Avanzábamos a gran velocidad, dejando atrás campos y praderas. Al adentrarnos en el bosque los caballos dejaron de ir tan a prisa, su andar se volvió un trote ligero. Mis pensamientos seguían torturándome, me sentía sola y de nuevo perdida. Seguimos así por largo rato. — ¡Ana! — Voceó Joaquín. Me volví para verlo, me limpié las lágrimas, fingiendo valentía. Su rostro mortificado enmarcaba preocupación. —Llevamos cabalgando por horas. Sería bueno descansar tanto ellos como nosotros. La dulzura en su voz a la cual estaba acostumbrada, parecía mortificada, débil. No me importó mucho detenerme, estábamos lejos de todo. Una vez más perdidos en un bosque en medio de la nada. —Sí, detengámonos —Respondí sin ánimo, tragando saliva. Me desmonté percibiendo todavía mis ojos llorosos. Eché una

