CAPÍTULO 12: VIDAS PARALELAS

1007 Palabras
La semana siguiente pasó como un sueño difuso. Lucía y Gabriel continuaron viéndose, pero sin apresurarse. Sus encuentros eran tranquilos, sin las prisas ni las expectativas del pasado. Habían acordado no presionarse, disfrutar del presente sin pensar demasiado en lo que podría ser. Pero aún así, algo en el aire les decía que el destino los estaba empujando, como si la vida misma estuviera conspirando para guiarlos hacia algo más grande, más significativo. En el trabajo de Lucía, las cosas también comenzaban a cambiar. Se sentía más enfocada, más segura de sí misma. El reencuentro con Gabriel había sido el catalizador que necesitaba para reevaluar muchas áreas de su vida. Había pasado mucho tiempo persiguiendo metas que no la llenaban, siguiendo un camino marcado por las expectativas ajenas. Ahora, pensaba más en lo que realmente quería, en lo que la hacía feliz. Esa sensación de libertad la invadía por momentos, y aunque aún había incertidumbre, ya no le temía tanto. Por otro lado, Gabriel también experimentaba un cambio profundo, aunque de una manera más silenciosa. Después de años de dedicarse a su carrera y dejar de lado la posibilidad de una vida personal plena, había comenzado a cuestionarse si todo el esfuerzo que había puesto en su trabajo había valido la pena. Sabía que su vida estaba vacía en ciertos aspectos, que los logros profesionales no podían llenar los espacios vacíos que llevaba años arrastrando. Había sido un hombre lleno de compromisos y responsabilidades, pero ahora veía las cosas desde una nueva perspectiva. Tal vez había perdido el rumbo en su búsqueda de éxito. El pasado y el futuro se cruzan Una tarde, Lucía decidió invitar a Gabriel a su casa. No para una cita, no para un encuentro con intenciones románticas, sino simplemente para compartir una conversación más profunda, alejada de las distracciones cotidianas. Ella quería hablar sobre el futuro, sobre los miedos, sobre lo que ambos querían realmente en sus vidas. Gabriel aceptó la invitación con una sonrisa y, cuando llegó, encontró a Lucía en su sala, rodeada de libros y con una taza de té en las manos. La atmósfera era tranquila, casi como si estuvieran en otro mundo, uno donde las presiones del exterior no existieran. —¿Te has dado cuenta de lo mucho que ha cambiado todo? —dijo Lucía, rompiendo el silencio mientras los dos se acomodaban en el sofá. Gabriel asintió, sintiendo una conexión con ella en ese momento, como si su conversación fuera la conclusión de un largo período de introspección para ambos. —Sí, es increíble cómo la vida puede dar giros inesperados —respondió él, mirando el vapor que salía de su taza—. Yo, por ejemplo, nunca imaginé que me encontraría aquí, contigo, hablando de todo esto. Lucía lo miró con curiosidad, reconociendo en sus palabras una verdad compartida. —Yo tampoco lo imaginé. Cuando nos conocimos, todo parecía tan simple. Pero ahora, después de todo lo que hemos vivido, es como si nos hubiéramos reencontrado para aprender a vivir nuevamente, de una manera diferente. Gabriel la observó detenidamente. Había algo en sus ojos que no había notado antes, una chispa de esperanza, de determinación. Se dio cuenta de que, aunque ambos habían cambiado, había algo fundamental que seguía intacto: su conexión. —¿Y ahora qué? —preguntó Gabriel, sin ocultar la incertidumbre que sentía. A pesar de todo el tiempo que habían pasado separados, el futuro seguía siendo una gran incógnita. Lucía lo miró fijamente, pero en lugar de responder de inmediato, se levantó del sofá y caminó hacia la ventana. Miró el atardecer, cómo el sol se desvanecía lentamente, dejando paso a la oscuridad. —Ahora, creo que lo mejor es dejar que el tiempo se encargue de todo. No podemos controlar lo que venga, pero sí podemos decidir cómo enfrentarlo. Y hoy, por primera vez en mucho tiempo, siento que puedo dar ese paso hacia lo que sea que venga. No sé si eso involucra a Gabriel o no, pero es el primer paso hacia mi propio camino —respondió Lucía, con una calma que sorprendió a ambos. Gabriel se quedó en silencio por un momento, procesando lo que ella había dicho. Por dentro, sentía que algo en él también estaba despertando. No era fácil dejar ir el pasado, pero a veces, lo que más se necesitaba era un poco de espacio para redescubrirse a uno mismo. El proceso de aceptación Durante las siguientes semanas, las visitas a la casa de Lucía se hicieron más frecuentes. Pasaron tardes enteras hablando sobre todo y nada, compartiendo ideas, recuerdos y, lo más importante, entendiendo que no podían volver al pasado, pero sí podían construir algo desde cero. Una tarde, mientras caminaban por un sendero rodeado de árboles, Lucía se detuvo y miró a Gabriel. —¿Sabes qué he aprendido? —preguntó, con una sonrisa tímida. Gabriel, curioso, la miró. —¿Qué? —Que el miedo no nos ayuda a avanzar. Pensaba que si me mantenía en control de todo, podría evitar el dolor de sufrir otra vez. Pero lo que me di cuenta es que el miedo solo me mantiene estancada, atrapada en el pasado. Ahora, estoy tratando de dar un paso hacia lo desconocido, sin saber qué esperar. Gabriel sonrió al escucharla. Algo en sus palabras lo conmovió, pues sentía que estaba experimentando un proceso similar. —Creo que ambos estamos aprendiendo a vivir sin expectativas —dijo él, con una sonrisa nostálgica. —A vivir el presente, sin temor al futuro. Ambos continuaron caminando, con una nueva comprensión del momento que compartían. Era un camino lleno de incertidumbre, pero también de nuevas oportunidades. La vida, después de todo, era eso: un constante proceso de aprendizaje, de adaptación. Y mientras caminaban juntos, no importaba tanto hacia dónde los llevaría ese sendero, sino el hecho de que lo estaban recorriendo. El futuro era incierto, pero por primera vez en mucho tiempo, Lucía y Gabriel sentían que, aunque sus caminos se habían desviado, ahora se encontraban en el mismo sendero, juntos.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR