La maestra llegó a una sala de velación, muy elegante, con una pequeña niña de la mano, quien se mostraba un poco asustada; entonces, mirando a todos lados, localizó a la persona que había ido a buscar.
—Allá está tu papá —indicó Airam luego de acuclillarse para estar a la altura de la pequeña María Fernanda, hablándole bajito como buscando no llamar la atención.
Fernanda, luego de verlo también, asintió y caminó a prisa hasta el hombre, que la mujer que la había llevado hasta ahí le había indicado, y se abrazó a sus piernas, como solía hacerlo con Airam.
—¿Y Airam? —preguntó el Fernando, levantando a su hija en brazos, quien en respuesta apuntó a la entrada donde la chica estaba de pie, esperando algo.
Airam, que no había perdido de vista a la pequeña en ningún momento, vio como su padre cargó a Fernanda y como se dirigía a ella después de que la niña señalara en su dirección.
—Gracias por cuidarla —dijo Fernando, evidentemente agotado—, y también por traerla.
Airam asintió, sin poder abrir la boca, pues ese lugar, aunque era uno diferente a donde había despedido a su tía, era igual de deprimente y estaba a punto de hacerla llorar.
» ¿Estás bien? —cuestionó Fernando, notando la evidente incomodidad de la joven—. Estás pálida.
Airam abrió la boca para decir que estaba bien, pero algo en su interior gritó que lloraría si decía cualquier palabra, así que la castaña volvió a pegar los labios para garraspar en varias ocasiones y deshacerse del nudo en su garganta.
—Las funerarias no me... —la voz de la chica había sido temblorosa y sus palabras lentas, aun así, había terminado presionado sus labios con fuerza para no llorar sin terminar la frase.
—Lo lamento —se disculpó Fernando y Airam negó con la cabeza en un par de veces, respirando hondo también.
—Este es un duelo que no he superado —respondió la joven sintiendo sus lágrimas rodar y escuchando sus palabras ahogadas—. Estas situaciones me pegan fuerte porque también perdí a alguien que amaba mucho. Lo lamento, yo…, creí que estaba lista para afrontar algo así y parece que no lo estoy. Perdón.
—No, está bien, no te disculpes —pidió Fernando, abrazando a esa mujercita que le dolía tener que ver llorar—. Gracias por traer a Fernanda, te veo mañana.
Airam asintió, sintiendo cómo todo su cuerpo dolía por el esfuerzo sobre humano que hacía para poderse contener. Entonces se despidió de las dos personas que estaban a su lado para escapar de ese lugar que le dolía tanto, pero el llanto de la pequeña Fernanda no le permitió alejarse demasiado.
—¡Mami! —gritó la pequeña, corriendo hasta ella para detener su paso.
Airam se detuvo al grito y, segundos después, la sintió estamparse suavemente contra sus piernas, entonces se acuclilló de nuevo.
» No te vayas —pidió la pequeña, abrazándose al cuello de la que amaba como a su madre—, no me dejes. Llévame contigo.
—Mafe —habló la mujer tras sorber la nariz y estirar su rostro—, tienes que quedarte. Van a despedir el cuerpo de tu abuelita, ¿no quieres acompañarlos?
—Mi abuelita está en mi corazón para siempre, no quiero estar lejos de ti —respondió la chiquilla, llorando aún—. ¿No puedes quedarte conmigo?
Airam suspiró.
—Mafe, mi tía que se fue al cielo, ¿la recuerdas? —preguntó la joven y la niña asintió—, también despedí su cuerpo en un lugar como este, y me trae recuerdos que me duelen mucho. Si me quedo voy a llorar, y, como yo no conocía a tu abuelita, creo que sería un poco raro si lloro...
—Entonces te la voy a presentar —dijo la niña, tomando una de las manos de esa mujer que le acariciaba el rostro y jalándola con ella.
Airam se quedó en blanco ante la resolución de la niña, no supo reaccionar y, cuando se dio cuenta de sí misma, ya había atravesado toda la sala de velación con ella arrastrándole y Fernando siguiéndoles.
» Ella es mi abuelita Tita —informó la chiquilla luego de que su padre la alzara en brazos de nuevo para que estuviera a la altura de Airam—, era muy buena conmigo, me contaba cuentos y me daba dulces...
María Fernanda hablaba fuerte y claro, así que el silencio que se había producido mientras entraba con esa mujer de la mano se transformó poco a poco en sollozos.
» Yo la quiero mucho, por eso la voy a extrañar mucho cuando no la vea —continuó Fernanda, logrando que ocurriera lo que Airam quería evitar: terminar llorando frente a todo el mundo en el lugar menos indicado para hacerlo—. Pero, como tú me dijiste, ella ahora es mi ángel de la guarda y me va a cuidar desde el cielo, por eso no voy a ponerme triste, por eso no estés triste tú, mami.
La solicitud de la niña terminó con ella extendiendo los brazos a esa joven cuyos labios temblaban y sus ojos no veían más que sombras detrás de las lágrimas que intentaban escapar de ella.
Airam aceptó el abrazo de esa pequeña alumnita que adoraba, entonces la abrazó fuerte y dejó que el llanto le ganara, aunque lo obligó a ser silencioso.
Fernando, que también se sentía conmovido con las palabras de la niña y la escena que ambas protagonizaban, abrazó a la joven que lloraba frente al ataúd de una desconocida.
—Lo lamento —musitó Airam, bajito, apoyando su frente a uno de los hombros del hombre que la abrazaba, y respiró profundo un par de veces para poder dejar de llorar, porque sabía bien que en ese lugar sus lágrimas estaban de más.
—Vamos a sentarnos —pidió Fernando y dirigió a la joven que abrazaba a su hija hasta un sofá lejos del ataúd—. ¿Quieres un poco de agua? —preguntó Fernando y Airam negó con la cabeza.
—Mafe, no me siento bien, necesito irme, de verdad... y no te puedo llevar conmigo —dijo la maestra, sin poder tranquilizarse del todo.
—Pero ya conoces a la abuelita, ya te puedes quedar conmigo —alegó la pequeña y, antes de poder negarse de nuevo, una mujer, que Airam tampoco conocía, se acercó a ellos.
—Si no la conocías, ¿por qué lloras? —preguntó esa mujer mayor, de apariencia cansada y tez irritada, seguramente, por el llanto.
—Es mi mamá, Margarita —informó Fernando para Airam, quien se sintió muy reflejada en el dolor de esa mujer—. Ella es Airam, la maestra de Fernanda.
—Lamento su pérdida —dijo Airam, sintiendo cómo el dolor de cabeza rebotaba de pared a pared en su cerebro—, hace cuatro años yo perdí a mi tía, la mujer que me cuidó toda la vida, ella era como una madre para mí y es difícil para mí no responder ante este tipo de dolor. Lamento mucho la escena.
Margarita sonrió un poco desalentada, entonces se sentó a un lado de la joven que recién conocía a pesar de haber ya haber escuchado sobre ella por parte de todos.
—Supongo que en cuatro años seguiré llorando por su partida —soltó la mayor, sintiendo su llanto volverle a ahogar.
Airam asintió, mordiendo sus temblorosos labios y tragándose quién sabe qué, porque eso ya no parecía un nudo cualquiera.
—A mí me va a hacer falta toda la vida, así que supongo que lloraré para siempre cada que la necesite y ella no esté —resolvió Airam y Margarita asintió, cerrando los ojos y sintiendo nuevamente abrazadoras lágrimas surcar sus mejillas.
» No puedo —hizo Airam para Fernando, sin emitir ningún sonido, pero dándose a entender perfectamente.
—Vamos, Fernanda —pidió el hombre extendiendo los brazos para su hija—, Airam tiene que irse.
—No, papi —dijo la pequeña, aferrándose a la mujer que lloraba sin poder contenerse—, mamá está triste, la tengo que cuidar.
La resolución de la pequeña dejó sin aire a todos los que la escuchaban, entonces Airam sonrió un poco y besó la cabeza de esa pequeña que, tal vez sin quererlo, le había dado un montón de fuerza.
—Quédate, por favor —pidió Margarita, tomando la mano de la chica, sorprendiéndola—. Ella te necesita y, sabes, en todo este tiempo no había sentido que alguien entendiera realmente mi dolor, pero parece que tú lo haces, y eso me hace sentirme acompañada.
—De acuerdo —aceptó la maestra luego de pensarlo un poco—, pero no creo ser buena compañía ahora.
Mientras Airam hablaba, sus ojos se habían llenado de lágrimas otra vez, y es que había un no sé qué en el aire que invitaba a seguir llorando sin parar, pues susurraba recuerdos dolorosos de un pasado que no volverá.
—Entonces déjame darte un abrazo —pidió Margarita, que ni siquiera esperó a la respuesta de la joven y la abrazó sin más, congelándola de nuevo momentáneamente y llorando junto con ella al escuchar su llanto.
—Abue, mami, ya no lloren —pidió Fernanda, haciendo también un puchero—, ellas nos van a cuidar desde el cielo y estarán para siempre en nuestros corazones para que no las extrañemos.
Airam sonrió, era cierto lo que ella decía, o al menos ella así lo creía, y aun así no podía evitar sentir el frío vacío que había quedado tras la muerte de su amada tía.
—Tienes razón —dijo Airam, volviendo a respirar profundo para recuperar la calma—, pero ¿sabes qué? Cuando uno está tan triste que nos duele el corazón, llorar poquito está bien, y a tu abue y a mí nos duele mucho el corazón ahorita.
—¿Y no sirve la medicina? Hay tiendas que venden de muchas diferentes. ¿Te traigo una? —cuestionó la pequeña, ansiosa de ayudar a quienes más amaba a estar bien.
La solicitud de la pequeña causó ternura en quienes la escuchaban y, a sabiendas de que le tomaría tiempo recomponerse, Airam asintió y le pidió que le llevara una para el dolor de cabeza y un chocolate para el dolor de su corazón; además de que no podía volver si su papá, que la llevaría a la farmacia, no desayunaba primero.
» ¡Lo prometo! —dijo Fernanda, tomando la mano de su padre.
—¿Quieres algo de almorzar? —preguntó el hombre a la joven que seguía sosteniendo la mano de su madre, pero la chica se negó informando que Fernanda y ella habían comido algo antes de ir ahí.