Capítulo 7
1119 Palabras
Punto de vista GASPAR
La luz entraba a trazos desordenados por las cortinas. Gaspar abrió los ojos con la sensación de tener la cabeza atrapada en un tambor. No era resaca de alcohol. Era peor. Era de orgullo.
Recordó su mano. Recordó la cara de Lautaro. Recordó la voz de Helena diciéndole que no quería un niño.
Se incorporó, desorientado. El cuarto olía a colonia y rabia. A lo que queda después del caos.
Samuel entró al poco rato, como si supiera que su jefe necesitaba que alguien respirara con él. Pero Gaspar no podía con testigos.
—Vuelve luego.
—Pero…
—¡He dicho que vuelvas luego!
El asistente se fue sin chistar. Gaspar apoyó los codos en las rodillas, cubriéndose el rostro con las manos.
¿Cómo había llegado a eso?
¿Desde cuándo ella tenía ese poder?
Y, peor aún, ¿desde cuándo él quería que lo tuviera?
Punto de vista HELENA
—Buenos días, licenciada De la Vega —dijo Laura con media sonrisa.
—Buenos son, si nadie pregunta demasiado —respondió Helena mientras colgaba su abrigo con precisión quirúrgica.
El buffet murmuraba a su alrededor. Rumores. Ecos. Algunos ya sabían lo de la bofetada. La alta sociedad tiene más ojos que una vidriera.
Helena se sentó, respiró profundo y sacó la nota del cajón.
“Por lo que fuiste. Por lo que aún eres.”
Rosas rojas. Sin remitente. Pero con historia.
Flash. Otra nota, otro ramo, otro hombre.
“Perdóname por ser un idiota. Vuelve conmigo.”
El ex. Iván. El mismo que le decía que era poca cosa… y luego le rogaba con flores.
Helena cerró los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó Laura, acercándose con una taza.
—Estoy… viva.
—Y con eso basta —respondió su amiga, sentándose a trabajar.
Punto de vista HELENA
Toc. Toc.
No llegó a decir adelante.
La puerta se abrió sin permiso.
Y el pasado entró sin pedir perdón.
Iván Cebrián. Traje a medida. Sonrisa calibrada. Ese aroma caro que siempre olió más a ego que a elegancia.
—Helena.
—Vaya… un fantasma con corbata.
¿Vienes a espantarme o a pedir redención?
—Sé que estás con alguien. No vine a interrumpir nada. Solo… vine a recordarte que no he terminado contigo.
Ella apoyó lentamente el bolígrafo sobre el escritorio. No quería lanzarlo. Quería recordar que ya no necesitaba armas.
—Yo sí terminé contigo, Iván. En todos los idiomas. Y con subtítulos, por si te fallaba la comprensión.
Él sonrió, como si no le entrara la derrota.
—Estoy tramitando el divorcio. Con Lucía. Pensé que… podrías ayudarme. Profesionalmente, claro.
—Mi buffet se encargará de tu caso.
—¿Pero no tú?
—No suelo defender reincidentes. Aunque a veces parezcan muy bien vestidos.
Iván no se inmutó. Solo caminó un poco por el despacho, como quien inspecciona un lugar que ya no le pertenece. Su mirada se detuvo en una foto de grupo en la estantería.
—Nunca creí que llegarías tan lejos sin mí.
—Y yo nunca creí que tú llegarías tan bajo con otra.
Silencio. No era incómodo. Era revelador.
—Sigo pensando que tú eras mi debilidad.
—Y tú fuiste mi error. Ya ves: no todo lo que duele se echa de menos.
Iván se giró, la mirada algo más opaca.
Ella le sostuvo los ojos sin pestañear.
—Puedes irte ahora. Antes de que te des cuenta de que aquí… ya no mandas.
Él salió con la misma arrogancia con la que había entrado. Pero sus pasos ya no pesaban igual.
Y al cerrar la puerta, a Helena le temblaron un poco los labios.
Pero no el alma.
Punto de vista GASPAR
—Samuel, ¿es cierto?
—Sí. Iván Cebrián estuvo en su despacho. Veinte minutos.
Gaspar se giró lentamente, clavando los codos sobre el escritorio como si necesitara sostenerse para no romper algo. O a alguien.
—¿Y ella aceptó el caso?
—Sí, señor. Helena será quien represente legalmente a Lucía.
El silencio se alargó. Samuel sintió el zumbido de una tormenta a punto de estallar.
—Entonces será desde aquí —dijo finalmente Gaspar, levantándose—. A partir de este momento, los casos de divorcio VIP se gestionarán desde mi empresa, con mi equipo legal. Quiero que Helena colabore en cada uno de ellos. Quiero verla trabajar aquí, conmigo.
Samuel frunció el ceño.
—Pero, señor, eso significaría integrarla al equipo interno de clientes privados…
—Exacto.
—¿Algún motivo que deba registrar?
Gaspar se acercó al ventanal. El reflejo le devolvió una imagen que no le gustó. Alguien que reacciona con celos, con impulsos, con miedo.
Y aun así, no se detuvo.
—Falta de garantías —dijo en voz baja.
Cerró los ojos.
"Si él volvió… entonces yo también puedo volverme el hombre que ella necesita. Aunque me cueste destruir al que he sido."
Punto de vista HELENA
Esa noche, sola en casa, Helena abrió el correo.
Un sobre sin remitente. Papel grueso. Letra firme. Gaspar.
Lo sostuvo unos segundos, indecisa. Luego lo abrió con cuidado, como si las palabras dentro pudieran cortarla.
“Helena,”
“No sé escribir bonito. Nunca he sabido. Siempre fui mejor cerrando tratos que abriendo el pecho. Pero anoche... me vi desde fuera. Me vi en tus ojos. Y no me gusté.”
“No hay disculpas que borren una bofetada, lo sé. Solo me queda este intento torpe de decirte que me equivoqué. No con lo que siento. Sino con cómo lo estoy sintiendo. A golpes. Como si el amor fuera una guerra que hay que ganar.”
“No eres mi trofeo, ni mi obsesión. Eres el único tablero donde me dan ganas de jugar sin hacer trampas. Pero no me enseñaron a perder. Y tú me ganaste desde que me dijiste que no.”
“No me perdones ahora. Ni mañana. Solo quiero que sepas que, por primera vez, quiero convertirme en alguien a quien tú podrías mirar sin apartar la vista.”
“Y si algún día me dejas… que sea después de haberme conocido de verdad. No por esto que he sido. Sino por lo que estoy intentando ser.”
“Gaspar.”
Cuando terminó de leer, no sonrió. Tampoco lloró.
Solo se quedó sentada, observando las líneas como quien encuentra la carta que siempre deseó… demasiado tarde.
La dobló con precisión, la colocó sobre la mesa y apagó la luz.
No era tiempo de respuestas.
Ni de indulgencias.
Si Gaspar quería redimirse, que lo hiciera lejos de su perdón.
Porque el amor no empieza cuando alguien te escribe lo que siente.
Empieza cuando deja de herirte para demostrártelo.
- Autor
