Gabriel
Estar a solas con el Padre Manuel no era bueno para mí, llenaba mi cabeza de pensamientos que, si mis padres pudieran verlos, me mandarían al sacerdocio sin escalas. Ya era suficiente con evitar pensar de más es Santiago, ahora también tenía que evitar pensamientos pecaminosos con el nuevo Padre de la parroquia. ¿Quién lo mandaba a ser tan lindo? Suspiré un poco exasperado, no tanto por el aspecto de Manuel, sino por lo que provocaba en mí. Además, era amable y servicial, me recordaba demasiado a Santiago. Tiré la mochila arriba de la cama, me senté frente a la computadora de escritorio y la encendí. Tenía que hacer trabajos, pero prefería desestresarme un poco, aprovechar que mis padres no estaban y no estarían por unas cuantas horas. Abrí el navegador, pero el sonido de mi celular me distrajo, me levanté de nuevo y lo busqué en la mochila. Una vez que lo tuve en la mano, lo desbloqueé, era Facundo, un ex compañero de la escuela, Santiago y yo nos juntábamos con él, cuando se fue, Facundo y yo ya no teníamos razones para hablar, no nos llevábamos especialmente bien. En el mensaje me preguntaba si podía pasar a verme, que tenía unas cuantas cosas que decirme, lo medité unos segundos antes de acceder a su visita. Lo esperé en mi cuarto, vivía cerca y sabía que no iba a tardar mucho en llegar. Unos minutos después, los toques en la puerta me hicieron salir de mi cuarto para ir a abrir.
―Gabi, ¿cómo estás? ¿Hace cuanto no hablamos?
―No sé, desde que se fue Santiago más o menos.
Los dejé pasar y lo llevé hasta el living, nos sentamos en el sillón frente al televisor, nos quedamos callados un rato, solamente se escuchaba el reloj de la cocina. Por esto nos habíamos alejado, no teníamos nada de qué hablar cuando estábamos juntos.
―¿Extrañás a Santi? ―asentí con la cabeza―. No le dejan tener el celular, ¿no? Es una pena, yo también lo extraño mucho.
―Facu, ¿por qué viniste? Nunca hablamos de nada.
―Vine porque pensé que te sentirías solo sin él, sé que están pegados desde siempre. Te veo solo desde que se fue.
Me encogí de hombros, nos sumimos en un nuevo silencio, era como si no se esperara que le contestara así. Se acomodó un par de veces en el sillón, no me miraba, supuse que estaba incómodo, capaz terminaría yéndose por fin.
―Gabi, yo... sé cómo mirabas a Santiago ―pegué un saltito en mi lugar, él sonrió―. No le voy a decir a nadie, tranquilo, no soy así.
―Pero ¿qué decís, Facu? Siempre miré a Santiago como mi mejor amigo, no hay otra manera.
―Te gusta, o al menos te gustaba. Gabi, no mirás a nadie de la misma manera que a él, a mí no me podés meter el cuento.
Me quedé mirándolo atónito, ¿tanto se me había notado? Sentí que la cara me ardía de la vergüenza. Si él se había dado cuenta, cualquiera podría haberlo hecho, no había podido ocultarme como debería. ¿Mis padres se habían dado cuenta también? Por ahí no, sino me hubieran mandado a un internado o algo así.
―Che, tranquilo, ya te dije que no tenés que preocuparte por mí. No voy a decir nada.
―¿Qué me vas a pedir? No pienso hacer nada a cambio de tu silencio.
Me mostró una sonrisita que no supe interpretar.
―Nada, Gabi, ya sabés que no soy así.
―No sé cómo sos, nunca hablamos mucho sin Santi.
―No te preocupes. Además, considero que estás igual de jodido que yo ―volvió a sonreír―. Desde chico me gusta María, pero ya sabés qué pasa.
―¿Seguro que no me vas a pedir nada a cambio?
―¿Vas a seguir insistiendo? Ya te dije que no quiero nada ―se rio―. Los dos estamos muy solos desde que Santi se fue, capaz podríamos juntarnos, si tenés ganas.
Me quedé en silencio mirándolo, no sabía qué decirle. Podía tenerlo cerca e intentar controlar con quién y de qué habla, no quería que le dijera algo a alguien y que mi vida terminase por completo. Facundo volvió a sonreír, se levantó y me saludó, me levanté para acompañarlo a la puerta, pero se negó a que lo hiciera diciendo que no era necesario. Estaba solo de nuevo, ya no me interesaba relajarme frente a la computadora, ahora no podía sacar de mi mente que Facundo, un chico con el que casi no hablaba si no era por Santiago, me había descubierto. Noé me maulló desde el pasillo, caminaba perezoso hasta el sillón buscando que lo mimara. Acaricié su cabeza cuando se subió a mi regazo. Volvió a maullarme casi como si quisiera calmarme, como si dijera que no tenía nada de qué preocuparme, pero no podía evitar sentir pánico, mi secreto podría ser esparcido por todo el barrio, no dejarían de joderme hasta que me fuera de este pueblito. ¿Y si además me pegaban? No estaba preparado para recibir palizas, no creo que nadie en este barrio de santurrones lo estuviera. Noé volvió a maullarme, sus ojos amarillos se fijaron en mí, estaba sentado en perfecto equilibrio en mis piernas y me observaba con esa mirada que solo él tenía, parecía entenderlo todo.
―Ojalá pudieras hablar, Noé ―sus orejas se enfocaron en mí al escuchar su nombre―. Estoy seguro que te quejarías de tu nombre, al menos cuando te dijera de dónde salió.
Le sonreí como si él pudiera devolverme el gesto. Lo alcé y lo llevé a mi cuarto, me senté frente a la computadora y lo dejé sobre mis piernas, no tardó en acomodarse, cerrar sus ojitos y comenzar a ronronear. Lo acaricié distraídamente mientras daba vueltas por internet, pero no había nada muy interesante. Decidí bajarlo y levantarme para buscar algo para almorzar, no tenía ganas de cocinar. Por suerte, habían sobrado unas pocas porciones de pizza. Las saqué, las puse en el microondas y esperé parado contra la mesada. Observé la cocina iluminada únicamente con el sol que entraba a través de la ventana. La luz devolvía un reflejo naranja al llegar en el piso de cerámica. El timbre del microondas sonó avisándome que mi comida ya estaba caliente, saqué el plato y volví a mi habitación, Noé estaba acostado en forma de medialuna sobre mi almohada. Me senté de nuevo frente a la computadora, dejé el plato en el escritorio y me dispuse a terminar lo que tenía pendiente de la universidad, aunque mi concentración estaba en Facundo y en su capacidad para guardar secretos, si decía algo, arruinaría mi vida por completo. Estaba seguro que mis padres me echarían y tendría que aguantar las miradas de todos, juzgándome por ser el raro del barrio. Miré mi celular con la ansiosa necesidad de decirle a Facundo que era una broma, que no soy gay, que no hay secreto real, pero mi propia cara me había vendido en aquel tiempo. ¿Cómo había sido tan imprudente? Me pasé la mano por la cara intentando calmarme un poco, al menos no sabía sobre al nuevo cura y lo que pensaba sobre él. De hecho, hacía tiempo que había dejado de ver a Facundo en las reuniones de los misioneros o en la iglesia. Sus padres siempre se presentaban, por eso creí que se había marchado sin despedirse de nadie.
De repente escuché ruidos en la casa, me giré hacia la ventana encontrándome con oscuridad. Era alguno de mis padres quienes hacían ruido. Me estiré antes de levantarme e ir a la cocina, mi mamá me saludó con una sonrisa, dejó un par de bolsas transparentes en la mesa y agarró sus llaves.
―Tu padre viene en un rato, está terminando un trabajo. Yo tengo otro turno ahora.
―¿De nuevo te toca trabajar por la noche?
―Sí, ya sabés cómo es, hijo.
―¿No vas a venir con nosotros a la misa?
―No, Gabi, hoy no voy a poder. Pero recen mucho en mi lugar.
Me dio un beso en la mejilla y se metió en el baño, miré el reloj que colgaba en la pared, eran seis y media, en poco iba a llegar papá y se querría bañar antes de ir a misa, no podía presentarse lleno de aceite y grasa. Guardé la comida en la heladera y me senté en la mesa a esperar a mi mamá. Pensé, de repente, que estaría el Padre Manuel hoy, probablemente sentado en algún lugar de la iglesia escuchando a Basilio oficiar la misa. Imaginé que me sentaba al lado suyo, que hablábamos de nuevo, que nos hacíamos amigos, que podía decirle la verdad. Pero lo más probable era que me tratara casi como a un hereje. Me pasé la mano por la cara con la intención de apartar aquellas ideas estúpidas, era evidente que nunca podría hacer lo último, estaba seguro que repudiaba a las personas como yo, seguramente nos odiaba. Escuché la puerta del baño abrirse y pasos dirigirse a la habitación principal. Me levanté y caminé por el pasillo hasta la habitación, ella preparaba su bolso nuevamente. La saludé diciéndole que me metería a bañar, la besé en la mejilla y le deseé suerte antes de salir del cuarto en dirección al baño. Me duché lo más rápido que pude, cuando salí, mi mamá ya se había ido de nuevo. Me metí en mi cuarto y me cambié eligiendo cuidadosamente mi ropa como si algo de lo que había imaginado fuera a hacerse realidad. Al menos esperaba que me viera atractivo. Me di un golpecito en la frente al minuto; ¿en qué carajo estaba pensando? Claro que no me miraría, al menos no como me gustaría. Después de todo, Facu tenía razón, estaba jodido, me enamoré de las dos personas más inalcanzables que podían existir en este barrio. Suspiré y me miré al espejo, me arreglé el pelo hacia un costado volviendo a suspirar. Estaba listo, solamente tenía que esperar a mi papá para salir. Había tenido un día raro, primero con el encuentro con Manuel; después, con la conversación con Facundo, que nunca creí que tendría antes de hoy. Al menos en la misa no podría pensar en nada con el nuevo Padre, mi mente no lo permitiría, me sentiría sucio si lo hacía.