—Espera, princesa.—agarré su brazo y ella se giró para clavarme esos ojos tan hipnóticos, pero esta vez no iba a conseguir dejarme mudo.—¿No te gustaría ir al instituto con el chico más popular?—le dediqué una de esas sonrisas que dicen «soy guapo y lo sé».
—¿Tú eres el más popular?—arrugó la nariz de una forma muy divertida.
—Of course.—solté su brazo para estirar el cuello de mi chaqueta.
—Pues debe estar muy bajo el listón.— todo se convertía en una pulla con ella. O siempre tenía la respuesta adecuada para todo o se preparaba estas conversaciones con guionistas.
—Pobrecito, me he pasado. La verdad es que eres suficientemente guapo como para ser popular.—añadió con una sonrisa.
—Gracias ¿pero soy lo suficientemente guapo como para invitarte a una cita?— mi táctica era acoso y derribo.
—Para eso necesitarás algo más que ser guapo.— soltó una risita.
Me ponía enfermo, sin lugar a dudas, tenía un crush y debía conseguirla.
Vale, eso ha sonado un poco a asesino en serie, solo quería gustarle.
—Vamos a llegar tarde, o mueves tu popular culo o me voy sola.— la había convencido.
—Tienes razón.— sujeté la puerta del ascensor para que ella pasara —Mi culo es más popular que el resto de mí.
Dibujó una sonrisa en sus labios rojizos y me dio un golpe en el hombro.
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De camino al instituto, una chica y un chico muy acarameladitos desde lejos saludaron a...
—¿Cómo te llamas?— era un detalle notable.
—Bruno ¿y tú?— él tampoco se habíadado cuenta de que no sabía ni mi nombre y ya me había visto sin pantalones.
—A riesgo de que te cueles en mi casa mientras duermo y me rebanes el cuello, te daré más información sobre mí. Me llamo Ana.—siempre está bien ser un poco paranoica.
—No me colaría de noche en tu casa para matarte, para otra cosa quizá sí.—se mordió el labio y yo puse los ojos en blanco.
—No te hagas muchas ilusiones, pienso mudarme pronto.—casi nunca estaba demasiado tiempo en el mismo sitio.
—¡¿Cuándo?!—dijo como si fuera el fin del mundo.
—Tranquilo, me conoces desde ayer.—reí, aunque no parecía que a él le hiciese mucha gracia.
—Yo quiero conocerte.—esa voz melosa se notaba forzada.
—Penoso intento.— volví a reír para dejar claro que no había colado.
—Los tengo mejores .—le lancé una mirada de desaprobación — Quiero decir, es la verdad.—se apresuró a corregir.
—Mejor cállate.—iba a salir ganando.
—A sus órdenes.—tenía la sensación de que el silencio no duraría demasiado.—Pero ¿por qué te vas a mudar?¿Es por mi culpa?
—No, tú no tienes nada que ver, la razón no te incumbe.— deseé que acabase ahí la conversación. Aunque ahora que lo pienso, el hecho de que la cerradura de mi casa fuese tan fácil de forzar era una buena razón.
—Dímelo.— insistió, esta vez mirándome seductoramente. Traté de ignorarlo.—Si tú me cuentas tu secreto yo te contaré uno mío.
—Vale, tú primero.— de todas formas, no se iba a callar.
—Nunca he estado con una chica más de una semana.—se quedó esperando mi reacción, pero me mantuve inaplacable.— Te toca.
—Luego te preguntarás por qué no salgo contigo. —dije sonriendo.
—Tú serás diferente, lo sé.—— se dibujó una cruz en el pecho, curioso, porque ahora sé que él no era creyente.
—Vaya, eso me ha llegado al corazón.—él no se cansaba de mis respuestas sarcásticas, y a mí me encantaba darlas.
—Tu turno, ¿por qué te quieres mudar?—repitió con el ceño algo fruncido.
—Porque mi carta de Hogwarts está a punto de llegar, se ha retrasado bastante por culpa de la contaminación.—bromeé con mi sueño.
—¿Qué es Hogwarts?— creí que esa referencia era lo bastante conocida.
—¿No has leído Harry Potter?—ese libro era casi sinónimo de "infancia".
—No.—encogió los hombros.
—¿Habrás visto las películas por lo menos?—tampoco soy tan purista.
—No.— he de admitir que eso me sentó como una patada en el estómago.
—No puedes hablarme hasta que te los hayas leído o visto las películas.—crucé los brazos.
—Vale.— accedió sin más. Si hubiese sabido que era tan fácil callarle así, lo habría hecho desde el principio.
Entramos en el instituto y en la clase, mi nueva clase.
De mitad para arriba estaba pintada de blanco y la mitad inferior de verde botella, la capa de pintura estaba descorchada a la altura de las mesas y estaba toda parcheada. El suelo se cubría de tizas aplastadas convertidas en polvo, ya desde primera hora. Habría unas treinta y tantas mesas de dos en dos, todas pintorrajeadas y sucias de a saber qué. En la pared este, cuatro ventanas sin persianas y solo dos de ellas tenían unas horrorosas cortinas (que parecían una colcha del revés). En la pared frontal una pizarra y un proyector lleno de graffitis horribles. Sobre la mesa del profesor, un ordenador del año de la pera y una silla con la tela arrancada . En el techo, ocho florescentes (uno de los cuales estaba fundido y otros dos parpadeando) también tenía unos elegantes chicles masticados pegados en él.
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—Bienvenida al paraíso.—coloqué mi brazo sobre sus hombros y la acerqué a mí.
—¿Qué haces?—gritó en un susurro y me miró con una cara que decía «aléjate o te quemo vivo.»
—Vale, vale.—levanté las manos y di un paso atrás. Noté que chocaba contra algo, mejor dicho alguien, una chica.
—¡Au!—gritó, algo exagerada en mi opinión.
—Perdona, cielo.—le guiñé el ojo y ella se ruborizó mientras me miraba atontada. Típico.
—No importa, ha sido culpa mía también.—para nada, había sido solamente mía.
—Sí, sí, nos vemos...—si hacía memoria podría acordarme de su nombre, pero ni me molesté, es la razón por la que suelo usar "cielo" o "princesa".
—Beatriz.— no iba con su cara. Debería llamarse Lady o Gladis.
—Claro, lo tenía en la punta de la lengua.—enorme mentira.
Me giré buscando a Ana, pero ella se había puesto a hablar con el más friki de toda la clase, de todo el instituto, de toda la ciudad.
Un día me dijo "aparta humano" como si él no lo fuera, así de raro era. Crei que se llamaba Alex.
—Deberías sentarte conmigo, Ana.—dije tras ella. Cuando se giró, el aroma de su colonia penetró en mis fosas nasales, todo lo que oliese parecido me recordaría a ella.
—Lo siento, tendrá que ser en la siguiente clase, ya se lo he dicho a Alex.— miré al pringado.—No creo que le importe que vengas conmigo, está acostumbrado al rechazo.
—Eso es horrible.—dijo ella cruzando los brazos. No había quien la entendiese, a ella le encantaban ese tipo de bromas entre nosotros.
—Déjale, solo es un muggle indefenso.—contestó el imbécil a algo que nadie le había preguntado.
Además dijo que yo estaba indefenso, debería haber probado mis puños en ese instante, pero no.
—¿Qué es un muggle?—pregunté. Los dos empezaron a reír como si fuese el mejor de los chistes.
La campana sonó y yo me fui a la que creo que era mi mesa. No estaba muy seguro, porque en ella estaba tallado mi nombre, pero en la de al lado también, y en la de enfrente, y en la siguiente, y en la otra... Esa no era mi letra.
Pasé la hora de clase mirando a Ana, preguntándome de qué estarían hablando para pasarlo tan bien.
Un trozo de papel arrugado llegó a mi cabeza por parte de una chica rubia.
—Hola Bruno—dijo en voz baja — es genial verte.
—¿Qué quieres?— aquello se hacía aburrido y me estaba distrayendo, tenía toda mi atención en intentar leer los labios de Ana.
—A ti, ¿y tú a mí?— agregó una sonrisa.
—Lo siento, pero no.— ni siquiera lo sentía.
—No te hagas el difícil.— comenzó a mover la lengua demasiado. Espero que Ana no me viese así a mí.
—Me gusta otra chica.— y ella estaba sentada con un puto idiota.
—Sí claro, tú enamorado.—dijo sarcástica— No mientas.
—Tú no me conoces.— podía ser terco hasta para eso.
El timbre sonó y me fui a sentar con ella, la única razón por la que había venido.