«—¿Puedes nombrarla María Fernanda? —preguntó ella y el “está bien” que recibió le permitió cerrar los ojos con confianza y algo de alegría.»
Los golpes en su puerta la obligaron a abrir los ojos, más que molesta, hastiada. Airam se sentía mal luego de tomar en la fiesta, y se sentía peor de descubrir, en casa de ese hombre, que se había acostado con alguien casado; además, era domingo, el peor día de la semana porque precedía el lunes que iniciaba su patética vida diaria y porque no duraba lo suficiente como para disfrutarlo.
—¿Ahora qué quieres? —preguntó Airam abriendo la puerta y encontrándose con su mejor amiga, la quizá única razón de no haberse tirado de un puente ya, porque la mantenía tan ocupada que no se daba tiempo de encontrar el puente adecuado.
—Amiga, ¿recuerdas que te dije que no te quedaba quejarte porque el domingo era corto si no te despertabas temprano? Pues vine a demostrártelo —dijo Julissa, sonriendo a una malhumorada recién despertada—. Anda, lávate la cara y sal conmigo.
—Julissa, tengo resaca, huelo a sexo y quiero dormir todo el día —declaró Airam, molesta y entrando a su casa, siendo seguida por su mejor amiga—. No voy a lavarme la cara y salir contigo.
—Airam, qué asco —indicó la joven Julissa, enfermera del hospital en que la tía de la maestra había pasado los últimos días de su vida—. Entonces cancelaré correr por el parque para que te bañes y te saques ese olor y te despejes un poco. Anda, no me iré de aquí hasta que te vayas conmigo; porque si te quedas en casa me quedaré contigo y te daré lata todo el día.
—Escucha, Julissa —pidió la joven maestra—. Lo de tirarme de un puente era un decir. No soy una loca s*****a, así que déjame en paz de una maldita vez. En serio necesito dormir. Me estoy muriendo de cansancio.
Pero dejarla en paz no era lo que la joven enfermera quería, y se lo dijo a su amiga.
—No, Airam, no te dejaré en paz —declaró tajante Julissa—. Yo estoy segura de que la raíz de tus males está en esta vida tan desordenada que llevas. Quiero ayudarte a crear nuevos hábitos que te permitan una vida mejor.
—Oh, sí, porque cuando me levantaba a las seis a correr, que trabajaba de siete de la mañana a once de la noche para salir a cuidar a mi tía por las noches, de lunes a sábado, y usaba el domingo para limpiar una casa en que ni vivía, mi vida iba viento en popa —ironizó Airam, dejándose caer en un sofá de su pequeña sala.
—Pues no, no iba viento en popa —admitió Julissa—, pero al menos no tenías tiempo de decir idioteces como querer tirarte de un puente.
Airam no refutó nada más, solo dejó escapar de sí ese sonido gutural que denotaba su molestia y fue a bañarse, pues estaba segura de que no se quitaría encima a esa mujercita loca y aferrada a salvarla a pesar de que no era lo que quería, porque ni siquiera lo necesitaba.
Ella había necesitado auxilio tiempo atrás, y estuvo tan sola que perdió la fe en la humanidad e incluso, por todas las cosas que se atrevió a hacer para salir adelante con todo lo que cargaba entre manos, perdió la fe en sí misma.
Airam abrió la regadera y se metió a bañar pensando en que debía ser mucho más cuidadosa con sus palabras, pues, aunque su alma agotada se quejara con semejantes ejemplos, no es como que en realidad estuviera dispuesta a tomar la salida fácil.
Es decir, sí, odiaba su vida que no parecía tener compostura y que cada día se veía peor que el día anterior; pero no deseaba morir solo por eso.
La joven morena estaba tan acostumbrada a la monotonía de su horrible vida que ya le parecía normal lo que antes le molestó. Esas pequeñas cosas, como despertar tarde para ahorrarse el desayuno eran tan normales que en serio no le molestaban, es más, había perdido tanto ya que sentía que pronto no tendría nada de qué preocuparse.
Además, no era como que vivir con ilusiones fuera la única forma de vivir. Ella tenía casi toda su vida viviendo sin ganas de hacerlo, y eso era aceptable, al menos para ella.
**
—¿A poco no te sientes llena de energía? —preguntó Julissa, entrando al pequeño departamento de Airam emocionada luego de toda una mañana y tarde de caminar por todos lados.
—No —respondió Airam, molesta en serio—. Estoy agotada, me mata la cabeza y, por si fuera poco, me gasté lo que no debía haberme gastado porque eres una maldita niña caprichosa con la que no puedo.
—Ay, vamos —pidió la mujercita que había sido reprendida por su mejor amiga—. Bien diche el dicho que donde se llora está el muerto. Te quejas mucho, pero no creo que de verdad no te ajuste para darte unos gustitos.
—¡Julissa! —gritó Airam, furiosa—. No sé dónde chingados compraste esos putos lentes que te hacen ver la vida de color de rosa, aunque entiendo que no me has puesto suficiente atención, porque vivo al día, con dos comidas al día cuando bien me va. Le debo hasta mi alma al diablo. ¿En serio crees que me queda dinero para gustitos?
Julissa miraba aterrada a la chica que le gritaba furiosa. Ella siempre había pensado que su amiga era muy dramática y exagerada, es decir, en su cabeza no cabía la idea de que alguien tuviera tantas carencias y deudas, así que estaba segura de que todo era esa depresión que la hacía ver la vida llena de imposibles.
Además, la conocía bien de tiempo atrás y jamás sintió que los problemas económicos se le notaran, al menos no tanto, porque siempre pagaba a tiempo el hospital de su tía, los estudios de la mujer y la renta del departamento que le alquilaba una pariente de Julissa.
—Pues perdón por preocuparme por ti y querer que la pasaras bien en tu día libre —dijo la enfermera destilando su molestia en tan irónicas palabras.
—¿Pasarla bien? ¿Corriendo por todos lados y comprando lo que me obligabas a pagar a pesar de que te dije que no lo necesitaba y no lo quería porque no podía gastar ese dinero de esa manera? —preguntó Airam, riendo con sorna—. Tú no entiendes nada porque no te esforzaste jamás en hacerlo, pero, sabes qué, está bien, no necesitas esto en tu vida, y yo definitivamente no necesito alguien que me complique la vida, así que solo vete y no vuelvas nunca.
—¿Estás loca? —preguntó Julissa, preocupada por semejante resolución—. No puedes correrme para siempre solo porque te hice comprar algo de ropa que sí necesitas.
—¡Y que no tenía dinero para pagar!
—¿No tenías? ¡Ya las pagaste! ¿Cómo es que no tenías?
—Las pagué con el dinero que tenía reservado para mis gastos de todo el mes, porque me vuelven a pagar hasta a final del mes —informó Airam al borde de las lágrimas algo que la otra no sabía—, así que debo resistir con lo poco que me sobra luego de abonar a esa maldita deuda y pagar los gastos de la casa que, déjame te digo, no incluyen despensa porque no me alcanza para hacer una.
Julissa miró aterrada a la joven que le decía montón de cosas que nunca le había escuchado decir.
Sí, Airam solía quejarse de que no tenía dinero para muchas cosas, pero jamás había soltado de tal manera que tenía solo un sueldo mensual que debía administrar de semejante manera, y que, además, apenas le ajustaba para lo más básico.
—Airam, yo...
—No didas nada —pidió la joven que no podía dejar de llorar—, solo vete y, de verdad, si alguna vez me apreciaste, no regreses nunca.
La ahogada voz de una amiga que no conocía mucho, al parecer, le congeló a Julissa las ganas de ayudar a esa joven que parecía necesitar mucha ayuda. Así que mejor aceptó hacer lo que Airam pedía y se fue sintiéndose terriblemente mal, aunque no con la intención de no volver jamás.
Airam lloró desesperada al quedarse sola. Sí, entendía que nadie entendiera su situación, porque en el mundo las personas solían juzgar a todos por su propia condición y no había en su círculo nadie tan desdichado y necesitado como ella.
Ella era una maestra sin un título universitario, porque no había podido estudiar debido a su condición económica y familiar, pero, para entrar a esa guardería donde trabajó por un tiempo, había hecho un curso como auxiliar educativa que le permitió, después, cuando sus gastos aminoraron, encontrar un trabajo con mejores condiciones, aunque no con mejor paga.
Y es que el sueldo de la empresa en que trabajaba dejó de ser suficiente en un punto de su vida, así que dejó su trabajo de lunes a sábado, de siete a siete, por uno de siete a cuatro en una guardería y otro de cuatro a once en la recepción de un hotel.
Había sido horrible para ella el comenzar a trabajar desde antes de que saliera el sol hasta después de que se ocultaba, sobre todo porque por las noches debía cuidar a su tía enferma, por quien había hecho de todo para poderla salvar y que se había ido de este mundo luego de mucho sufrir, dejándola endeudada, agotada y sola.
Luego de la muerte de su tía, su única familia luego de que su madre se suicidara por haber sido abandonada por su esposo cuando ella era una niña de apenas ocho años, Airam estaba cansada de todo. Estaba cansada de trabajar todo el día, de pasar su tiempo del trabajo al hospital y del hospital al trabajo, así que, a pesar de que se sintió una terrible persona, se sintió aliviada cuando la mujer dejó este mundo, pues eso le ahorraría un par de gastos luego de que terminara de pagar el servicio funerario que, por fortuna, podría pagar en cuotas.
Así que, luego de sentir que no necesitaba tanto, Airam había decidido dejar sus dos trabajos aprovechando que una conocida le ofreció hacerse cargo de un grupo de preescolar en una comunidad campesina.
Ese no era el mejor trabajo del mundo, ya que sería pagada por los padres de los alumnos, quienes no podían ofrecer demasiado, pero los padres de familia la llevarían y traerían de la ciudad a la comunidad, y a la inversa, todos los días, además de proporcionarle el desayuno.
La oferta no era nada tentadora, pero la joven pensó que trabajar de ocho a una, de lunes a viernes, quizá le daría el descanso que su cuerpo requería, además de que era fuera de la ciudad y con pequeños niños, así que dijo que sí y le tomó el gusto pronto.
Sin embargo, no había sido lo mejor, porque de verdad no le ajustaba el dinero para todo lo que debía pagar: el servicio funerario de su tía, la renta de su departamento y un préstamo que había pedido tiempo atrás cuando se la estaba comiendo la necesidad y cuyos intereses ahora se comían una cuarta parte de su sueldo.
Airam estaba agradecida de que la renta de su pequeño departamento incluyera el pago de la luz, del agua y del internet, porque de otra forma no contaría con ninguno de los servicios, y en la comunidad en que daba clases, aunque no siempre le gustaba lo que el daban, le ofrecían el desayuno y la comida, pues las madres de familia estaban tan contentas con su labor que siempre le invitaban a comer también. “Para que no llegue a hacer comida así de cansada” le habían dicho y se habían repartido los días para convidarla.
Así su vida era menos complicada, Airam solo debía preocuparse por las comidas del fin de semana que no incluían desayuno porque dormía hasta tarde, además de que la cena no era una preocupación, ya que estaba acostumbrada a saltársela, más por falta de tiempo que de dinero, o al menos así había sido al principio, antes de que todo se complicara mucho más para ella.
Su vida no era nada fácil, y ya no tenía esperanzas de que mejorara. Airam se había acostumbrado a vivir así, por eso de verdad no pensaba en tonterías como matarse, porque la vida, así de mala como era con ella, era aceptable también.