Capitulo 18

1373 Palabras
Punto de vista HELENA Llevaba días en silencio. No porque no tuviera nada que decir, sino porque cada palabra que se guardaba pesaba más que la anterior. Desde aquella conversación con Isadora, no había vuelto a ver a Gaspar. Samuel se encargaba de justificar su ausencia con reuniones, llamadas urgentes o viajes de última hora. Siempre tenía una excusa lista. Siempre con tono impecable. Pero Helena no era ingenua. Gaspar había escuchado algo. No sabía cuánto, pero lo intuía. Y lo que más le dolía no era la distancia, sino la idea de que estuviera creyendo algo que no fue. —Prometió confiar en mí —murmuró, cerrando una carpeta sin prestarle atención. El móvil vibró con un mensaje de Lautaro: ¿Te pasás por la galería esta noche? Hay vino, arte… y una copa con tu nombre. Helena sonrió con suavidad. Le agradecía la intención, pero no tenía cabeza para charlas distendidas ni para arte. Ni siquiera para vino. “Gracias, Lautaro, pero tengo cosas pendientes en el buffet. Te escribo luego.” Envió el mensaje sin pensarlo demasiado. Después, abrió su correo. Revisó los últimos mails de Gaspar. Todos profesionales, todos correctos. Ni una palabra de más. Excepto uno, perdido entre reportes: "Los informes serán enviados como siempre. Si necesitás algo más, sabés cómo encontrarme." No era gran cosa, pero viniendo de él… no era nada. Suspiró. Cerró el correo y se quedó mirando la pantalla en blanco. Tenía mil cosas que hacer. Pero en su mente solo había una pregunta: ¿Y si él realmente cree que sigo atrapada en mi pasado? Punto de vista GASPAR La oficina estaba en silencio. Samuel había cerrado la puerta y solo quedaban las luces cálidas, el sonido distante del tráfico, y una presencia indeseada. Iván Cebrián. —Así que… ¿tú eres el nuevo elegido? —dijo, sentándose sin haber sido invitado. Gaspar no se inmutó. Continuó ordenando unos papeles, sin alzar la vista. —¿A qué has venido? —A advertirte. Aunque los hombres como tú no escuchan advertencias, ¿verdad? —Iván sonrió con malicia—. Yo estuve donde tú estás ahora. Sentado frente a su orgullo, pensando que podría con él. Gaspar alzó la mirada, afilada. —No eres mi espejo, Iván. Ni mi referente. —No. Pero soy su pasado. Y tú, con suerte, su capricho de temporada. Hubo un silencio cargado. Samuel, que aguardaba fuera, apretó los puños al escuchar el tono desde el pasillo. —¿Quieres saber cómo es Helena cuando ama? —insistió Iván, con ese veneno disfrazado de ironía—. Es intensa, leal, salvaje… y profundamente destructiva. Como el fuego. A todos nos atrae, hasta que nos quema. Gaspar no respondió. No le daría ese placer. Iván se levantó y se acercó al escritorio. —Tú crees que puedes protegerla. Pero no has vivido su furia cuando se siente traicionada. Y te aseguro que si llegas a conocerla… no volverás a amar igual. Salió con paso firme, satisfecho. Gaspar se quedó solo, mirando un punto fijo de la pared. Había cosas que no quería creer. Pero también estaba el silencio de Helena. Y eso… lo estaba envenenando. Punto de vista ISADORA El teléfono marcaba un número sin nombre. Solo un símbolo: “Z”. —Todo está en marcha —dijo, sin saludar. La voz al otro lado era grave, sin emoción. —¿Y la chica? —Está empezando a dudar. Justo como esperábamos. Hubo un leve clic. Isadora sabía lo que significaba: grababan cada palabra. —Recuerda tu parte del trato —continuó ella—. Yo la traigo de vuelta, tú haces que el pasado desaparezca. La voz respondió: —O muere con ustedes. Isadora colgó, sin pestañear. Cerró el móvil y lo guardó en su clutch de terciopelo. La ciudad se extendía ante sus pies como un campo de batalla. Y ella… no había venido a perder. Punto de vista LAUTARO La galería tenía ese tipo de silencio que invita a las confidencias. Paredes blancas, luz tenue, copas de vino burdeos… y cuadros que parecían gritar sin necesidad de palabras. Lautaro observaba uno de trazos oscuros, entre sombras que chocaban y se reconciliaban en el mismo lienzo, cuando una voz familiar sonó a su espalda: —¿Sabías que los colores intensos suelen esconder los secretos más feos? Giró levemente el rostro. Alicia. Impecable como siempre, con un vestido n***o y labios rojos que parecían una declaración de intenciones. —¿Y tú? ¿Qué secretos escondes hoy? —Los de siempre —respondió, colocándose a su lado—. Aunque a veces conviene compartir alguno… como el que me ha contado Samuel. Lautaro alzó una ceja. —¿Samuel? —Escuchó a Iván provocando a mi hermano en el despacho. Le insinuó que si quería saber cómo era Helena en la cama, se lo contaría. Con lujo de detalles, incluso con una copa si hacía falta. La mandíbula de Lautaro se tensó. —¿Y Gaspar? —No dijo nada, pero según Samuel… las manos le temblaban. —Eso ya es decir mucho —murmuró él. Un silencio breve, cargado de complicidad, se instaló entre ambos. Alicia giró apenas hacia él, sorbiendo su vino con calma. —Tú siempre tan observador —dijo—. Aunque a veces te haces el ciego. —No suelo mirar donde no me invitan. —Pues aquí tienes una invitación abierta. Lautaro la miró con media sonrisa, con esa mezcla de interés e ironía que se le daba tan bien. —¿Esto es un juego? —¿Y si lo fuera? —Entonces elige bien las reglas —replicó él, bajando el tono—. Yo también sé jugar. Ambos se quedaron en silencio, frente al mismo cuadro. Uno abstracto, de colores enfrentados, que sin embargo no rompían. Solo se observaban. Como ellos. Punto de vista GASPAR Samuel ya se había marchado. Gaspar no. Se quedó solo en su despacho, leyendo y releyendo ese mensaje. "Si me has dejado de querer... al menos ven a decírmelo a la cara. Estoy en el bar. El de siempre." No preguntó, no pensó. Solo fue. El bar era tenue, casi vacío. Y ella... Ella era lo único que brillaba. Helena estaba sentada en la barra. Una copa entre los dedos. Vestida de rabia contenida y labios partidos por el orgullo. Cuando lo vio, ni pestañeó. —Has tardado. —Helena… —No. Esta vez no hables tú. Yo tengo algo que decir. Él se detuvo. Su mirada tembló por dentro. —Me dijiste que confiarías en mí. Y cuando más lo necesitaba… desapareciste. Samuel, las excusas, tus silencios. Pensé que eras distinto. Gaspar apretó los puños. No era miedo. Era dolor. —Escuché parte de tu conversación con Isadora. Pensé... —¿Que amaba a Iván? ¿Que volvería con él? Ella rió. Rió como quien se ahoga por dentro. —¿Y qué hiciste? ¿Te fuiste sin preguntar? ¿Tan poco me crees? Él no supo qué decir. Entonces Helena se levantó. Se acercó. Y lo miró directo a los ojos. —¿Por qué has tardado tanto… con lo que yo te amo? Gaspar retrocedió medio paso. No porque no quisiera. Sino porque era demasiado. Demasiado fuego. Demasiada verdad. —Has bebido, Helena… —¿Y qué? No hace falta estar sobria para saber a quién se ama. Y yo te amo. ¿Lo entiendes ahora? ¿O tengo que gritarlo en medio de la calle? Él tragó saliva. Su corazón se estrellaba contra el pecho. —¿Qué necesitas saber? —preguntó, con la voz al borde. Helena lo dijo sin parpadear: —¿Tú me amas? Y entonces él no lo pensó más. La besó. La besó como si se le fuera la vida en ello. Como si ese beso fuera el único lenguaje posible. Como si hubiera estado mudo desde el día que se alejó. Fue un beso con hambre, con revancha, con vértigo. Se separaron solo para respirar. Gaspar la miró con los ojos húmedos. —No lo estoy intentando, Helena. Ya lo hago. Te amo. Punto. No hubo promesas. Solo ellos. En ese rincón del mundo donde por fin… no había nadie más.
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