía como si cada despertar se levantase vestido, peinado y perfumado, listo para trabajar. —Es un comentario atrevido de parte de una mujer comprometida —bromeó y esbozó una tímida sonrisa. Luna solo pudo seguir en silencio el baile con su querido amigo, pensando en lo mucho que le hubiese gustado que fuera él su engaño, porque con un hombre así tenía la posibilidad de convertirlo en una realidad. Alí era un caballero, sensible, amable, sincero… Pero la cara de la moneda se había inclinado en su contra y le había dado a otro que era por completo distinto. Tal vez, terminada su treta, lo volvería a intentar persuadir para que la cortejara, pero ahora sí en serio. La música cambió y León se dirigió a ellos para pedirle a Luna que caminaran un poco. Christina ya bailaba con otra persona. Alí se retiró con cortesía con la excusa de que no había comido en varias horas. Anduvieron de la mano por unos minutos. Fue allí donde todo el valor desapareció y comenzó a sentir cómo las personas los miraban con reservas. El temblor que antes la invadió volvió y esta vez lo hizo con mayor vigor. Lo sentía tan fuerte que, sin querer, sus piernas cedieron porque no logró sostenerse. Por suerte su acompañante reaccionó al notar su palidez y la sostuvo con discreción, evitando que cayera al suelo. Un momento eterno transcurrió y cuando por fin recuperó el conocimiento se dio cuenta de que León la sostenía. Poco a poco la ayudó a ponerse de pie, permitiendo que se tomara su tiempo. Una vez reincorporada observó de nuevo el lugar y se dio cuenta de que en realidad nadie los juzgaba. La gente no se preocupaba por ellos, la mayoría reía y bebía como si no hubiera un mañana, los rostros no mostraban recelo. Al percibir de nuevo el ruido de la fiesta, se sintió diferente. Era una sensación nueva, una que no sintió jamás en Isadora. Por primera vez supo que si estaba allí era porque el destino le regalaba la oportunidad de vivir con libertad; esa que no tenía en su antigua vida. Y claro que lo haría, esta vez lo haría.
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