Enamorada

3228 Palabras
El caballo mantuvo la cabalgata por horas. El ancho camino de tierra me parecía interminable. En todo momento sentía su cuerpo firme muy cerca del mío, sin embargo, en ningún instante percibí la calidez de su aliento menos aun su respiración. Su presencia me resultaba escalofriante. Mantuve mis pensamientos lo más alejados a lo que descubría, pero el miedo me alertaba y en más de una ocasión quise saltar del caballo y huir. Me hallaba al borde de la desesperación, porque incluso siguiendo en lo absurdo de creerle, no tenía idea si eso me aseguraba volver a mi hogar o reencontrarme con mi padre. Todo lo que tenía por familia era mi padre y mi nana Sarbelia, que su amor en gran manera se podría comparar al de una madre, siempre atenta a mí y a lo que necesitaba. «Si te alejas de él, ¿A dónde iras? Al menos existe la posibilidad que no mienta» Mantener una verdadera lucha contra sí misma para convencerme de algo insólito fue una verdadera tortura. Sentía volverme loca. No sabía a dónde íbamos o a quienes nos dirigíamos exactamente. A la distancia por fin, vi asomarse un pequeño poblado, el caballo trotó más a prisa. Sentí más consolados mis temores al ver muchas personas caminando por doquier, muchos nos echaban la vista con curiosidad. Cruzamos casi todo el pequeño poblado, evadiendo las incontables miradas. Cuando creí que pasaríamos de allí y dejaríamos todo, se acercó a una casa que al parecer era una de las últimas. Resaltaba a la altura de una colina no muy empinada. Se veía pequeña. Jon se desmontó un poco antes de llegar a la entrada de la casa. ―Princesa, según lo que tengo encomendado, pasaremos unos días en este lugar si nos permiten quedarnos.  No sabía en qué momento logró cubrirse, tenía tapado el rostro, únicamente asomaba los ojos. Al llamar a la puerta volvió a descubrirse.                Una hermosa jovencita le atendió. Evidentemente no pudo controlar su ímpetu. Por un momento sentí que se lo comería con la vista. Él conversó con ella durante un momento. Ella entró a la casa, casi al instante salió una anciana con aspecto sereno, fijó su vista en mí. Jon conversó con ella durante un rato, asomando su mirada a mí de vez en cuando. Conversaron largo y tendido, me dolían las caderas por permanecer sentada por tanto tiempo. Se aproximaron a mí, justo cuando resolví apearme. ― ¿Entonces tu eres Ana? ―Me preguntó la anciana. Por detrás de ella, Jon me veía con un gesto positivo, levantando una ceja en señal de asentimiento. ―Sí, soy yo ―Contesté, tímidamente. ―Eres muy hermosa y joven. ¡No habría imaginado tan buena noticia! Me da gusto conocerte. Esbocé una sonrisita tonta simplemente porque no entendí nada. La anciana mostraba en su trato a Jon un cariño sincero; similar al de una madre al mirar a su hijo. ―Jon pueden quedarse el tiempo que lo necesiten. ―Realmente se lo agradezco, no será por mucho se lo aseguro. En todo lo que necesite ayuda, Ana y yo estamos dispuestos a apoyarla, señora Marcela. Estaba sorprendida por el cambio tan radical en su trato, parecía otro. ― ¡Oh muchas gracias, Jon! Vamos pasen, llamaré a mi nieta para que les muestre nuestra humilde vivienda, algunas cosas han cambiado un poco desde la última vez que estuviste aquí. ―Esperaremos con gusto ―Concluyó Jon. La anciana caminó hacia la puerta. Al abrirla salió la misma jovencita pelirroja que había visto antes. La anciana le daba explicaciones y nos señalaba. ―Trate de ser amable con ellos, por favor ―Dijo en tono autoritario. ― ¿Amable? ¿A qué se refiere? ―Repetí malhumorada. ―Simplemente, trate de ser agradable. No cualquiera acepta a dos personas en su hogar. ―Oiga, no me hable de modales. Usted ni los practica pienso que es tan inculto que ni siquiera los conoce… Él estaba a punto de responderme, pero la misma jovencita le habló, interrumpiendo nuestra discusión. Era de cerca tan bonita como cuando la vi asomarse a la puerta, delgada, no muy alta, de cabello rojizo; de piel blanca y delicada. Tenía ojos grandes claros, labios carnosos; una apariencia dulce y amable.   ― ¡Jon, que alegría que se quede con nosotros! Se ve idéntico, no ha cambiado nada ―Exclamó entusiasmada. Jon se inclinó y ella lo abrazó con todas sus fuerzas. Por un instante pensé que lo estrangularía. ―Gracias Señorita. Me gustaría decir lo mismo, pero noto que usted ha crecido. Me da mucho gusto verla con salud. La franqueza se dejó entrever en sus palabras amables. Supe ante su cortesía que una vez más le conocían. ―Dice mi abuelita, que la señorita es su hermana, ¿es cierto? ―Sí, así es. Su nombre es Ana. Sus ojos se clavaron en mí, me inspeccionó un momento e hizo un gesto despectivo con cierto disimulo. Fue entonces que me di cuenta que solamente era apariencia esa amabilidad y dulzura. Le clavé la vista e hice los mismos gestos. Se hizo la desentendida, prosiguió como si nada desagradable hubiera pasado entre ambas. ―Bienvenida, Ana. Su tono al dirigirse a mí fue falsamente cordial. Me quedé en silencio, aunque la renuencia quedó evidente en mi expresión. Volvió su atención a Jon, risueña. ―Jonah, les mostraré donde dormirán. ―Gracias señorita. Jon me clavó la mirada, como alertándome una vez más que no hiciera nada imprudente. Se percató de mi cara tensa. ―Usted sigue siendo tan educado y tan caballeroso, dígame sólo Inés. Jon asintió delicadamente, ignorándome. Puse en tela de juicio que ese cumplido emitido fuera para Jon. Mi vistazo los fulminó a ambos con desaprobación. Inés lo notó enseguida y me devolvió una mirada envenenada. Sujetó la mano de Jon con gran entusiasmo, él no se negó. Ambos ingresaron a la vivienda, los seguí de mala gana. Parecía mucho más espaciosa al estar adentro. Quedó mi atención tan fijada en mirar lo que las manos de ella hacían que a duras penas me fijé en detalles. ―Entonces esta será su habitación.  ―Gracias ―Le respondió Jon. Ella sonrió con satisfacción y se dio la vuelta. En cuanto se alejó lo suficiente, Jon abrió la puerta, me pasé al frente ingresando primero de manera arrebatada. ― ¡Qué gratas sus atenciones, hermano mío! ―Dije irónicamente. Escuché la puerta cerrarse tras de mí. Al percibir por fin una forma de comprender lo que pasaba no pude seguir reprimiendo mi desesperación. ―No tolero esta situación, siento enloquecerme. Tiene que cumplir o no sé… Me interrumpió sagazmente. Su vista se encontró con la mía detallando circunspección. ― ¿Cumplir? ―Sí, tiene que responder ahora mismo mis dudas o verá de lo que soy capaz. La contrariedad se asomó en sus ojos antes que la tirantez se notara en su cara. ―Bien, ¿qué quiere saber?   Se sentó en la cama, con los hombros rígidos. Verlo dispuesto a tener una conversación conmigo, alivió de cierta manera mi aturdimiento. ―Sea sincero y preciso. ¿En dónde está mi padre?   Su mirada se estrechó, la perspicacia se movió en lo profundo de sus ojos azulados.  ― ¿Está segura que es eso lo que quiere saber?  Sentí que esa pregunta resonó en mi cabeza. Tragué saliva aclarando mis pensamientos. De pronto, nada me pareció más irrelevante en ese momento que contemplar la fuerza y la vitalidad de su mirada, ese arrobamiento estorbó cualquier deseo de seguir dudando. No había conocido a alguien tan directo y misterioso, pero me contuve de seguir consintiendo lo que me provocaba su impertinente galanura.  Aunque reprimí mis mil pensamientos, me sentí transparente ante él, quedé enajenada sin poder apartar mis ojos. Noté en él la misma dulzura que solía asomarse en la mirada de mi padre cuando conversábamos. Mi corazón se apretó ante la absurda y perceptible comparación. El estupor me atestó, no pude formular una sola cuestión. ―Sé que la manera de conocernos la ha motivado a sentirse desagradada. Pero en realidad, nuestra cercanía se debe únicamente al convenio que su padre ha impuesto, no existe otra intensión de mi parte. Las circunstancias atribuyeron algo inesperado y eso lo obligó a actuar de un modo que parece inaudito. Si él se lo hubiera explicado, evidentemente se habría negado a dejarlo partir y a alejarse de él, por eso me dio la orden de hacerlo furtivamente. Su padre huyó esa misma noche, un poco antes que usted dejara el castillo… Tragué saliva. Me asombró su manera de explicarlo, pero más darme cuenta que había notado la gama de emociones que quise ocultar, con sólo verme fijamente. Prosiguió con voz serena: ―Los conquistadores que llegaron a invadir son ávidos y astutos, tienen con ellos todo tipo de guerreros; expertos en combate, además de hechiceros, brujas y adivinos. Conocen muy bien el poder de las tinieblas o del mal, como quiera llamarle― Hizo una pausa mirando hacia la puerta, luego su atención volvió a mí ―Hace mucho que no había ocurrido algo así, pero su padre ingenió una estrategia ventajosa y acertada. La única manera de recuperar Halvard es manteniendo a la legítima heredera con vida. Hay en otro dominio un líder dispuesto a pelear y protegerla. Un grupo especial avanza en secreto hacia ese lugar. De nuestro lado no puede haber ningún tipo de uso en la magia o brujería porque nos rastrearían fácilmente y comprometeríamos el porvenir de su pueblo como el de ese líder. Esos rastreadores pueden estar en cualquier parte, siempre y cuando usted respete lo que le he dicho y cumpla con las reglas, nos mantendremos a salvo. Mi deber recae en llevarla a su padre sana y salva, hasta entonces podrá dejar de verme. ―Agregó. Con ese esclarecimiento logró que hasta el reclamo más grande que guardaba no tuviera ningún motivo para ser manifestado. ¿Qué clase de hom-bre podría ganarse la confianza de mi padre para algo semejante? Simplemente uno que él conociera bien. Él había dicho que trabajaba para mi padre, entonces él había estado en el castillo, no me quedó duda. ― ¿Desde cuándo usted le sirve a mi padre? ― Pregunté, desconcertada. ―Desde hace mucho tiempo, pero creo que usted no les pone ninguna atención a los criados. Contuvo una sonrisa, observé sus labios apretados. No pude hallarle sentido a lo que dijo. Estaba segura de conocer a todos los sirvientes sin haberle visto a él jamás. Me parecía demasiado joven para poder ganarse el agrado de mi padre y comprender todo lo que había explicado. ― No lo entiendo, ¿cómo le confió tanto? Ni siquiera me fío todo eso a mí que soy su hija. ―No debería dejarse llevar por las apariencias, Princesa. Mi entrecejo se frunció. ― ¿Qué quiere decir con eso? ―Sólo que tengo más años de los que usted cree. Desconcertada, concluí que quizá bromeaba con tal de no detallar nada más. ―A pesar de todo es bastante absurdo. En qué momento pudo estar tan cerca de mi padre, sin que yo lo viera antes, no lo entiendo. ¿De dónde es, Jon? ―Nací en Halvard, pero el asunto no es ese, Princesa. Su sutileza y serenidad para expresarse se distinguía, tanto que parecía que cada palabra había sido ensayada. Llegué a pensar que conversaba con un hombre de la edad de mi padre. Quizá por eso evitaba hablar más de lo necesario. Me turbaron una vez más mis propias conjeturas. ―Nunca hubiera pensado que mi padre lo conocía, mucho menos que le tenía tanta fe y confidencia. Su mirada se perdió en la nada, parecía profundizado en un recuerdo. ―Veo a su padre como a… Él mismo se interrumpió y no terminó la frase al verme fijamente. ― ¿Cómo a qué? —Le pregunté llena de curiosidad. ―Como si fuera mi padre ―Dijo en un susurro desviando la mirada. No esperé tal confesión. Pero me agradó. ―Eso tendría sentido. Mi padre siempre quiso un hijo varón, y no cabe duda que lo aprecia del mismo modo porque parece más usted su hijo que yo al sobrellevar con facilidad lo que ha explicado. Posó su mirada en mí de una manera muy dulce, sus labios dibujaron una sonrisa preciosa. Nunca en mi vida había visto a un hombre sonreír tan bellamente. Quedé inducida en esa cálida sonrisa. ―Bien eso es lo que sé. Supongo que le explicará con detalles todo lo que ha pasado a su debido momento. Estoy seguro que está ansioso por verla. Toda aversión quedó abolida de golpe, ya no me parecía tan desagradable seguir a su lado. ―También, muero de deseos por estar con él pronto. La esperanza que creía marchita, emergió asentándose en mi pecho. Él se enderezó, poniéndose de pie. ―Por ahora estaremos aquí, nadie la buscaría en un sitio como este. Usted dormirá en esta habitación, sola. —Me indicó. Se quitó el gabán con broches colocándolo en la mesa junto a la cama, quedó al descubierto una prenda de tela suave aferrada a su cuerpo; parecida a una camisa, pero más ajustada de lo debido en lana. No pude reprimirlo, mis ojos se perdieron en él. Sus hombros anchos perfectamente alineados, brazos musculosos, manos fuertes y grandes, torso amplio con una forma perfecta; en resumidas cuentas, todo aquello que jamás había visto en alguien. Nunca en mi vida había tenido la necesidad de juzgar la apariencia de un hombre, pero él se veía excepcional, tanto que pesó sobre mi moral esa fuerza que lo revestía en su cuerpo bien formado. Mi vista volvió a subir del mismo modo que cuando había iniciado mi inspección. El arrobamiento ante su magnífica belleza fue más que evidente. En cuanto mi vista se encontró con sus ojos casi me da algo, el disgusto resaltaba en cada facción de su cara tensa. Se veía muy inconforme con el repaso que le había hecho. Me hice la desentendida, pero él con rapidez tomó el abrigo en sus manos, volvió a colocárselo con esa seriedad suya que parecía tener el filo suficiente como para amenazarme sin usar palabras. Para sentirme menos culpable por mi fisgoneo tan sólo se me ocurrió preguntar. ― ¿De quiénes huíamos del bosque? ―Es un poco complicado de explicar ―Respondió entre dientes, dirigiéndose a la puerta, la cual abrió. ―Pero, necesito saberlo…―Expliqué, yendo tras él. ―Espíritus, hadas, encantos de esos bosques.  Quedé enmarañada, sin creer lo absurdo de su contestación. ― Ah y olvidé mencionarle que ayudaremos con el aseo de la casa y en todo lo que se necesite en este lugar. En breve, le traerán de comer. ― ¡Hey, Jonah, es decir Jon o como sea! ¿y para qué la flor y a dónde va? ―Por ahí…  Con humor esquivo de un portazo selló la entrada. Quedé sin aliento, contemplando la madera frente a mis narices; casi me la estampa en la cara. Me di la vuelta apretando la mandíbula. Di un par de bufidos seriamente enfadada. ― ¡Ah! ¡Insolente! Con el disgusto alzado, se me ocurrió escudriñar la pequeña habitación para serenarme. No resultó tan buena idea. Ajeno a la cama, solamente había una mesa y una silla. Aunque no había mucho, lo poco estaba muy ordenado y limpio. Me desajusté la capa, sentándome sobre la cama. Me resultó muy agradable, incluso más de lo que hubiera imaginado. Desacomodé los zapatos y me acosté. Mi cuerpo inmediatamente se relajó sobre el cómodo colchón, no había dormido bien y había pasado muchas horas montando a caballo, así que cerré los ojos apreciando el sosiego y la calma. Mi mente comenzó a divagar ante la profunda relajación. Me vi andando en el castillo. Rápidamente brotó en mi mente un dolor agudo, casi físico al recordar mi hogar. El reino de Halvard al cual, por uno de los antecesores al trono se le renombró Darrel. Sentí volver al jardín en el patio trasero de la torre de homenaje, y atisbar la ternura en la mirada de mi prometido. Mis ojos se inundaron de lágrimas ante el precioso recuerdo. Por un instante, tuve la necesidad de correr a él y abrazarlo. No pude seguir con los ojos cerrados, me moví de lado, sobándome las lágrimas que se desbordaban. Ciertamente mi prometido, me amaba y sí que era distinto a Jon. Tan amable, apuesto y caballeroso. Siempre dulce y agradable. Mi querido Esteban pertenecía a la nobleza, hijo de Lord Damián; un viejo amigo de mi padre. Ambos querían unir los pueblos respectivos de sus reinados. Al mirarlo, más que su intachable vestimenta siempre se acentúa en su tez clara sus ojos grandes color miel. Alto y de cabellos dorados. Acostumbrábamos pasear juntos cuando él llegaba de visita, conversábamos o comíamos. Nuestra amistad había surgido desde la infancia, nos conocíamos bastante bien. Sin embargo, mis sentimientos hacia él no eran precisamente los que él profesaba con gran orgullo por mí; por supuesto que lo he querido mucho, pero de modo diferente, sin suscitarme más que un gran cariño y amistad. Mi padre siempre se mostró agradado a él y a sus intenciones conmigo, así que quizá ver contento a mi padre me inspiró a aceptar nuestro compromiso. Mi padre nunca me obligó, pero sabía que por la edad que él tenía, lo conveniente para ambos reinos era nuestra alianza, lo cual prometía prosperidad para nuestros pueblos y un futuro favorecedor. Casarme con Esteban era un deber, un honor y sinceramente la mejor opción para mi obligación como heredera al trono. Sabía que no tenía derecho de pensar diferente y no podía protestar ante mis sentimientos, porque desde mi infancia había sido instruida para mirar el matrimonio como una obligación sagrada en mi vida, incluso cuando no estuviera en la misma armonía mi voluntad; mi misión era dedicarme a un esposo y a los deberes monárquicos. Nunca me puse a pensar si eso era justo o injusto, de hecho, no me lo tomé tan en serio porque al aceptar a Esteban no hallé nada malo o injusto, todo lo contrario; lo conocía de siempre y lo estimaba mucho. Nunca traté a alguien más apuesto y tan buen caballero como él, así que casarme con él me parecía agradable y la mejor de las decisiones. Pero ahora, mi vida había tomado un rumbo distinto y un hombre misterioso había aparecido de la nada en todo este alocado cambio, irrumpiendo la estabilidad que conocía. ¿Quién era Jon?... Esa pregunta profunda deambuló en mi mente sin rumbo por un rato, borrando cualquier otro recuerdo o pensamiento. Aún con esa forma ruda de ser, nada opacaba su hermosura. ¡Ya hasta se me había olvidado que estaba enfadada con él! ¿Qué ocurría conmigo? ¿Tal vez enamorada de un extraño? Ni siquiera habíamos pasado un día juntos y mis sentimientos se inclinaban en contra de mi juicio. No había otra razón para ahora creer que Esteban ya no era ese caballero perfecto. ¿Mis ojos posiblemente estaban fijados en mi bienhechor? Sonaba a locura, pero una gran parte mía lo sostenía sin poderlo negar. 
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