El sonido sordo de mi móvil me hizo abrir los ojos de sopetón, cayendo en la cuenta de que me había quedado traspuesto mientras maldecía mis últimas acciones en seminconsciencia. Me levanté de un salto, aún con el condón colgado a medias en mi inactivo pene. Vi de soslayo cómo mi acompañante dormía plácidamente como habiendo ejecutado a la perfección su confabulada maniobra de seducción. ¡Que no se despierte! recé en mi fuero interno mientras entraba en el aseo contiguo. No se me apetecía en absoluto disimular mi falta de interés entremezclado con mi mal humor vespertino. Me miré durante un segundo en el espejo... ¡Serás estúpido! me culpé. Ya oía las llamadas de mis colegas felicitándome por tremenda hazaña. Ahora sí que te has puesto la medalla de honor al cabronazo del año

