Cuando me cansé de correr, cuando sentí que el lugar que atravesaba era el idóneo para derrumbarme, recargué mi deplorable figura a un muro que falló en su intento de sostenerme en pie; y lloré hasta que mi rostro reflejó lo destrozada que estaba mi alma.
Cuando tuve consciencia de mí me descubrí sentada en el piso con la cara contra la pared y mis puños presionándose contra él, llorando como una niña.
Debía levantarme pronto y seguir la vida como si nada hubiese sucedido. Pero no podía hacer eso, a tales alturas, algo que me faltaba, algo que no tenía, eran las fuerzas para levantarme. Solo me quedé allí, llorando hasta el cansancio.
No sé cuánto tiempo pasó exactamente, pero era realmente tarde cuando volví a dejarme atrapar por la realidad. El ocaso iniciaba y yo no podía más que sus
