Ginna se acercó en puntillas a la habitación de Emma, donde la bebé dormía plácidamente. Con movimientos delicados, la arropó con una mantita suave y salió despacio, sin hacer ruido. Bajó las escaleras con cuidado, procurando no perturbar el silencio frágil que reinaba en la casa. Al llegar a la cocina, encontró a Ben de espaldas, frente a la alacena. Estaba hurgando entre cajas vacías de cereales y bolsas de café medio abiertas, como si buscara algo que no sabía exactamente qué era. Su hombro temblaba ligeramente, y cuando se giró, ella vio el brillo en sus ojos. Estaba llorando. Él se sirvió lo que quedaba del fondo de una botella de tequila en un vaso mugroso y lo sostuvo en sus manos como si fuera un ancla. Ginna no dijo nada al principio. Solo observó su gesto derrotado. —No debería

