Capítulo 4. CAMBIOS INESPERADOS

1773 Palabras
—Ilia, ¿estás bien? —preguntó Aron en el comedor. —No —respondí recargando mi cabeza al respaldo de la silla—, últimamente los malestares son peor... odio estar embarazada. Esa frase incitó la furiosa mirada de un espectador inesperado. Jean, que entraba al comedor, escuchó justo lo que no supe expresar correctamente. Yo me refería al hecho de odiar los malestares de un embarazo, no al embarazo en sí, o mucho menos al bebé que, por alguna razón, ya no me molestaba llamar mi hijo. Jean no dijo una palabra, solo me fulminó con la mirada y salió del comedor. » Me gustaría saber a ese qué le pasa —dije—. Cada día que pasa me odia más. Es tan molesto como los síntomas del embarazo que en verdad odio. Sonia le dio respuesta a mi pregunta y, aunque no era verdad que yo quisiera saber, fue bueno conocer la historia detrás del odio de Jean hacia mi actitud al embarazo. —No puede evitarse, niña —dijo la mujer—, tal vez yo no debería contarte esto, pero supongo que es bueno que lo sepas para evitar roces con él. Después de todo, con lo mucho que quiero a ambos, me disgusta mucho el hecho de que se hagan daño sin darse cuenta. » Hace varios años ya, antes de que Jean entrara en la resistencia, estaba comprometido, tenía una linda novia que estaba embarazada. Jean la amaba con toda su vida, y a su bebé igual, ambos lo esperaban con mucho amor pero, en una revuelta, mientras los opresores intentaban saquear su comunidad, una bala perdida le quitó la vida a ella y al bebé. No parecía que lo fuera a superar, estaba devastado, la guerrilla le arrebató lo que más amaba. Después de escuchar la historia, supuse que Jean entró a la resistencia por dichos motivos.  «Detrás de proteger a su gente se encuentra un sublime deseo de justicia». Eso pensé, pero no le dije nada a Sonia, y Aron tampoco dijo nada, ambos solo terminamos de comer y salimos a dar un paseo. —Tal vez se los represento —solté aún enredada en la historia que contó Sonia. —¿A su mujer y su hijo? —preguntó Aron y le miré divertida. —No —me burlé—, a Santa Claus y sus renos. —Qué graciosa —farfulló mi hermano nada divertido—. Pero, puede que tengas razón, después de todo, no están en condiciones tan diferentes. Ambos perdieron por la misma causa lo que más amaban. Aunque, pensándolo de nuevo, sí hay diferencia. A él no le quedo nada, y tú que sí tienes algo no lo quieres. —Yo no dije que no lo quisiera —dije intentando defenderme.  Pero no había manera de defenderme. Y mi hermano me lo hizo saber cuándo abrió de nuevo la boca. —Dijiste que lo odiabas, creo que eso es peor. —Cállate —pedí dolida—. Tú no tienes idea de lo que me está pasando, así que no hables lo que no sabes. Además, no es como si fueras a entenderlo aún si lo explicara... aún necesito asimilarlo. —Sí, claro —ironizó—. Debo ir a trabajar, ¿regresas sola? —¿Me queda de otra? —Te amo lin... Ilia, te amo —trastabilló mi hermano abrazándome y besando mi cabeza. Después de casi enojarme con Doc, pero de perdonarle por detenerse casi a tiempo, me dispuse a volver a la base. «Jean perdió a su mujer y a su hijo por la guerrilla» Supuse que Aron tenía razón. Nuestras condiciones no eran tan diferentes. Además, ahora podía entender un poco de ese repudio hacia mí y mi actitud a mi embarazo. —Pero tú tampoco estás intentando entenderme —hablé para alguien que no me escuchaba—. No es como si yo lo tuviera fácil. ¿Cómo puedo amar lo que tengo tanto miedo perder? —dije sin darme cuenta la cercanía de una desconocida figura. —Es un poco peligroso pararse tan cerca de la barranca, Señora Ilia —dijo una voz que había escuchado antes, pero que no pude reconocer. —Tú eres —dudé, no conocía a esa mujer—... de la enfermería, ¿no es cierto? Te recuerdo hablando con Aron. —He hablado con el Doctor Aron —admitió—, pero no soy de la enfermería. ¿Usted en serio no me reconoce? Estamos en el mismo escuadrón. Recién entré, estaba bajo el mando del capitán Anton. —¿Estás en el ejército? —pregunté sorprendida—. Lo lamento, no te recuerdo. —Está bien —aseguró—, no es necesario que lo haga. A este punto lo único que usted debe saber es que yo soy la persona que más amaba al capitán Anton, y que no perdono que sea usted a quien amara él, por eso... No tuve tiempo de reaccionar, cuando sus palabras cobraron sentido en mi cabeza, ella ya se encontraba sobre de mí, sus manos rodeaban mi cuello y lo apretaban fuertemente. Me costaba mucho trabajo respirar y mi cuerpo dejó de responder como me hubiera gustado que lo hiciera. » …usted no se merecía que él la amara, tampoco se merece ser la madre de su hijo. Usted merece morir por no ser capaz de convencerlo de que no hiciera tal atrocidad. No debió dejar que se sacrificara, debió intentar con todas sus fuerzas detenerlo hasta lograrlo. Ella reclamaba como si yo no hubiera intentado con todas mis fuerzas exactamente eso. » Pero yo le haré justicia —dijo—. Además, no entiendo que no quiera al hijo del capitán Anton, eso es imperdonable. Aunque, si no lo quiere, no debería tenerlo, ¿verdad? Y que mejor manera de acabar con todo que suicidándose —Sui... ci... dando... me... ¿de qué... hablas?... —pregunté como pude.  El faltante de aire no me permitía hablar con claridad. Ni siquiera podía respirar. —Nadie pensará que fue otra cosa —señaló—. Nadie pensará en un asesinato cuando usted está devastada por la muerte de su prometido y se encuentra en una condición que odia, ¿verdad? Sonreí. Lo que ella decía era verdad. No sería raro que pensaran que me suicidé. Aunque no lo había intentado antes, muchos pensarían que lo haría, pues mis actos fueron del tipo que haría una persona que no quiere vivir, o que quiere deshacerse de su bebé.  Reí al pensar que todo terminaría de la manera más estúpida en que podía terminar. «¿Qué pensará él? Seguro que me odiará. Pero eso no importa, ahora ya nada importa» pensé al verme caer por esa barranca a la que, ella, por amor, me había tirado. Mientras caía pensé en todo lo que ahora no haría. A pesar de que le prometí que antes de morir aprendería a cocinar, y a pesar de que me prometí que no moriría hasta vengarme de las personas que le hicieron eso a él, yo solo moriría, rompiendo ambas promesas. Cuando desperté de nuevo, pude reconocer el sitio en que me encontraba, era un cuarto de hospital, probablemente el mismo de la última vez. Sintiendo doler cada célula de mi cuerpo la confusión se apoderó de mi cabeza «¿Qué estaba sucediendo?, ¿estaba viva?, ¿en serio?» Me incorporé. Mentira, lo intenté, pero un agudo y punzante dolor de la nuca a la rabadilla me hizo desistir el mismo segundo que lo intenté. Miré a mí alrededor intentando encontrar a alguien que explicara mi situación. «¿Cómo diablos terminé de esta forma?» Quería preguntar, pero no había nadie, solo estaba yo y mi punzante y agudo dolor en todo el cuerpo. Quise recordar a la mujer que me tiró, pero no era tiempo de pensar en nada, ni siquiera podía hacerlo. El dolor era horrible, sentí que me desmallaría, pero eso no pasaría. Y es que todo lo que uno hace en esta vida, en esta vida se paga y, pues, teniendo en cuenta mi virtuosa actitud, lo que dolía no era para menos. Estaba deseando morir cuando vi a Aron entrar en la habitación y, justo antes de que yo dijera nada, habló él. —A ti te encanta esto, ¿cierto? —preguntó—. Preocupar a los otros, hacer sufrir a tus seres queridos, destruir todo lo que se puede amar... ¿En qué diablos estabas pensando?  Aron terminó casi gritando, aumentando mi dolor de cabeza. —En que me encantaría poder respirar —dije arrepentida de no hacer pausas largas después de cada palabra. —¿Qué? —preguntó sorprendido. —No podía respirar —expliqué—, me mareé y entonces, cuando me di cuenta, estaba cayendo a esa barranca. —¿Hablas en serio? —¿Por qué bromearía? —Tu bebé está muerto —anunció. —No me sorprende —dije en medio de una risilla dolorosa—, lo que me sorprende es que yo esté viva. —No parece importarte tampoco —reclamó Doc y, fijando mi furiosa y dolorida mirada en él, hice un reclamo también. De verdad él no me entendía, ni siquiera lo intentaba. —Aron, estoy muriendo de dolor físico, ¿quieres que mi alma se haga pedazos también? No necesito eso, gracias. Pero, aunque dije eso, las lágrimas no paraban de salir. Mi corazón parecía ser succionado por algún tipo de hoyo n***o en donde solo aguardaba la desesperación y el dolor. » Aron, ayúdame —pedí—, mi cabeza va a estallar. Mátame, por favor. —No digas idioteces —dijo él aún furioso—, debería dejarte sin anestesia para que sepas por lo que nosotros pasamos al encontrarte desangrándote en el precipicio —¡Está bien! —grité y me maldije por hacerlo—, lárgate pues y déjame sola, como si necesitara tu desprecio. Terminé llorando tan fuerte que incluso el monitor de mi condición cardíaca se volvió loco conmigo. —Ay, Ilia cabezona —Se condolió mi hermano de mí—. Lo lamento mucho, linda. Ahora sé que te duele tanto. —Vete al demonio, Aron —dije furiosa—... Solo pensar que me pienses como una maldita asesina insensible y s*****a hace que enfurezca aún más. Ahora lárgate y déjame sola. Después de poner la anestesia en mi suero lo vi besar mi frente y, de nuevo, todo desapareció en un agradable y cálido destello que apagó todo, incluso el dolor de mí alma.
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