—¡Mira, mami! —exclamó Fernanda corriendo, hacia la mujer que mencionaba, con el celular en la mano para mostrarle algo que tenía a la chiquilla en serio emocionada.
—¿Cuándo me tomaste esa foto? —preguntó Airam, que no recordaba haber posado de esa manera jamás—... ¿Y por qué mis ojos son de ese color? Los míos son cafés...
Fernando sonrió algo complacido por la confusión de la mujer que le veía molesta porque él parecía estarse burlando de ella.
—No eres tú —informó Fernanda, sonriendo demasiado feliz—. Mi papi me encontró este juego que dice cómo vamos a ser de viejitos, y cuando yo sea grande voy a ser como tú. ¡Mira! Somos igualitititas.
Airam, que veía con sumo cuidado la imagen que, de no haber escuchado la explicación de María Fernanda, y de no estar segura de que jamás se había tomado ese tipo de foto, estaría completamente segura de que era ella.
—Wow —hizo Julissa, observando también lo que la chiquilla le había mostrado a su mejor amiga—, aunque era de esperarse, ella es tu vivo retrato aún ahora. Son como dos gotas de agua... ¿Estás segura de que no eres hija de Fernando?
La pregunta de la enferma provocó que todos sonrieran, divertidos, pero en el corazón de la maestra algo se sentía mal, y no lo podía describir bien.
—No te asustes —pidió Fernando, tomando el celular que la mujer que amaba le estaba devolviendo—. Esto solo lo hicimos para probar que se parece a ti, además, si le hago algunas modificaciones, como el color de cabello y maquillaje, ella se parece más a mí que a ti. Esto es un juego, pero, ya que la hace feliz, creo que está bien.
—No estoy asustada —aseguró Airam—, solo algo sorprendida. Si te confieso la verdad, intentaba recordar si algún día me peiné así y ustedes me siguieron y tomaron la foto a escondidas.
—¿Cómo crees? —preguntó el hombre—. Si estamos locos por ti, pero no somos locos peligrosos.
Airam abrió los ojos y estiró los labios, indicando que no le creía demasiado a ese joven hombre que le mostraba todos sus dientes al sonreírle descaradamente.
Y es que, de que la seguían a todos lados, la seguían. Solo bastaba señalar esa salida al cine que había planeado con su amiga, a la que María Fernanda se había apuntado y luego invitado a su padre, quien accedió a llevarlas a todas a ese centro comercial donde se encontraba el cine que exhibía la película que querían ver.
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—¿A poco no te pasó por la cabeza que María Fernanda Ruíz podría ser tu hija cuando viste la foto que te mostró? —cuestionó Julissa cuando, al regresar a su casa luego de comer fuera y ver una película juntos, andaban por el pasillo del hogar de la joven.
Julissa sonreía, divertida por lo ridículo que eso sonaba, pero, cuando Airam corrió al baño sin decir nada en particular, la enfermera se quedó confundida y, en lugar de escuchar una respuesta, escuchó cómo la otra volvía el estómago.
» ¿Estás bien? —preguntó la enfermera, entrando detrás de ella al baño, viéndola encorvada sobre el lavabo, aferrándose con fuerza al borde de este mismo.
—No puedo quitarme esa idea de la cabeza —explicó entre hipidos, y muy ahogada por el llanto contenido, Airam—. Desde que la vi en la foto pensé en ello, y, aunque me sigo repitiendo que no es, sigo pensando que sí...
Airam, que lloraba, comenzó a jadear, terminando en hiperventilar mientras su rostro pasaba del pálido con el que había terminado al vomitar, a un rojo muy oscuro, casi morado.
» Julissa... me siento muy mal... no puedo respirar —dijo de manera inentendible la joven que se ahogaba con el aire, al parecer.
—¡Tranquilízate! —pidió la enfermera, que estaba segura de que su mejor amiga estaba experimentando un ataque de ansiedad luego de que sus pensamientos la sobrepasaran—. Cierra los ojos y respira hondo.
—No puedo —musitó apenas audible la joven que, tras perder la fuerza de las piernas por la falta de oxígeno, había caído rodillas al piso.
—Cierra los ojos —volvió a pedir la mujer que, aunque tenía un poco de experiencia con esa situación, seguía sintiéndose nerviosa cada vez que debía atenderla—. Jala aire por la nariz, hondo, fuerte y lentamente.
Airam, que sentía como el movimiento agitado de su pecho y estómago no le permitían hacer lo que su amiga pedía, le miró suplicante, entonces la enfermera la tomó por ambos hombros y la sacudió con fuerza.
» ¡Es una aplicación, un juego sin veracidad científica, es improbable que los hijos se parezcan de semejante manera a sus padres al crecer! —explicó a gritos la enfermera, logrando que Airam dejara de respirar momentáneamente, mientras la miraba fijo.
La castaña, que escuchaba a su mejor amiga hablar, sintió cómo el aire volvía a llenar sus pulmones cuando soltó el llanto, uno que le había estado ahogando mientras la dificultad para respirar le había paralizado del miedo.
—Ella no es mi hija —aseguró Airam, llorando, sosteniendo con fuerza las manos de su amiga que la sostenían de igual manera—... todo es una coincidencia...
—Sí —aseguró Julissa, asintiendo con la cabeza y abrazando a su mejor amiga a su pecho—, todo es una coincidencia, así que no pierdas la calma... no te asustes... todo está bien... todo estará bien.
Airam lloró un poco más y, luego de que se tranquilizó, la enfermera la ayudó a levantarse del piso y prácticamente la arrastró a la cocina donde, dejándola en una de las sillas del comedor, le ofreció un vaso de agua al que la joven a penas si le dio un par de sorbos.
—¿Me ayudas a llegar a la cama? —preguntó Airam—. Estoy cansada...
Julissa asintió y caminó hacia su mejor amiga, quien dejó correr más lágrimas por su rostro.
Airam caminó sollozando hasta la cama con ayuda de su mejor amiga, y, al recargar la cabeza en la almohada, lloró mucho más, pues no podía dejar de preguntarse e imaginarse a quién se parecería su hija cuando fuera grande, a quién se parecía ahora, dónde estaba y cómo le estaba yendo.
Y es que, aunque ella les había hecho mucho bien a Fernando y Fernanda Ruíz, esa pequeña había llegado a su vida a desenterrar sus culpas.
Por causa de una niña que le llamaba mamá, la vida de Airam era cada vez más dolorosa porque, antes, cuando le iba mal, Airam sentía que todo era el karma cobrándole sus malas acciones, y ahora que era tan feliz se sentía horrible.
Cuando Airam se veía al espejo no veía a una mujer superándose, veía a una horrible arpía que vivía bien a pesar de que no lo merecía porque, en su conciencia, por haber vendido a su hija, ella era la peor persona del mundo entero.
La maestra se quedó dormida después de mucho llorar, agotada por el esfuerzo sobre humano que había realizado su cuerpo, intentando mantenerla viva cuando su garganta cerrada la dejó sin respirar; eso sin contar con el terrible dolor de cabeza obtenido de la confusión y el llanto.
Julissa miró a su amiga con pena, la dejó dormida en su habitación y, decidida a cuidarla esa noche, por si algo pasaba, se encaminó a la sala para hacer unas indagaciones primero.
—Hola Raquel —saludó Julissa a la mujer que le tomaba la llamada—. ¿De casualidad tienes el expediente del parto de Airam?
—A la mano no lo tengo —respondió la jefa de enfermeras, una mujer que tenía grandes migas con la chica que le llamaba por teléfono, y que había conocido y se había compadecido de la pobre de Airam años atrás—. Pero creo saber dónde quedó guardado. ¿Por qué? ¿Lo necesitas?
—Sí —respondió Julissa—, quiero saber todo lo que esté ahí sobre la mujer que alquiló el vientre de Airam.
—¿Para qué necesitas eso? —cuestionó la enfermera—. Es información confidencial. Ella no puede investigar nada sobre los familiares de la pequeña, porque ya no es su hija. No puede recuperarla.
—Ella no quiere saberlo —aseguró la joven enfermera—, soy yo quien lo quiere saber, y no es para que ella recupere a su hija, solo es para descartar que la niña que cuida Airam es esa bebé que entregó años atrás.
—¿Qué? ¿Ella cuida a una niña que puede ser su hija? ¿Por qué?
—Pues porque el destino las cruzó..., pero esto es solo una sospecha. Me muero de curiosidad y quiero saber. Si pudieras darme al menos el nombre de la mujer que pagó por todos los gastos médicos, te lo agradeceré en serio.
—Bueno —dijo la jefa de enfermeras, quien, en realidad, no le debía confidencialidad a la mujer que había solicitado y obtenido una bebé del vientre de Airam, pues ella no era de la clínica de fertilidad, y confiaba plenamente en que ese par de jóvenes no harían nada tonto ni peligroso—. Lo buscaré y te aviso.
Julissa agradeció. La enfermera confiaba en que, conociendo el nombre de esa mujer, todas las piezas se acomodarían y ella podría obtener la verdad.