—¡Fernando Ruíz! —gritó Josefina, viendo furiosamente a su hermano menor que entraba a la casa donde ella esperaba ansiosa y preocupada—. ¿Dónde diablos te metiste y por qué demonios no respondes al teléfono? Te mandé como mil mensajes.
—Sabes que no respondo a los mensajes —respondió el hombre—, ni siquiera los reviso. El teléfono es para llamarnos...
—¡Ay, cállate! No me interesan tus idioteces de alma vieja o lo que sea —ordenó Josefina molesta—... Solo quiero saber por qué demonios Marifer no fue al colegio, y por qué tampoco estaba en casa. Pensé que se había enfermado y resulta que solo desapareciste con ella... ¡Sin avisar!
—Entonces, tú no estás preocupada por mí, ¿verdad? —cuestionó el rubio en un tono medio divertido, molestando un poco más a una joven madre ya bastante alterada.
—Obviamente no —refunfuñó Josefina lentamente—. Lo que a mí me interesa es mi sobrina. ¿A dónde demonios la llevaste sin avisarme?
—Parece, Pina querida, que se te olvida que Fernanda es mi hija —declaró el hombre, dejando en un sofá la mochila de su hija, esa que había aprendido ese día que la cargaban los papás después de la escuela.
—No me digas Pina —gruñó entre dientes la ya molesta mujer—, y no es que se me olvide que es tu hija. Te recuerdo, idiota, que a quien se le había olvidado eso era a ti que jamás te hiciste cargo de ella. ¿Qué te picó ahora?
Fernando miró a su hermana apenado, porque era cierto que antes no le había puesto mucha atención a esa niña, aunque no era porque no la quisiera, porque la amaba desde que la conoció y la sostuvo por primera vez entre sus brazos.
El distanciamiento que había puesto con su hija había sido porque, luego de que ella nació, se convirtió en el arma de esa bruja que, luego de no lograr su cometido, la abandonó con él; y, después de eso, acostumbrado a la lejanía, ya no sabía cómo tratar con ella, así que se había mantenido en su comodidad manteniéndose al margen de su cuidado.
En cuanto a la respuesta de lo que le había picado ahora era algo que le avergonzaba mucho más, pues su repentina buena relación con su hija era para acercarse a esa joven que les gustaba a ambos.
Podría parecer que usaba a la pequeña, aunque solo fuera que vio una oportunidad de acercarse al fin a su hija, teniendo como pretexto el que le ayudara a acercarse a Airam.
—No importa si me picó algo o no —respondió Fernando, intentando que no se notara lo afectado que había quedado después de semejante golpe al ego—, lo que sí es importante es que no me dijiste nunca que los niños llevaban almuerzo al colegio.
—¿De qué estás hablando? —preguntó la mujer, confundida por el aparente y repentino cambio de tema—. Claro que no llevan comida al colegio. En el colegio tienen cocina y les dan de almorzar a todos los estudiantes, incluso nos presentan el menú cada mes para que confirmemos estar de acuerdo o se soliciten los cambios necesarios.
—Ah —hizo el hombre, alargando el sonido—. Entonces no tienes idea de qué se les pone de almuerzo a los pequeños, ¿verdad? Creo que tendré que preguntarle a Airam.
—Espera, Fernando —pidió la hermana de Fernando, confundida—. ¿Quién es Airam y por qué rayos preguntas sobre desayunos ahora?
Josefina estaba de verdad muy confundida, su hermano estaba haciendo cosas que nunca había hecho, y hablando de tonterías, además.
—Oh, es que no te lo había dicho —declaró Fernando con calma—, pero cambié a Fernanda a otra escuela, una en el rancho donde está el establo de la Agromiliar. Y Airam es la maestra de ese lugar. Lo que pasa es que, como yo no sabía nada sobre los desayunos, hoy Fernanda almorzó de la comida de ella.
—Espera... ¿Qué? —cuestionó la casi rubia, alarmada por la información recibida—. ¿Vas a llevarla a una escuela de rancho? ¿Por qué? Está en el mejor jardín de niños de la región. ¿Tienes idea de lo carentes que son los jardines de infantes de las comunidades rurales?
—No, no sé nada de eso —confesó Fernando sin molestarse—, pero dicen que Airam es una buena maestra, así que pensé que, ya que a Fernanda le gusta ella, y a mí también, estaba bien que nos acerquemos de esa manera a Airam.
—¡Papá! —gritó María Fernanda mientras bajaba por las escaleras con un libro de cuentos en las manos. Recién habían llegado a su casa, su tía, que los esperaba en el lugar, la había besado, abrazado y mandado a su habitación para poder hablar con su padre—. Mira, escribí mi nombre sola.
—Vaya, te quedó muy bien, aunque te comiste dos letras —dijo el hombre, que en su comida con la joven maestra había aprendido sobre la importancia de elogiar los logros de los pequeños, sobre todo de aquellos que presumían.
Y es que los niños, como todos los seres humanos, solían presumir de lo que más se enorgullecían, y no se debía dejar pasar como si nada, pues era perder una buenísima oportunidad para reforzar su confianza y autoestima.
—Mira, tía Pina, Airam me enseñó a escribir mi nombre —mostró la chiquilla, que con sabrá el cielo qué había escrito Maia Fr en la portada de un cuento de hadas.
—¿En un día? —preguntó la joven en un susurro, pues ella, que estaba a cargo de la educación de su sobrina porque el imbécil de su hermano no se interesaba en ello, conocía bien el nivel de escritura, y de muchos más aspectos, que tenía su sobrina.
—Airam me va a poner una estrellita, porque me lo aprendí —presumió la chiquilla y los dos adultos la miraron, uno complacido y la otra desconcertada—. ¿Puedes mandarle una foto, papi?
—Sí, claro que sí. Acomódate para que salgas también —pidió el hombre sacando su teléfono para hacer lo que su hija pedía—. O, ya sé... mejor mandémosle un vídeo, ¿quieres?
—¡Sí! —exclamó la chiquilla emocionada luego de la sugerencia de su padre.
Josefina, que con la conmoción por ver el avance de la niña se había hasta olvidado de enojarse porque la habían llamado Pina, como odiaba, fue testigo de cómo ese hombre grababa con su celular y enviaba un w******p a alguien con el vídeo de su hija presumiendo haber escrito su nombre a la nueva maestra de su hija.
» Se lo voy a poner a todos mis libros —dijo la niña y corrió tras decir adiós con su manita a la cámara del celular de su padre.
—¿Quién es Airam? —preguntó Josefina, lento, separando notoriamente las palabras.
—Ya te dije —aseguró Fernando, que esperaba ansioso la respuesta de la maestra—, es la nueva maestra de Fernanda y, como puedes ver, es muy buena maestra.
—Sí, pero, no entiendo... ¿Cómo es que están así por ella?
—Así... ¿Cómo?
—Pues locos, Fernando. Ni siquiera le mandas w******p a nuestros padres, o a mí, y a ella sí. Además, cambiaste a Marifer de kínder para seguir a esa mujer, ¿cierto? ¿Qué les hizo?
—Pues nos gusta mucho, a los dos.
—¿Dónde la conociste? ¿Quién es ella?
—La conocí en la boda de Luis, a la que fui la semana ante pasada. ¿Recuerdas?
—¡¿La semana ante pasada?!
—Sí, es la chica con la que dormí —informó Fernando—. Y, como ella estaba aquí cuando trajiste a Fernanda, se conocieron. Entonces, cuando le mencioné a Fernanda que la había encontrado cerca de mi trabajo, ella quiso ir conmigo.
» Pero no soy tan irresponsable —aseguró el hombre luego de descifrar la horrorizada mirada que le daba su hermana—, no me mires así. La investigué primero y ahí me di cuenta de que era maestra de preescolar en ese lugar, por eso cambié a Fernanda a su escuela, y creo que fue una gran decisión.
—Bueno, al menos, si es maestra, tiene buena preparación —soltó la falsa rubia más para sí misma que para Fernando—. ¿Hace servicio social en el lugar? ¿De qué familia es?
—Solo para que lo sepas, Airam no es de nuestro círculo social, si es lo que estás pensando—aclaró el hombre—. Somos de clases sociales casi opuestas. Logré que se acostara por segunda vez conmigo por dinero.
—¡Fernando!
—También, para que lo sepas —añadió el hombre interrumpiendo el seguro regaño de su hermana mayor—, tampoco es una prostituta. Solo estaba en un aprieto y me aproveché de ello.
—O tal vez es una oportunista que vio que puede salir de pobre a tu lado —sugirió Josefina, decidida a lograr que su hermano se alejara de esa mujer que, aún sin conocerla, ya le caía mal.
—No —respondió Fernando, negando incluso con la cabeza—, si fuera así no tendría que esforzarme tanto. Pero sigo sintiendo que me va a costar trabajo conseguirla.
—¿Cómo puedes querer a alguien así en tu vida?
—¿Alguien así? ¿Cómo se supone que es alguien así?
—Fernando, estamos hablando de una chica pobre que se acostó contigo el día que te conoció, y que luego se acostó contigo porque le ofreciste dinero. Por donde lo veas, es una locura que involucres a Marifer con ella —aseguró la hermana mayor del hombre, un tanto incómoda por la mirada que le daba su hermano, una desaprobatoria—. Tú puedes darle tus riñones, si quieres, pero no a mi sobrina. ¿Estás loco?
Esa aclaración la hizo para dejar en claro su intención de oponerse, porque no es que fuera clasista, pero sabía bien que no todas las personas que se acercaban a ellos eran con las mejores intenciones, al contrario, la mayoría lo hacían por mero interés.
—Pues si lo pones de esa manera, parece que sí estoy loco —concordó Fernando—, pero Airam no es una mala persona, estoy seguro de ello. Además, como ya te dije, a Fernanda le gusta, así que la quiero en nuestras vidas y haré todo en mis manos para que suceda.
—¿Si entiendes que podría ser una oportunista detrás de tu dinero?
—Pues entonces qué bueno que tengo mucho, ¿no crees?
—Ay, maldito loco —soltó Josefina, cansada y molesta, pero rindiéndose—. Nada más no vengas llorando luego, porque te lo estoy advirtiendo, y te advierto también que si esa mujer le hace daño a mi sobrina la que te va a sacar los riñones soy yo... Maldito idiota inconsciente.