Capítulo 18: El Reencuentro De Dos Almas

1021 Palabras
El sol comenzaba a caer sobre la ciudad, bañando con una cálida luz dorada las calles de la pequeña ciudad donde Gabriel había crecido. Mientras caminaba hacia el parque donde solía ir con su madre cuando era joven, Gabriel se sentía más ligero, como si una pesada capa de dudas y resentimientos se hubiera desvanecido. La carta que había enviado a Lucía aún le ardía en el pecho, no solo por la vulnerabilidad que había mostrado, sino también por la esperanza que depositaba en ella. Sentía que, de alguna manera, ese simple gesto había marcado un cambio profundo en su vida. El parque, que en sus recuerdos de niño había sido un refugio de juegos y risas, ahora le parecía un lugar nostálgico y algo melancólico. Decidió sentarse en una banca cerca de los árboles que conocía tan bien, aquellos que eran testigos de los muchos momentos felices que había compartido con su madre y su hermana. Ahora, ese mismo parque lo recibía de manera diferente, como si fuera un espacio de introspección, un sitio donde los recuerdos se entrelazaban con las decisiones del presente. Mientras observaba el atardecer, su teléfono vibró en su bolsillo. El mensaje era de Lucía. Con manos temblorosas, abrió el texto y leyó: “Gabriel, me he estado pensando mucho sobre lo que me escribiste. Sé que has pasado por mucho y quiero que sepas que yo también he estado luchando con mis propios demonios. No sabía cómo decirte esto antes, pero al leer tus palabras, me di cuenta de algo: nuestros pasados no nos definen, pero sí lo que elegimos hacer con ellos. He cometido errores, y también he tenido miedos, pero lo que siento por ti nunca ha desaparecido. Siempre he creído que el amor verdadero es aquel que sigue vivo a pesar de los años, las distancias y las adversidades. Y lo que siento por ti, Gabriel, es eso. No quiero perder esta oportunidad, no quiero que nuestras vidas queden en el limbo por más tiempo. Te quiero, con todo mi corazón.” Gabriel sintió un nudo en la garganta. Era como si esas palabras hubieran sido la respuesta que tanto había esperado. Había un eco en su interior, como si cada sílaba pronunciada por Lucía estuviera en armonía con sus propios sentimientos. La vulnerabilidad que ella había mostrado le había tocado profundamente. A pesar de todo lo que había sucedido en sus vidas, a pesar de los obstáculos, el amor seguía siendo la fuerza que los unía. El mensaje no solo era una confirmación de lo que él ya sentía, sino también una invitación a dar un paso más. Una invitación a sanar, a volver a confiar y, tal vez, a reconstruir lo que habían perdido en el pasado. En ese instante, Gabriel supo que era el momento de regresar. Regresar no solo físicamente, sino emocionalmente. Había encontrado una paz interior que le permitía ver las cosas con claridad. El amor que sentía por Lucía no era algo que se pudiera medir en términos de tiempo o circunstancias, sino que era algo profundo, algo eterno. Tomó su teléfono y escribió con firmeza: “Lucía, sé que hay muchas cosas que aún debemos superar, pero quiero que sepas que yo también te quiero. A veces el miedo nos impide actuar, pero ya no tengo miedo. No quiero dejarte ir otra vez. Estoy listo para dar este paso, para ser lo que necesitamos ser el uno para el otro. Hablemos, pronto. Gabriel.” Con el corazón acelerado, Gabriel envió el mensaje. Un profundo sentimiento de alivio lo envolvió. Aunque no sabía qué le depararía el futuro, algo dentro de él le decía que estaba tomando el camino correcto. Había vuelto a confiar en el amor, en su amor por Lucía. El Encuentro El día del reencuentro llegó más rápido de lo que Gabriel había imaginado. Habían acordado verse en una pequeña cafetería que ambos solían frecuentar durante sus primeros años juntos, cuando todo parecía más sencillo. Lucía llegó primero. Estaba sentada en una mesa cerca de la ventana, mirando distraída hacia la calle, como si estuviera esperando no solo a Gabriel, sino también a sí misma. Cuando sus ojos se encontraron, fue como si el tiempo se detuviera. Ella sonrió, una sonrisa que hablaba de añoranza, de recuerdos compartidos, y también de algo nuevo, algo que surgía entre ambos. Gabriel se acercó, y por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Simplemente se miraron, observando cómo habían cambiado, pero también cómo seguían siendo los mismos. Lucía lo invitó a sentarse, y en ese simple gesto, Gabriel sintió que todo lo que había pasado hasta ese momento había sido necesario. Las heridas, las inseguridades, los desacuerdos, todo lo que habían vivido juntos y por separado, estaba allí, pero no como una carga, sino como un testamento de su crecimiento. —Te he extrañado mucho —dijo Lucía, sus ojos brillando con sinceridad. —Yo también —respondió Gabriel, tomando su mano con suavidad—. Pero ahora sé que el tiempo nos ha dado lo que necesitábamos: aprender a ser quienes realmente somos, sin máscaras, sin expectativas ajenas. Lucía asintió, mirándolo profundamente. Había un entendimiento silencioso entre ellos, algo que las palabras no podían describir. Habían pasado por momentos difíciles, pero al final, se habían encontrado. El amor que los unía no era perfecto, pero era real, y eso era lo único que importaba. Pasaron la tarde hablando de todo y de nada, de sus vidas, de sus sueños, de los miedos que aún los acechaban. La conversación fluía naturalmente, como si nunca se hubieran separado. Aunque el camino por delante no estaba exento de dificultades, Gabriel y Lucía sabían que, juntos, podían enfrentarlo. En ese reencuentro, algo había cambiado. No solo habían sanado algunas de las viejas heridas, sino que también habían abierto un nuevo capítulo en su historia. Un capítulo lleno de posibilidades, de desafíos, pero también de amor. Así, el destino, con sus giros impredecibles, los había traído de vuelta al mismo lugar, al mismo amor, solo que ahora más fuertes, más sabios y más dispuestos a escribir el futuro juntos.
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