Gerald estaba entusiasmado como un niño con juguete nuevo. Desde que pisaron Iowa, su energía se transformó. Se mostraba ilusionado, hablaba de planes, de rutinas, de una nueva vida donde todo sería perfecto. Había elegido una casa espaciosa, luminosa, con un enorme jardín trasero, y se había esmerado en decorarla con los gustos de Gina en mente. La cocina tenía una isla de mármol blanco como a ella le gustaba, el cuarto principal estaba decorado con tonos cálidos, y la sala tenía una pared completa de libros con estanterías que él mismo había mandado hacer. Gerald estaba convencido de que esa era la vida que merecían, ahora con Ben fuera del mapa, podían concentrarse en ser felices.
—Es nuestro paraíso —le dijo una tarde, tomándola por la cintura mientras miraban el atardecer desde el ba
