KNOX
Me quedo en la Puerta de la cocina, cruzo los brazos sobre el pecho y entrecierro los ojos. Todo está perfectamente en su lugar, tal como lo dejé: la nevera color aguacate, la mesa de madera destartalada, la encimera de formica amarillo limón. No hay ninguna ardilla a la vista.
—Te vi entrar aquí— le dijo a la cocina. —No te quedarás—
Hace tanto frio que puedo ver mi aliento, porque no tuve la oportunidad de volver encender la estufa de leña antes de que esta pequeña y chirriante alimaña saliera disparada, hacia la cocina, hacia la encimera y detrás de las pilas de platos desgarbados y que no combinan en estantes abiertos que no pueden tener menos de cuarenta años.
Ni la ardilla listada ni la cocina responden. ¿Por qué la cocina? Ahora voy a tener que limpiar cada plato de este lugar, porque tengo la desgracias de saber exactamente que enfermedades pueden transmitir los roedores. Pequeña bastarda.
Dejo la linterna sobre la mesa de la cocina, me cruzo de brazos y espero. Examino los estantes de madera abiertos, la estufa blanca manchada, el refrigerador redondeado que probablemente sea más viejo que yo. Suena como un tren de carga cuando arranca. Tarde o temprano, ese carajo peludo hará algo.
Lo espero. Puedo ser paciente. Yo diría que tengo bastante experiencia en ser paciente con los bichos. Dicha paciencia se está agotando cuando hay una ráfaga de raspaduras y un vaso cae de uno de los estantes desordenados. Prácticamente salto a través de la cocina, mis pies con calcetines golpean fuertemente un piso que ha visto días mejores, y logro atraparlo antes de que toque el piso.
Me siento victorioso durante medio segundo antes de darme cuenta de que es de plástico y podría haberlo dejado caer.
—Mierda— le murmuro a la taza en mi mano, luego escaneo el mostrador y los estantes nuevamente. —¿Dónde estabas? — Me está mirando desde el final de un estante, con el forro de papel estampado enrollado alrededor de sus pies. Su nariz se contrae. Sus pequeños ojos brillantes parpadean y está exactamente lo suficientemente lejos de mi como para que tenga cero por ciento de posibilidades de atraparla.
—Se supone que deberías estar dormida— le digo. —Las ardillas listadas hibernan. Búscalo—
La ardilla listada parece no estar interesada en la erudición porque no se mueve en absoluto. Al menos no parece rabiosa. Simplemente más sociable de lo que debería ser una ardilla listada, lo cual es algo preocupante. No es tan preocupante como la rabia, pero no lo llamaría bueno.
Me parlotea, chillona y enojada. Se cuando la vida silvestre me regaña. Levante las manos, extiendo la palma, como si estuviera mostrando a la maldita cosa que no estoy armado. Como si una ardilla listada pudiera saberlo.
—Está bien— digo, con el vaso de plástico todavía en mi mano. Si lo hago bien, puedo atrapar al santurrona imbécil debajo y sacarla fuera, como hago con las arañas que son demasiado grandes para vivir en el interior. —Quédate quieta, no voy a …—
Da un salto volador desde el estante hasta el suelo, y antes de que pueda acercarme más de un paso, desaparece en un agujero en los zócalos deformados, arrastrándose a través de las paredes. Sigo ahí de pie con un vaso de plástico en la mano. Mierda.
—No te comas el cableado— le digo al agujero. —Si enciendes un fuego eléctrico tu trasero peludo estará tostado. No te voy a salvar—
Se oye un leve sonido de más rasguños y por un momento me quedo mirando a la pared, mientras la luz de la tarde ya se está atenuando, como si creyera que regresaría y me diría: “Tienes razón, no estoy siendo razonable, me iré ahora”
Pero no es así.
—Hijo de puta— le digo al agujero, y me vuelvo hacia la estufa de leña en la esquina opuesta. Me planteo tapar el agujero con algo, porque aparentemente esta ardilla no sabe que se supone que esta hibernando y preferiría volverse loca en la cabaña del Servicio Forestal, pero luego existe el riesgo de que muera dentro de las paredes, y yo… Preferiría que me acosara un roedor vivo que un muerto pudriéndose en algún lugar al que no puedo acceder.
Eso les paso una vez a unos amigos de la iglesia de mis padres, y adivinen quién se ofreció como voluntario para encargarse del problema. Lo único que obtuve a cambio fue una galleta de avena con pasas demasiado horneada y algunos elogios sobre lo servicial que era.
Una vez que la estufa de leña esta encendida y algunas luces encendidas, todo se siente mucho mejor que en la fría oscuridad. Pongo mis botas en la bandeja junto a la estufa, cuelgo mi abrigo frente a ella y empiezo a descargar mis datos desde mi iPad de campo al disco duro que traje conmigo.
Afuera, juro que la nieve está aumentando. Es difícil saberlo a esta hora del día; apenas son las cuatro de la tarde, pero como faltan solo unos días para Navidad, se sienten como las nueve de la noche, pero creo que está nevando más fuerte que antes.
En realidad, mucho más difícil. Cuando revisé el informe meteorológico ayer por la mañana decía que se suponía que íbamos a tener ráfagas de viento esta tarde. Esto no son ráfagas. Esto es una tormenta de nieve. Esto podría incluso ser una fuerte tormenta de nieve. Cruzo los brazos frente a mi pecho y frunzo el ceño hacia la ventana, porque joden las ventiscas. Y aunque estamos en las montañas, se supone que no debemos sufrir tormentas de nieve. Se supone que nevaría un poco, y luego calentarse lo suficiente como para que este medio derretida, luego tal vez tangamos algo de aguanieve y lluvia helada y cuando el sol se oculte todo se congelara y hará que las carreteras se resbalen y se deslicen. Luego, tres días después, desaparecerá y todos fingirán que no estaban en pánico.
¿Pero que se supone que debes hacer en una tormenta de nieve? Casi salto fuera de mi piel cuando mi teléfono suena sobre la desgastada mesa de madera. Juro que suena como una sirena de niebla.
Ryan: ¿Está nevando? ¿Mucho?
Ryan: ¿Qué hago con Queque y Fluffy?
Rayan: ¿Dónde están tus velas y esas cosas si se corta la luz? Siento que se va a cortar la luz.
Ryan: ¿Mantas? ¿Raciones de emergencia? ¿Puede Dolly servir también como manta?
Yo: R-85 y C-347 son literalmente animales salvajes, estarán bien. Tienen buen refugio.
Rayan: Se ven fríos.
Yo: Estas proyectando
Ryan: ¿Estás cien por ciento seguro de que no puedo abrazar a ninguno de los dos?
Ignoro esa pregunta. Ya hemos hablado de esto, así que le digo que los suministros de emergencia están en el mismo lugar que estaban la última vez que se cortó la luz, y me pregunta donde esta, y todavía estamos yendo y viniendo cuando mi teléfono del trabajo empieza a sonar.
Si, llegué a una cabaña en medio de la nada y tuve que traer dos teléfonos. La tecnología satelital ha hecho que sea increíblemente difícil conseguir un puto minuto de paz.
—Knox— dice Dale tan pronto como respondo, sin preámbulos. Suena un poco si aliento. —¿Estas en Copper Hollow, ¿verdad? —
—No estoy lejos— le digo.
—¿Te cruzaste con esa chica? — Estoy mirando por la ventana, la nieve se arremolina mientras cae la oscuridad teñida de azul. El miedo se apodera de mi como una manta.
—¿Qué chica? — pregunto.
—La niña encadenada a un árbol— Ya estoy junto a la estufa, calzándome las botas aún mojadas porque…
—¿Hay una niña encadenada a un árbol? ¿Qué carajo? —
—¿No te topaste con ella? —
—No— digo, mi voz resuena en el panel interior de la cabaña del Servicio Forestal que, hasta ahora, parecía bastante acogedora. —¿Por qué carajos hay una niña encadenada a un árbol? —
—Creo que está protestando por esa nueva mina en la montaña. La gente está muy enojada por eso, pero esta justo afuera del Bosque Nacional, así que no hay…—
—¿Ella es una adulta? —
—¿Sí? —
Respiro profundamente y cierro los ojos por un minuto, porque cuando Dale dijo niña me estaba imaginando a una niña de nueve años en una mala situación, no a una mujer adulta que se hizo esto a si misma. Probablemente no le esté yendo muy bien ahora, pero, aún así. Al menos ella no es una niña.
—Nunca he visto una mujer encadenada a un árbol, no— le digo un poco calmado mientras agarro mi abrigo con una mano. —Si hubiera visto a una mujer encadenada a un árbol con este clima, ya no estaría encadenada a un árbol—
—Mierda— murmura, y luego puedo escucharlo hablando con alguien en el fondo, retazos de conversación saliendo. Puse el teléfono satelital, que es simplemente un teléfono inteligente normal conectado a un pequeño receptor satelital, recuerdo cuando un teléfono satelital requería su propia mochila.
Dejándolo en alta voz me ato las botas. Al menos mis calcetines están secos.
—Si, su amiga no ha sabido nada de ella— dice Dale, y puedo decir que está tratando de sonar tranquilo, pero el…no lo hace. —Todos aquí abajo tienen un tipo de emergencia, el personal esta ocupado sacando gente de las zanjas o algo peor, ¿crees que podrías…? —
—Iré a buscarla— digo, apretando el doble nudo de mi bota derecha.
—Envíame las coordenadas— Tres minutos más tarde tengo las coordenadas en GPS, así como instrucciones semi detalladas de Dale, “si cuentas el arroyo donde tuvimos que derribar la presa de los castores en el 83 y pensé que una de esas cosas me iba a roer la pierna” como direcciones. Estoy calentando el camino del Servicio Forestal mientras doblo el mapa y exactamente en el lugar correcto. Ya es casi de noche, la nieve se arremolina hipnóticamente ante los faros y, de todos modos, todos los caminos hasta aquí son apenas caminos de tierra, son lo suficientemente duros para encontrarlo a plena luz del día cuando no está nevando.
Para que conste, no quiero hacer esto. Estaba listo para calentar algo de cena, tal vez preparar un poco de té, lavar cada plato que tocó la ardilla listada y luego acomodarme con un libro y acostarme a las nueve. Ese es el objetivo de ofrecerse como voluntario para la observación de urogallos durante dos semanas durante la Navidad: la paz. Tranquilidad. Soledad. Por mucho que no quiera que esa ardilla viva en las paredes de la cabaña, no me hizo ninguna pregunta directa sobre si algún día me casaré o volveré a la iglesia. La ardilla listada no me preguntará pasiva-agresivamente como están todos en mi casa y luego nombrará a mi hermano Ryan.
El camino hacia la mina tiene unas tres millas en línea recta y unos cuarenta minutos angustiosos con los nudillos blancos en el camión. Hay un punto en el que estoy absolutamente seguro de que estoy a punto de caer de culo sobre un terraplén, pero de alguna manera en el último segundo sigo en tierra firme. Agradezco por la tracción de las cuatro ruedas, supongo.
El cielo esta de un color violeta oscuro cuando finalmente hago el último giro de un camino de tierra a uno de grava, sí, hay una diferencia, hay una diferencia importante. Y veo unas diez señales que dicen. “PROHIBIDO EL PASO, PROPIEDAD PRIVADA, BEAUMONT MINERALS LAND, MANTENTE FUERA” Brillan cuando paso junto a ellas, prácticamente conteniendo la respiración e inclinándome hacia adelante sobre el volante como un hombre de noventa años con glaucoma. Un poco más lejos están las enormes maquinas amarillas, extrañamente bonitas cuando están empapadas de nieve como esta, alineadas a lo largo de la carretera.
No puedo decir que no estoy de acuerdo con esta mujer por no querer que Beaumont Minerals para extraer aquí. Incluso aunque es aproximadamente media milla fuera del bosque nacional, es todavía prístina y bonita, prácticamente intacto. Solo desearía que ella no se hubiera encadenado a un árbol bajo una tormenta de nieve en el camino, lo que podría ser la cosa más estúpida que he escuchado en toda mi vida.
El camino de grava termina abruptamente: unos cuantos caballetes de color naranja y blanco cruzan el camino, y eso es todo. Solo árboles. Detengo la camioneta y miro a mi alrededor, porque parece que no hay nadie aquí. Si alguien lo estuviera, se habría parado para saludarme o habría llamado mi atención de alguna manera. A menos de que estuvieran muertos. O incapacitados.
—Mierda— me susurro a mí mismo, me pongo el sombrero y salgo de la camioneta, pero dejo las luces encendidas. El viento entre los árboles es el único sonido en kilómetros a la redonda, incluso mis pasos amortiguados por la nieve. Si hubiera alguien más aquí, estaría haciendo ruido, pero no hay nada cuando doy un paso más allá de la barricada, así hacia los árboles.
Dios, esta no es la entrada equivocada, ¿verdad? Pensé que solo existía una, y estoy en las coordenadas que Dale me dio, pero sé que la tecnología a veces es falible. Todo el mundo ha oído historias sobre un excursionista que necesitaba ser rescatado cuyo GPS los mostraba en una cresta, pero en realidad estaban tres metros a la derecha y quince metros más abajo en un barranco, esperando ayudo que no llegaba porque…
Hay un suave crujido y casi salto fuera de mi piel. —¿Hola? — grito, lo que probablemente debería haber hecho hacer varios minutos. No siempre se me ocurre hablar.
—¿Uh, hola? — dice una voz de mujer.
Me giro tan rápido que casi pierdo el equilibrio y camino hacia la voz, mi sombra corta formas oscuras y difusas a través de los árboles cuando camino frente a los faros
—Soy del Servicio Forestal— digo, protegiéndome los ojos de la nieve que cae mientras escaneo los árboles en busca de ella, todavía caminando.
—Hay una tormenta de nieve aquí…— > me reprendo ante lo obvio —…Y necesito llevarte a un lugar seguro—
El susurro se vuelve más animado, pero ella no responde. Finalmente veo algo verde brillante entre dos árboles, en el borde cada vez más apagados de los faros, y salgo de las sombras.
Una persona que parece sacada de una película doble de ciencia ficción me devuelve la mirada. Hay un segundo en el que, honestamente, creo que es una especie de criptido, esto es un bosque profundo, hay cuentos y leyendas, así es como comienzan la mitad de ellos. Pero luego mis ojos se adaptan y me doy cuenta de que es una mujer en un saco de dormir, de pie contra un árbol, con una cadena alrededor de su cintura.
Entonces mis ojos se adaptan más y miro su rostro, que es la única parte de ella que puedo ver, y parpadeo para quitarme un poco la nieve de los ojos, vuelo a mirar y…
—¿Melanie? —
La persona que se encuentra en el saco de dormir hace una pausa por un momento, se retuerce un poco, se aclara la garganta y dice.
—¿Knox? —