Capítulo 22

1785 Palabras
Punto de vista GASPAR El murmullo de la sala se había vuelto más denso, como si las paredes mismas cuchichearan su nombre junto al de Helena. Entre las mesas, los rostros sonreían con cortesía, pero las miradas eran afiladas. Alicia apareció a su lado, copa en mano, con ese porte de reina que no se manchaba ni en un campo de batalla. —Felicidades, hermanito —susurró, con la voz suave y el filo de una cuchilla—. Acabas de convertir una gala benéfica en la telenovela del año. Gaspar no pestañeó. —No me arrepiento. —No hablo de arrepentirte —replicó, inclinándose lo justo para que solo él la oyera—. Hablo de que ahora todos saben que la quieres. Incluido él. Gaspar siguió mirando al frente, el vaso de whisky firme en su mano. —Me da igual quién lo sepa. Alicia sonrió con esa mezcla de orgullo y preocupación que solo las hermanas dominaban. —Entonces prepárate. Porque después de un beso así, nadie va a quedarse quieto. Ni Helena… ni los que quieren separarte de ella. Lo dejó solo, con el eco de sus palabras más fuerte que el murmullo de toda la sala. Punto de vista HELENA Seguía sintiendo el calor del beso en los labios. No importaba que la música volviera a sonar y que la gente retomara sus conversaciones como si nada; en su pecho, el mundo seguía detenido. Lautaro apareció a su lado como una sombra alta y elegante, llevándose dos copas de una bandeja al paso. —Toma —le ofreció una. —No quiero beber. —No es para que bebas, es para que tengas algo en las manos y no parezcas una adolescente después de su primer beso —dijo, arqueando una ceja. Helena giró hacia él, indignada. —¿Perdón? —Perdón nada. Eres una mujer hecha y derecha, Helena. Y lo que has hecho ahí, en medio de todo el mundo, tiene consecuencias. —Yo no… —empezó, pero él levantó una mano. —No me digas que no sabías lo que hacía. Ese beso no fue un accidente. Y aunque lo hubiera sido, no puedes hacer como que no ha pasado. Helena tragó saliva, sintiendo que la sala se estrechaba. —Él me besó. —Y tú lo besaste de vuelta —remató Lautaro, con esa precisión quirúrgica que tanto la sacaba de quicio—. Mira, yo no soy tu padre, pero te lo diré igual: decide si vas a luchar por lo que sientes… o si vas a esconderte. Porque él no es un hombre que espere eternamente. —¿Y tú de qué lado estás? —preguntó ella, medio retadora. Lautaro sonrió, inclinándose lo justo para que su voz le acariciara la oreja: —Del lado en el que tú no salgas herida. Pero si vas a jugar con fuego, Helena, hazlo sabiendo que arde. Punto de vista IVAN No le dolía el orgullo. Le ardía. Ese beso —frente a todos, con el descaro de un desafío— no solo lo había dejado en evidencia, sino que le había quitado algo que él creía suyo, aunque jamás lo hubiera cuidado como merecía. Bebió de un trago lo que quedaba en su copa y dejó el cristal vacío en la bandeja de un camarero que ni siquiera tuvo tiempo de detenerse. Avanzó entre los invitados con paso seguro, pero con la mirada de quien ya ha decidido morder. Y ahí estaba Helena. De pie junto a Lautaro, sonriendo apenas, como si ese beso no hubiera removido el suelo bajo sus pies. Esa calma fingida le revolvió el estómago. —Vaya, vaya… —su voz llegó como un filo cortando la música—. Creí que esta noche ibas a brillar, Helena. Pero parece que te has conformado con ser el trofeo de alguien más. Ella giró despacio, con esa mirada que él conocía bien: la de quien se está conteniendo para no escupir la verdad. —No soy el trofeo de nadie. —¿Ah, no? —sonrió con burla—. Porque ahí afuera ha parecido justo eso. Él te besa, todos miran, y tú… aceptas. Muy de gala todo, pero dime, ¿sabes cómo acaba esta historia? Lautaro dio un paso, interponiéndose con una elegancia que escondía la amenaza. —Creo que ya has dicho suficiente, Cebrián. Iván clavó los ojos en él, pero habló para ella: —Solo recuerda, Helena… yo sé exactamente cómo amas. Y él no tiene ni idea de lo que le espera. La dejó ahí, con la frase colgando como un anzuelo envenenado, y se perdió entre el mar de trajes y vestidos, como si nunca hubiera estado. Punto de vista ISADORA Desde el balcón interior, Isadora observaba el salón como si fuera un tablero de ajedrez. Entre las luces doradas y el murmullo elegante de la fiesta, veía a cada pieza moverse… y no le gustaba lo que veía. Iván se retiraba de la conversación con Helena y Lautaro con un gesto torvo, el ego magullado. A su lado, el hombre que permanecía en la sombra —el padre de Gaspar— ni siquiera intentaba disimular su fastidio. —Se suponía que él debía distanciarse… no marcar territorio delante de todos —dijo él, con la voz baja pero cargada de hielo. Isadora no apartó la mirada de Helena, que ahora hablaba con Lautaro, ajena a los ojos que se clavaban en ella desde arriba. —Lo que hizo fue un desafío. Y no solo a Iván… sino a ti. El hombre se giró hacia ella, lento, como si evaluara cada palabra. —¿Te das cuenta de lo que significa? —Que Gaspar no es tan moldeable como creías —sonrió ella, amarga—. Y eso, querido, complica nuestro trabajo. Él apretó el vaso de whisky con fuerza. —Entonces hazlo más fácil. Isadora tomó un sorbo de su copa, la mirada fija en Gaspar al otro extremo del salón. —Tranquilo… —susurró—. Los hombres que aman demasiado siempre se rompen. Y yo sé exactamente dónde están las grietas. Punto de vista HELENA La música seguía sonando, pero para Helena todo se había vuelto un zumbido distante. Las palabras de Iván no eran nuevas… pero esta vez habían llegado envueltas en un veneno distinto: el de verla con alguien más. Lautaro, aún a su lado, la observaba con esa mezcla de hermano mayor y estratega que podía leerle el alma. —No escuches a ese idiota. Solo está dolido porque el centro del escenario ya no es él. Helena sonrió apenas, aunque la sonrisa no le llegó a los ojos. —Lo peor es que tiene razón en algo —murmuró. —¿En qué? —preguntó él, arqueando una ceja. Ella miró hacia la pista, donde Gaspar conversaba con un grupo reducido de empresarios, impecable, como si el beso de hace un rato hubiera sido un gesto calculado. —En que él no sabe cómo amo. Lautaro se inclinó un poco hacia ella, bajando la voz. —Entonces tendrás que enseñarle… o dejarlo ir antes de que aprenda por las malas. Helena no respondió. Su corazón latía como si estuviera a punto de lanzarse desde un acantilado. Sabía que Gaspar la estaba esperando, quizá no con palabras, pero sí con esa tensión en la mirada que pedía algo más que un baile. Y lo que más le asustaba no era acercarse a él… sino descubrir que lo que Iván había dicho no era del todo mentira. Punto de vista GASPAR Lo vio. Iván se alejaba de Helena con una sonrisa torcida, y algo en su pecho rugió. No iba a dejar que esa serpiente dejara más veneno en ella. Atravesó el salón con pasos calculados, pero la mirada clavada como un ancla. Lautaro lo interceptó con los ojos, pero no se movió. Gaspar ya estaba delante de Helena. —Necesitamos hablar. Ahora. Ella lo miró como si le hubiera exigido el mundo. —¿Y si no quiero? —Pues te lo voy a pedir de otra forma —respondió él, con esa calma peligrosa que la irritaba y la atraía por igual. La siguió hasta un balcón lateral. Cerró la puerta de cristal y el ruido de la fiesta se apagó, dejándolos solos con el sonido de su respiración acelerada. —No voy a seguir esperando, Helena. —¿Esperando qué? ¿Que me olvide de que me dejaste en tu cama y te largaste sin una palabra? —escupió, dándole de lleno en el orgullo. Gaspar dio un paso adelante. —Te dejé porque estabas borracha. Y porque me conozco demasiado bien. —Otra excusa perfecta para no dar la cara. —No es una excusa. Es que aquella noche… —su voz se volvió grave, casi un gruñido— …si no te amara, habría hecho lo que llevo meses soñando con hacerte. Ella lo fulminó con la mirada. —Yo no te pedí que me amaras. Te pedí que me escucharas… y te marchaste. Gaspar se inclinó hacia ella, lo justo para que el aire se cargara. —Me marché porque, si te escuchaba, no iba a pensar. Y contigo quiero pensar. No quiero que esto sea un error del que huyas. —¿Y quién te dice que no lo es ya? —susurró, con la voz rota y desafiante a la vez. Gaspar ladeó la cabeza, los ojos fijos en los de ella. —Si esperas que por ser joven salga huyendo, te recuerdo que la única que ha huido hasta ahora de lo que ambos sentimos eres tú. Así que perdona si te respeto más que los gañanes con los que has salido antes de conocerme. Helena tragó saliva. —No voy a decirte lo que quieres oír. Gaspar sonrió, pero no era ternura: era pura guerra. —Perfecto. Porque yo tampoco pienso darte lo que esperas. Voy a darte lo que no puedas olvidar. Y el silencio entre ellos ardió como un incendio que ninguno se atrevió a apagar… todavía. Punto de vista HELENA Helena lo miró, todavía con el pulso desbocado. Podía odiar su arrogancia, su forma de plantarse frente a ella como si todo lo demás no existiera… pero lo odiaba más porque tenía razón. Gaspar no se movió, no intentó besarla, no necesitaba hacerlo. Su voz fue un susurro grave, cargado de certeza: —No pienso salir de tu vida, Helena. Aunque me odies por quedarme. Ella tragó saliva. Quería contestar, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta. Y fue entonces cuando lo supo. Por mucho que corriera, por mucho que se negara… ya estaba perdida en él.
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