Pesadilla

1375 Palabras
(Almendra) Ese hombre me sacaba de quicio a ratos, claro que era solo a ratos, el resto del tiempo era adorable. A veces era como un niño. En ese momento lo era, parecía uno más de los hijos de Roxana. Y yo tampoco es que yo me hubiera comportado muy madura. Almorzamos en silencio, en ocasiones lo miraba y él, al notarlo, me cerraba un ojo o me lanzaba un beso, yo corría la cara para que notara mi fingido desprecio. Al terminar, volvió a preguntar sobre lo que necesitaba para ayudarme. Yo no quería contarle lo de mi rosa, pues seguro lo encontraría muy tonto o a lo mejor pensaría que era demasiado trabajo ir hasta allá solo para regarla. Todavía no conseguía un guardia que se quedara a cuidar el terreno y aprovechara de cuidar mi rosa. ―A ver, Almendra Ríos, dime de una vez en qué te puedo ayudar. Yo sé que nos conocimos apenas ayer, pero creo que te he demostrado que puedo ser confiable. Tú estás convaleciente y debes guardar reposo por unos días, si hay algo que debes hacer y no puede esperar, dímelo, yo te puedo ayudar ―habló como en un ruego. Me rendí. ―Es que es lejos, allá, donde choqué. ―Voy a diario para allá, de hecho, más tarde tengo que ir, así que, si necesitas algo de ese lugar, no es problema para mí. ―¿Trabajas allá? ―No exactamente, tengo unos terrenos y tengo parte de mi negocio allá también. ―Ah. ―Dime, ¿qué necesitas? ―Lo que pasa es que en el sitio cuarenta y ocho, justo donde choqué, voy a hacer un jardín con flores para mis tiendas y se suponía que no había nada ahí porque el antiguo dueño de ese terreno mandó quitar todo de raíz, no sé por qué, el asunto es que el otro día que fui, lo recorrí y me di cuenta de que hay un pequeño rosal, de hecho, solo hay una rosa florecida y hay que regarla a diario. ―Creo que esa rosa estuvo un buen tiempo sin que nadie se ocupara de ella, es una sobreviviente. ¡Yo sabía que no iba a querer hacer ese trabajo! ―Claro, pero yo le prometí que iría todos los días a visitarla y ahora no podré ―repliqué. ―¿Le prometiste a una planta ir a visitarla? ―me preguntó muy extrañado. ―Sí, ¿por qué no? Son seres vivos, a lo mejor no como nosotros o como los animales, pero son seres que captan las emociones, el medio ambiente, las energías. Me quedó mirando, yo no pude descifrar su mirada, pero algo en sus ojos, en su expresión, no me gustó, parecía como si me juzgara. ―Si no quieres, no estás obligado, yo te dije que... ―No, no; no te preocupes, yo pasaré por allí, regaré tu planta y le diré que tuviste un accidente y que le mandas saludos. ―¡No te burles! ―No me burlo, pero si tú dices que las plantas sienten, lo más lógico es que le explique por qué voy yo y no tú a regarla. ―Te estás burlando de mí, ¿cierto? ―¡No! De verdad que no. ―Pero algo te pasa y no me digas que no. ―No, no sé. ―Por favor, Bastián, no te hagas el tonto. A lo mejor lo encuentras muy de mina regar una rosa. ―Lo que menos tengo es ese tipo de pensamiento; para mí, el tema de género ni siquiera es tema, no tiene sentido, así que no va por ahí la cosa. ―Va por otro lado, entonces. ―A decir verdad, sí, ese terreno no debería ser ocupado para hacer un jardín, si el exdueño lo quitó fue por algo. ―¿Ya? ―¿Ya qué? ―Ya, ¿y? Que el antiguo dueño sea un neandertal que arrancó de cuajo la vida y belleza de ese lugar no significa que yo no pueda hacer crecer de nuevo vida y pulmones allí. ―Él tenía sus motivos. ―¿Los conoces tú? ―Sí. ―¿Cuáles son esos motivos? ―Su mujer lo engañaba allí. ―¿Y qué culpa tienen las flores de que esa tipa sea una suelta? ―No hables así de ella, está muerta ―replicó molesto. ―Muerta o no, era una suelta y las flores no tienen nada que ver con eso. ―Ella dedicaba mucho tiempo a su jardín y dejaba a su familia de lado, pero, aprovechando que nadie allí la molestaba, se acostaba con medio fundo, todos los peones pasaron por ella y, cuando se enamoró del capataz... ―Su esposo la pilló y la mató. Me calló con su mirada. ―Ella se suicidó ―corrigió. ―¿Tenía hijos? ―Uno. ―Qué lata, si no quería estar con su marido, debió decírselo y dejarlo, nadie debería estar atado a otro si no hay amor. No contestó nada. ―¿Tú eres casado? ―Si lo fuera, no estaría aquí. ―¿Nunca lo has sido? ―No, ni me interesa, ¿y tú? ―No, ni quiero estarlo. ―Tenemos algo en común ―se burló. ―Claro, somos súper compatibles. Se largó a reír y me hizo reír a mí también. Su risa era contagiosa y divertida. ―Bueno, ya me tengo que ir, dame la llave para ir a ver a tu planta. Te falta el puro zorro para convertirte en El principito. ―No, ahí no más, alguna vez tendré un perro o un gato, cuando tenga tiempo y espacio. ―¿Ah sí? ―Sí, no puedo cuidar de ellos por ahora y no los voy a tener conmigo sufriendo por un simple capricho. Levantó una ceja, no entendí su expresión. Me paré y sentí un leve mareo. ―Despacio, acuérdate que tienes que hacer movimientos lentos, nada de brusquedades. ―Sí, es que se me olvida. Me tenía sujeta de los hombros, ¿se tenía que poner tan cerca de mí? ―Voy por mi cartera. ―Le voy a decir a Joaquín que vaya ―ofreció y así lo hizo. El niño llegó poco después con mi bolso. Le entregué la llave como una ceremonia. ―Por favor, cuídala, ¿sí? Háblale y dile que voy a volver, trátala con cariño de verdad, no fingido, si no puedes, mejor riégala y te vas. ―No te preocupes, la trataré con mucho amor. ―¡Pesado! ―Pero si es verdad, no me estoy burlando. ―Gracias ―dije con gratitud. ―¿Ves que podía ayudar en algo? ―Sí, gracias, de verdad, te pasaste. ―Ya, no me adules tanto que me las voy a creer. Me dio un beso en la cara, claro, porque la comisura del labio es parte de la cara, ¿o no? Casi me corro para darle el beso en la boca, eso de las medias tintas no era lo mío. ―Nos vemos mañana ―me dijo con voz ronca―. Descansa. ―Cuídate ―atiné a decir. ―Sí, no te preocupes. Se fue y yo me quedé acostada en el sillón. Me quedé dormida. Y soñé. Me veía en un prado lleno de margaritas y Bastián venía a mi encuentro, pero a medio camino algo lo detenía, era como una gran máquina aplanadora que iba destruyendo todo a su paso. Yo corrí, quería llegar hasta él para que ambos parásemos a aquel monstruo; sin embargo, al encontrarme lo suficientemente cerca de él, pude ver su rostro. Sonreía de un modo maquiavélico, disfrutaba del espectáculo y de verme así, confundida, desesperada... decepcionada. Quise ir hasta el maquinista. Al mirar por la ventanilla, vi a Bastián manejando aquella máquina horrorosa y se divertía echando hacia adelante y atrás para destruir ese hermoso prado. Quise ir a pegarle al Bastián que estaba enfrente, pero al dar unos pasos, vi la aplanadora tirarse contra mí. Abrí los ojos justo en el momento en el que ese monstruo me iba a pasar por encima. Me encontraba sola en la sala. Tenía la cara húmeda. Había llorado.
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