Con el cuello torcido para ver a mis espaldas, aprecié la interminable enramada verde que habíamos atravesado, si bien el cielo estaba nubloso la impactante vista en la cima del monte seguía siendo sublime. Respiré hondamente el aire fresco que danzaba por doquier, alborotando mi cabello. La tranquilidad asentó cualquier atisbo de miedo, pero tal calma dejó de ser un breve rato después. Al frente entre matorrales y gruesa maleza una vivienda alzaba su antigua fachada. Jon animó al caballo a trotar más a prisa, lo detuvo justo en la entrada. Antes que pudiera decir algo, de un brinco se desmontó. El recelo fue lo primero que llenó mis pensamientos al mirarla cubierta en gran parte por parches verdes de musgo y vegetación ya bastante crecida. Llamó a la puerta un par de veces, sin que

